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¿Los partidos políticos deben presentarse a las elecciones municipales?

En una de sus últimas declaraciones el líder comunista italiano Enrico Berlinguer[1], en una entrevista con el director de La República, Eugenio Scalfari, planteó “la cuestión moral”. Ninguna democracia puede progresar si no se basa en principios morales. Su crítica de la degeneración de la política incluía a la partitocracia, sus privilegios, su distanciamiento con la ciudadanía, la corrupción generalizada. Propuso, entre otros remedios, que los partidos no debían ocupar el conjunto de las instituciones políticas ni las cúpulas de las administraciones públicas. Su función era el gobierno y el parlamento y nada más.

Por aquellos tiempos, los años 80, el autor de este artículo planteó en algunos encuentros y notas la posibilidad de facilitar candidaturas ciudadanas en las elecciones municipales y que los partidos se centraran en las elecciones nacionales y autonómicas o regionales (en un Estado federeal los “estados” que lo componen). En aquellos años, de naciente democracia en España y de arraigo en el ámbito local de los partidos progresistas o de izquierda, prohibidos y reprimidos durante casi 40 años por la dictadura, mis sugerencias fueron interpretadas como una ocurrencia fuera de lugar.

Sin embargo creo que hay razones para plantear esta cuestión. No se trata de prohibir a los representantes o militantes de los partidos que puedan ser candidatos en las elecciones locales, o de mostrar su apoyo a una lista o más de una -o a unos candidatos determinados-. Lo que se propone es que se constituyan agrupaciones ciudadanas formadas por personas, miembros de partidos, sindicatos, asociaciones cívicas o culturales o profesionales, incluso activistas sociales o ciudadanos activos, con arraigo en su ciudad o su barrio. Veamos los argumentos que justifican la propuesta.

Primero. La sociedad local no es un microcosmos de la sociedad nacional estructurada por el Estado. Se ha dicho que el gobierno local es un eslabón entre la sociedad civil y el Estado. Los estudios de sociología urbana y sobre el poder local demostraron que los intereses y valores de los ciudadanos en el ámbito local no son los mismos que se expresan en el ámbito estatal. El “poder periférico” [2] da lugar a unas alianzas de clase y a hegemonías político-culturales distintas de las que se dan en las cúpulas de los estados.[3] La política local, si tiene vida propia, no es una reproducción de la estatal.

Segundo. Los partidos políticos estatales son generalmente centralizados, jerárquicos y burocráticos. Las candidaturas no responden a lógicas locales, más bien a personajes más o menos mediáticos (a veces, pocas, con imagen de independientes) y sobretodo a dirigentes de los aparatos políticos o a militantes fiables para la dirección. La mayoría de los candidatos no tienen historia política local. En otros casos los grupos o individuos con intereses económicos colonizan o se integran en las candidaturas de partido para servirse de las instituciones para defender sus intereses bajo una cobertura partidaria. La corrupción en favor del partido o de los electos tiende a generalizarse.

Tercero. Los gobiernos locales están sujetos a una doble dependencia. Los gobiernos estatales tienden a reducir lo más posible la autonomía de los gobiernos locales, bien recortando sus competencias o limitando sus recursos. Si a esta dependencia se añade la que imponen las direcciones partidarias, la política local en muchos casos debe someterse a los intereses de las cúpulas gobernantes o partidarias. En detrimento de las demandas y aspiraciones ciudadanas.

Evidentemente las candidaturas “ciudadanas” tienen sus inconvenientes. Pueden “inventarse” candidaturas financiadas por grupos opacos de interés particular. Emergen candidatos de perfil demagógico que excitan las emociones y los intereses más excluyentes. Los programas no ofrecen garantías de coherencia pues no se conocen sus raíces, o con frecuencia no las tienen, es probable que no tengan continuidad política u organizativa. Precisamente por su carácter localista estas candidaturas si gobiernan es posible que se concentren en aspectos específicos de la gestión municipal o en zonas de la ciudad en detrimento de otras. Y además pueden resultar muy débiles o vulnerables frente a los gobiernos estatales o regionales y los grupos económicos interesados (empresas que gestionan servicios públicos, promotores y constructores, corporaciones profesionales, mafias, etc.).

Todos estos inconvenientes también pueden tenerlos los gobiernos ocupados exclusivamente por los partidos. La financiación más o menos corruptora, el no cumplimiento de sus programas, las posiciones demagógicas, el olvido o menosprecio hacia una parte del municipio o de la población, la colusión con intereses privados, etc. Una candidatura local partidaria no garantiza que responderá a la imagen global del partido. Ni las candidaturas ciudadanas ni las candidaturas partidarias que se presentan a unas elecciones no garantizan que harán lo que prometen ni lo que se hizo en otros tiempos o lugares. Como dijo Popper la democracia sirve no para elegir a un gobierno, sino para echar al gobierno anterior. Las posibles virtudes que ofrecen las candidaturas ciudadanas nos parecen dignas de tener en cuenta.  

