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Periodismo y libertad, un mismo combate

Sin libertad el periodismo no puede sobrevivir. Y sin periodismo no existe libertad. El periodismo y la libertad tienen la misma historia. Los mismos combates. Porque son dos caras de la misma moneda: la democracia. Los periodistas se juegan la libertad, o la vida, en las guerras, en las dictaduras, ante el fanatismo o en los Estados fallidos. O se juegan el acoso y el silencio en países con democracias formales, pero en los que se imponen las actitudes sectarias, los abusos de poder, la precariedad, la concentración mediática, y las presiones que llevan a la censura, o a la autocensura, tanto en medios privados como públicos. La libertad de prensa necesita un día para ser primera página, pero requiere 365 días al año de reivindicación porque sobre ella crece, o muere, la democracia.

El 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, es ante todo un homenaje a los miles de periodistas que ponen en riesgo su vida. Porque la defensa de la libertad de expresión es una batalla global. En algunos países, una lucha a vida o muerte. En los últimos diez años han sido asesinados casi ochocientos periodistas en el ejercicio de su profesión. En Siria, en Afganistán, en México, en Irak, en Yemen… Y cientos han sido encarcelados. En Turquía, en Rusia, en Egipto… En otros países, el periodismo simplemente resulta una quimera y las pocas rendijas de libertad que se abren en las redes son reprimidas de forma implacable. En China, en Arabia Saudita, en Irán…

Una mirada al mapa de la libertad de prensa pone en valor las conquistas logradas en las democracias occidentales. Y la necesidad de defenderlas frente a las nuevas amenazas. La primera, el yihadismo, que atenta ahora a escala global contra la libertad, tal como sufrimos con el atentado a Charlie Hebdo, el 7 de enero del 2015. Aquel día, en París, quedó patente, de forma dramática, que la libertad de expresión y la democracia son caras de un mismo combate.

En los últimos tiempos hemos vivido las victorias de Donald Trump en Estados Unidos, del Brexit en Gran Bretaña y la expansión de la extrema derecha en Europa. Fenómenos todos ellos sustentados en lo que el diccionario Oxford llama ‘postverdad’. Es decir, la aceptación de la mentira por parte de personas que ponen sus intereses y prejuicios por delante de la verdad. Cuando las llamadas “a la emoción y a las creencias personales influyen más en la gente que los hechos objetivos”. Son los “hechos alternativos” de los que habla ahora el equipo de Trump en la Casa Blanca. Una forma de construir mentiras para una opinión pública que está dispuesta a creerlas porque encajan con sus ideas preconcebidas. En España esta regresión está simbolizada en la llamada ‘Ley Mordaza’ (Ley de Seguridad Ciudadana), aprobada por el Partido Popular de la mayoría absoluta como reacción de los poderes establecidos a la movilización social.

El combate en favor de la libertad de prensa experimenta momentos heroicos o trágicos, pero se libra también en las redacciones, en el trabajo cotidiano de los periodistas, en las decisiones profesionales de cada día respecto a la búsqueda de la veracidad, la responsabilidad colectiva y la independencia profesional. Valores con un principio previo: la libertad.

El catedrático Norbert Bilbeny recuerda en su libro Ética del periodismo que el periodista tiene el deber de aspirar a la veracidad; de preservar su independencia; de defender el interés público y de comprometerse con la justicia. “Todo este conjunto de principios descansa en dos fundamentos, anteriores a todas estas pautas y a cualquier ética profesional: la libertad y la responsabilidad. La ética es la responsabilidad, pero no hay responsabilidad sin libertad.”

La Declaración de Múnich, 1971, adoptada por las federaciones y organizaciones de la prensa europea, recuerda que los periodistas deben ser garantes de una libertad que es de todos los ciudadanos: “El derecho a la información, a la libre expresión y a la crítica es una de las libertades fundamentales del ser humano. De este derecho público a conocer los hechos y las opiniones procede el conjunto de derechos y deberes de los periodistas”. Pero la gran pregunta es hasta qué punto los periodistas son libres para poder acometer el mandato ético que reciben por parte de la sociedad.

La crisis que estalló en el año 2007 puso en evidencia todos los males que venían afectando al periodismo desde finales del siglo anterior. La caída en picado de la publicidad puso en evidencia tres crisis larvadas en la prensa desde hacía años. La crisis de credibilidad por no haber ejercicio de contrapoder; la impotencia y desconcierto ante el impacto de las nuevas tecnologías y los efectos de graves errores de gestión. Una ‘tormenta perfecta’ que endeudó a los grandes medios e hipotecó su independencia.

Al mismo tiempo, la precariedad laboral y profesional de los periodistas era una epidemia desde hacía años, pero, de pronto, se hizo visible. El grado de libertad y autonomía profesional de los periodistas en las redacciones llevaba, también, mucho tiempo en retroceso. Durante estos años de crisis ética en la prensa, han sido precisamente las voces libres las que han salvado el periodismo, mucho más que los medios como instituciones. Periodistas que han mantenido, mientras les fue posible, sus “burbujas de libertad” dentro de las redacciones.

Pero las mismas causas que llevaron a la crisis a la prensa convencional han abierto posibilidades hasta ahora desconocidas. La irrupción de las nuevas tecnologías, el auge de las redes sociales, la presencia de una sociedad mucho más activa, y la demanda de medios independientes y creíbles generan las condiciones propicias para el surgimiento de un nuevo ecosistema mediático. Un ecosistema en el que los periodistas puedan liderar la creación de nuevos espacios de libertad e independencia. Donde existan medios de comunicación libres como el que usted está leyendo en estos momentos.

La libertad de prensa no está ganada. Aquí necesita un combate diario por parte de los periodistas y de la sociedad. En muchos otros lugares y momentos los periodistas se juegan la vida para defenderla. A ellos está dedicado el 3 de mayo, el Día Mundial de la Libertad de Prensa. La libertad que nosotros debemos preservar a toda costa y que buena parte del mundo aún lucha por conquistar.  

Sin libertad el periodismo no puede sobrevivir. Y sin periodismo no existe libertad. El periodismo y la libertad tienen la misma historia. Los mismos combates. Porque son dos caras de la misma moneda: la democracia. Los periodistas se juegan la libertad, o la vida, en las guerras, en las dictaduras, ante el fanatismo o en los Estados fallidos. O se juegan el acoso y el silencio en países con democracias formales, pero en los que se imponen las actitudes sectarias, los abusos de poder, la precariedad, la concentración mediática, y las presiones que llevan a la censura, o a la autocensura, tanto en medios privados como públicos. La libertad de prensa necesita un día para ser primera página, pero requiere 365 días al año de reivindicación porque sobre ella crece, o muere, la democracia.

El 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, es ante todo un homenaje a los miles de periodistas que ponen en riesgo su vida. Porque la defensa de la libertad de expresión es una batalla global. En algunos países, una lucha a vida o muerte. En los últimos diez años han sido asesinados casi ochocientos periodistas en el ejercicio de su profesión. En Siria, en Afganistán, en México, en Irak, en Yemen… Y cientos han sido encarcelados. En Turquía, en Rusia, en Egipto… En otros países, el periodismo simplemente resulta una quimera y las pocas rendijas de libertad que se abren en las redes son reprimidas de forma implacable. En China, en Arabia Saudita, en Irán…