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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

No nos tenéis que pedir perdón por nada

Ruben Wagensberg

Coordinador Casa Nostra, Casa Vostra —

Desde el momento que empezaron a circular las informaciones sobre un posible atentado en Barcelona, decenas de mensajes vuestros me empezaron a entrar en el teléfono móvil a través de todos los canales posibles. Algunos, incluso, me escribíais por Whatsapp, Facebook e Instagram a la vez. Obviamente lo hacíais preocupados por nosotros y nuestras familias y amigos. Lo más delirante de todo, sin embargo, fue comprobar el sentimiento de culpabilidad que transmitíamos. Algunos de vosotros, aturdidos, incluso me llegasteis a pedir perdón. ¿Cómo hemos podido llegar hasta este punto? Qué locura de mundo. Inocentes que sufrís más que nadie los ataques de cuatro miserables fascistas, pidiéndonos perdón. ¿Perdón por qué?

¿Perdón por formar parte de un país que su jefe de Estado este pasado enero viajó hasta Arabia Saudí para cerrar una venta millonaria de armas para hacer la guerra? ¿Perdón por tener un presidente que acompaña al principal empresario armamentístico del país a hacer negocios bélicos en Oriente? ¿Perdón por tener el dinero en bancos que invierten en empresas armamentísticas? ¿Perdón por tener un barco enorme atracado la semana pasada en el puerto de Bilbao cargando armas para ir a hacer la guerra y destrozar casas y familias? ¿Perdón por tener unos gobiernos que no sólo son cómplices de hacer la guerra sino que privan a las personas que huyen de todas las vías legales y seguras? ¿Perdón por tener una de las fronteras más mortíferas del mundo como la que tenemos en Ceuta y Melilla? ¿Perdón por formar parte de un grupo de estados que firman tratados millonarios con Erdogan para impedir la llegada de refugiados? ¿Perdón por dejar cerradas y abandonadas en campos de refugiados aquellas personas que finalmente consiguen cruzar el mar perdiendo todo lo que tienen en favor de las mafias? ¿Perdón por acoger como acogemos a aquellos que consiguen salir de los campos de refugiados? ¿Perdón por utilizar el petróleo, en nuestros coches, que tantas guerras lleva en sus países? ¿Perdón por la deslocalización de nuestras empresas que nos hacen ir vestidos con camisetas compradas a 3 euros y que su fabricación deja millones de familias en la miseria? ¿Perdón por el colonialismo y el imperialismo que ha dejado el tablero mundial dividido entre países ricos que viven de países pobres?

No nos tenéis que pedir perdón por nada. Sabemos de sobra que son cuatro locos. Pero algunos de ellos, desgraciadamente, con mucho poder. Locos tenemos en todas partes.

Salvando las titánicas distancias, hemos podido comprobar por un instante muy pequeño el horror que vivís. No nos podemos ni imaginar lo que vivimos en Barcelona multiplicado pero multiplicado por mil. De día y de noche. De mañana, de tarde y de madrugada. Entre semana y durante los fines de semana. Años y años. Sin tregua ni descanso.

Lo que más mal me sabe, ha sido comprobar en los muros de mis redes sociales como amigos y personas de círculos cercanos publican todo tipo de escritos que conducen a la estigmatización de todo un colectivo que no sois responsables de nada. Y ya no hablo de racistas y fascistas declarados, sino que hablo de personas cercanas, periodistas o tertulianos que no han parado de vomitar odio. Que en lugar de mirar la luna, miran el dedo que la señala. Sin embargo, las muestras antirracistas han sido muchísimas. Esto nos da esperanza como sociedad. Debemos estar atentos pero les vamos a ganar. Seguro!

De hecho, lo sabéis más que nadie: la estigmatización de un colectivo, de una cultura, de una religión o de lo que sea, acaba llevando el odio. Y el odio es muy peligroso, porque acaba llevando a lo que ya hemos visto tantas veces a lo largo de la historia. La cultura de la paz comienza por el respeto entre iguales.