Primero. Los candidatos son en la mayoría de casos más conocidos y más próximos. Se les conoce no solo por su personalidad, también por su actividad en la ciudad o en el barrio. Serán más accesibles y más receptivos a las demandas y a las aspiraciones de la gente y de los colectivos organizados. Poseen una sensibilidad que los políticos con vocación de hacer carrera en el Estado utilizan el municipio como eslabón para avanzar en su carrera personal. Y los que piensan en el Estado, ente abstracto y burocrático, difícilmente entienden la ciudad, una realidad concreta y sensorial.[4]

Segundo. Las candidaturas ciudadanas contribuyen a “socializar la política”, a renovar a los representantes de la ciudadanía, a insuflar ideas, proyectos y estilos nuevos. A legitimar la política no como profesión sino como vocación ciudadana. A demostrar que las instituciones no son necesariamente medios de reproducción de los cargos públicos ni de puertas circulantes.

Tercero. Los gobiernos locales basados en candidaturas ciudadanas facilitan múltiples formas de participación ciudadana pues en muchos casos los electos provienen del otro lado de la barricada. La iniciativa popular, la rendición de cuentas, las audiencias promovidas desde la sociedad, las consultas o referéndums ciudadanos, la gestión cívica de servicios de interés general y de equipamientos, la participacion en los procesos deliberativos y el seguimiento y control de planes, proyectos y programas. Un caso especial es la revocación de los cargos elegidos bien sea por haber realizado actos gravemente reprobables por parte de la mayoría ciudadana y sobretodo, por incumplir el programa con el que fueron elegidos,siempre que no haya causas objetivas que lo justifiquen (impedimentos legales o económicos sobrevenidos).

Somos conscientes que las agrupaciones ciudadanas pueden derivar fácilmente hacia comportamientos corporativos que son propios de los partidos políticos. Pero serán más visibles y más receptivos a reformarse o perderán el apoyo ciudadano. Y pueden contribuir a corregir los múltiples defectos de los partidos instalados por años y años en las instituciones.

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[1] Líder del Partido Comunista Italiano, murió de un ataque al corazón mientras participaba en un mitín en el marco de una campaña electoral en 1984, a los 62 años. Unas semanas después el PCI ganaba por primera vez las elecciones generales. Poco antes su propuesta moralizadora causó impacto y el pequeño libro que se publicó poco después, La cuestión moral, se ha convertido en una obra clásica.

[2] Título de una obra clásica sobre el tema, de Pierre Grémion (Paris, 1976).

[3] Personalmente pude verificar esta distinción no por medio de una investigación sino por la práctica política. Las primeras elecciones locales democráticas en España tuvieron lugar abril de 1979. El PSUC (partido eurocomunista), en las elecciones generales celebradas un mes antes, solamente fue el primer partido en algunos pequeños y escasos municipios en las elecciones generales. A pesar de lo cual vaticiné que ganaríamos varias decenas de alcaldías en los municipios grandes y medianos y en otros, como Barcelona, podríamos quedar segundos y no cuartos como en las generales. El secretario general del partido me advirtió que no se me ocurriera decirlo en público pues el resultado probable generaría mucha frustración. La previsión optimista resultó cierta. El PSUC era el partido que había arraigado en el tejido ciudadano y sus candidatos llevaban años combatiendo los gobiernos locales de la dictadura.

[4] Una expresión del sociológo Dahrendorf en diálogo con los historiadores Geremek, Furet y Caracciolo en el libro La democrazia in Europa, Italia 1992

En una de sus últimas declaraciones el líder comunista italiano Enrico Berlinguer[1], en una entrevista con el director de La República, Eugenio Scalfari, planteó “la cuestión moral”. Ninguna democracia puede progresar si no se basa en principios morales. Su crítica de la degeneración de la política incluía a la partitocracia, sus privilegios, su distanciamiento con la ciudadanía, la corrupción generalizada. Propuso, entre otros remedios, que los partidos no debían ocupar el conjunto de las instituciones políticas ni las cúpulas de las administraciones públicas. Su función era el gobierno y el parlamento y nada más.

Por aquellos tiempos, los años 80, el autor de este artículo planteó en algunos encuentros y notas la posibilidad de facilitar candidaturas ciudadanas en las elecciones municipales y que los partidos se centraran en las elecciones nacionales y autonómicas o regionales (en un Estado federeal los “estados” que lo componen). En aquellos años, de naciente democracia en España y de arraigo en el ámbito local de los partidos progresistas o de izquierda, prohibidos y reprimidos durante casi 40 años por la dictadura, mis sugerencias fueron interpretadas como una ocurrencia fuera de lugar.