Hace unos días realicé un peculiar ejercicio con mis alumnos y alumnas de grado. La idea era, dentro de la asignatura de Introducción a la Sociología y Psicología del Turismo, confirmar o refutar una sencilla hipótesis a través de una práctica breve de observación participante en un espacio cercano a la Escuela. El lugar escogido fue la Plaça dels Països Catalans y la hipótesis la siguiente: “La Plaça no funciona. Se trata de un lugar básicamente de paso debido a su diseño y construcción”. Esto nos dio luego pie a repasar el origen de este tipo de urbanismo en la ciudad y a plantear posibles alternativas.
Como titulaba el periodista Llàtzer Moix, hubo un momento en la historia de Barcelona en que ésta fue La ciudad de los arquitectos. La llegada de los socialistas al poder en 1979, de la mano del PSUC, no lo olvidemos, supuso el acceso a la Casa Gran de una nueva generación de políticos y políticas demócratas que, además, provenían supuestamente de una tradición de izquierdas, portando nuevos aires a las formas de entender la política municipal. Y digo supuestamente porque, tal y como señalara el ex Molt Honorable Jordi Pujol, muchos de ellos eran socialistas de Sant Gervasi, esto es, vecinos y vecinas de una parte de Barcelona históricamente poblado de gent benestant.
Sea como fuere, el comienzo de la década de los 80 en la ciudad condal se caracterizó, entre otras cuestiones, por la escasez de recursos económicos, los inicios del sueño olímpico y la acción acelerada de un Gobierno que se veía en la necesidad de satisfacer las peticiones del poderoso movimiento vecinal de aquel entonces, a la vez que trataba de desmantelarlo. El año 80 fue también el de la llegada a la Delegación de Urbanismo del arquitecto Oriol Bohigas. Aunque éste, famoso por su legendaria afirmación en torno a las necesidades urbanísticas de Barcelona –dignificar el centro y monumentalizar la periferia-, no llegó solo al Ajuntament, sino acompañado por muchos de sus ex alumnos, alumnas y discípulos, los conocidos lápices. Toda una generación de arquitectos que pudo, por fin, poner sus manos sobre Barcelona.
El impulso político, la escasez de recursos y las tendencias arquitectónicas en boga entre los lápices llevaron, entre otros, a la popularización de las conocidas como plazas duras. Serían estas aquellas donde abundaba el hormigón y el cemento, siendo la cubierta vegetal un elemento insignificante, cuando no en directa extinción. Un ejemplo de ello es la actual Plaça dels Països Catalans, frente a la Estación de Sants.
El entorno de la Estación de Sants es objeto de controversia al menos desde la época de Trias en el Ajuntament. Suyas son las palabras, allá por 2015, de que la zona era “una vergüenza lamentable”. El Gobierno de Barcelona en comú, acompañado por los socialistas, como no podía ser de otra manera, retomó la idea de intervenir en el área a través de un plan de “recuperación y protección de los espacios públicos modernos en la ciudad”. De este modo, y tras el consiguiente proceso participativo –marca de la casa en comú-, la idea es reconocer el valor de éste y otros emplazamientos, tales como el Moll de la Fusta y los parques de Diagonal Mar.
Entre las conclusiones de los alumnos y alumnas del grado se encontraron algunos elementos que, quizás, puedan ser de interés tanto para el vecindario como para el equipo municipal. Paso a recogerlos a continuación. En general se considera a la plaza como un lugar de paso; la gente viene y va, mucha proveniente de la Estación de Sants: viajeros de negocios del AVE a Madrid, usuarios de Rodalies, etc. Se trata, además, de un lugar sucio, sin bancos donde conversar o simplemente pararse un instante a recuperar el resuello, ni ningún tipo de vegetación. Tampoco existe equipamiento o instalación alguna que permita una cierta presencia constante en su entorno. En las interpelaciones realizadas a los caminantes, éstos se sorprendían incluso de que el lugar tuviera la consideración de plaza, aunque ésta fuera reconocida con un Premio FAD en el año 1984. En general, la percepción de la misma era como un espacio feo, sucio y con poco uso, aunque algunos vecinos y vecinas de la zona todavía recordaban la zona como un lugar de encuentro y esparcimiento. Entre las propuestas elaboradas se encontraban las de dotar a la escena de algo más de colorido, zonas verdes que permitan respirar al paseante; bancos y espacios de descanso colectivos, evitando los equipamientos individuales que impiden la conversación y, por último, la instalación de zonas infantiles, áreas para perros y un entorno delimitado en exclusiva para skaters, verdaderos amos del lugar a determinadas horas del día. En relación con el entorno, pacificar el tráfico, reduciendo la presencia de vehículos en general, y conectar la zona con la cercana Avenida de Roma.
Éstas y otras ideas podrían ser de interés si la intención es, verdaderamente, que se produzca una reapropiación por parte del vecindario de una plaza que, por muchos premios que tenga, no ha sido nunca nada más que una plaza dura. Y, a veces, ni eso.