Escribo estas líneas rodeado de vosotros en Grecia, un país donde todos juntos hemos aprendido muchísimo durante el último año y medio. Las escribo muy despacio porque no me dejáis demasiado tranquilo. Niños y niñas, padres y madres, abuelos y abuelas que tuvisteis que dejar su casa por culpa de unos miserables y que ahora no nos queréis dejar ni un momento solos. Quizás porque entendéis más que nadie las sensaciones que ahora mismo tenemos las personas de Barcelona. Hace dos días que estamos comiendo, cantando, riendo y durmiendo juntos en la misma habitación. La cena que nos preparasteis ayer fue genial. Y nos reímos mucho con las más de treinta personas de vuestro país que invitasteis. No es justo. No es justo el doble castigo que algunos os quieren imponer y que aturdidos, algunos de vosotros parecéis aceptar.

Como sabéis, el 18 de febrero salimos a las calles de Barcelona para hacer la manifestación más grande del mundo en favor de la acogida de las personas refugiadas y para dignificar la vida de los recién llegados a nuestro país. Hoy, podemos entender más que nunca por qué salimos a las calles. Principalmente para defender vuestros derechos. Pero defendiendo vuestros derechos, también estábamos defendiendo nuestros. Porque todos y todas estamos en el mismo bando poniendo los miedos y las muertes a sus miserables guerras.

El mundo que queremos todos es un mundo libre de terrorismo en el sentido más amplio de la palabra. Y esto sólo será posible si la ciudadanía, las instituciones y las empresas que nos gobiernan sin que lo sepamos se comprometen con la cultura de la paz. Tenemos trabajo, empezando por aislar los gobiernos, las empresas, los bancos y las personas que de una manera u otra dan alas al racismo, al fascismo y al terrorismo.

Por cierto, qué bonito fue ayer cuando terminamos la cena cantando todos juntos: viva la vida, viva nosotros y viva la diversidad de nuestras culturas.

Gracias por tanto, habibis!

Desde el momento que empezaron a circular las informaciones sobre un posible atentado en Barcelona, decenas de mensajes vuestros me empezaron a entrar en el teléfono móvil a través de todos los canales posibles. Algunos, incluso, me escribíais por Whatsapp, Facebook e Instagram a la vez. Obviamente lo hacíais preocupados por nosotros y nuestras familias y amigos. Lo más delirante de todo, sin embargo, fue comprobar el sentimiento de culpabilidad que transmitíamos. Algunos de vosotros, aturdidos, incluso me llegasteis a pedir perdón. ¿Cómo hemos podido llegar hasta este punto? Qué locura de mundo. Inocentes que sufrís más que nadie los ataques de cuatro miserables fascistas, pidiéndonos perdón. ¿Perdón por qué?

¿Perdón por formar parte de un país que su jefe de Estado este pasado enero viajó hasta Arabia Saudí para cerrar una venta millonaria de armas para hacer la guerra? ¿Perdón por tener un presidente que acompaña al principal empresario armamentístico del país a hacer negocios bélicos en Oriente? ¿Perdón por tener el dinero en bancos que invierten en empresas armamentísticas? ¿Perdón por tener un barco enorme atracado la semana pasada en el puerto de Bilbao cargando armas para ir a hacer la guerra y destrozar casas y familias? ¿Perdón por tener unos gobiernos que no sólo son cómplices de hacer la guerra sino que privan a las personas que huyen de todas las vías legales y seguras? ¿Perdón por tener una de las fronteras más mortíferas del mundo como la que tenemos en Ceuta y Melilla? ¿Perdón por formar parte de un grupo de estados que firman tratados millonarios con Erdogan para impedir la llegada de refugiados? ¿Perdón por dejar cerradas y abandonadas en campos de refugiados aquellas personas que finalmente consiguen cruzar el mar perdiendo todo lo que tienen en favor de las mafias? ¿Perdón por acoger como acogemos a aquellos que consiguen salir de los campos de refugiados? ¿Perdón por utilizar el petróleo, en nuestros coches, que tantas guerras lleva en sus países? ¿Perdón por la deslocalización de nuestras empresas que nos hacen ir vestidos con camisetas compradas a 3 euros y que su fabricación deja millones de familias en la miseria? ¿Perdón por el colonialismo y el imperialismo que ha dejado el tablero mundial dividido entre países ricos que viven de países pobres?