Nunca como ahora se había conjugado con tanta frecuencia la primera persona del plural en el escenario político. El “Yes, we can” con el que Obama ganó las elecciones a la Casa Blanca en Estados Unidos ha inspirado, por su fuerza y sencillez, a muchas otras formaciones que apelan al optimismo colectivo en tiempos difíciles.
El plural en primera persona responde a la concepción de un “nosotros” que comparte, coopera, distribuye y alcanza el objetivo último: empoderar a la ciudadanía. Deja atrás la figura del líder carismático que fascina a sus seguidores y apuesta por el protagonismo compartido, por una fuerza común que se genera en las propias bases. Sin embargo, ¿cuánto hay de cierto tras esos emocionantes lemas?
A nadie se le escapa que el empoderamiento colectivo no es tarea simple, ni mucho menos rápida. Vivimos en una sociedad profundamente desmotivada, en elevada situación de vulnerabilidad, abocada al individualismo y a una pelea cotidiana por la supervivencia. Los altos niveles de desempleo y de precariedad laboral conducen, como han demostrado tantos estudios psicosociales, a una reducción drástica en la participación política y cultural, y a la apatía y resignación pasiva de una mayoría ante los acontecimientos. La escandalosa emergencia de la corrupción en el sistema político y financiero ha alejado aún más a la ciudadanía de la participación e incluso de la misma idea de democracia. Se tiene la sensación de que “no hay nada que hacer” o bien “todo seguirá igual hagamos lo que hagamos” o incluso “todos (en política) son iguales”. La alarma e indignación de las primeras fases acaba convirtiéndose, cuando no se producen cambios significativos, en indefensión generalizada. Nada hay más lejos del empoderamiento.
Étienne de laBoétie se preguntaba, ya en el siglo XVI, a qué se debía esa enfermedad mortal de los pueblos de someterse resignadamente a los designios de los poderosos, de los tiranos, en una suerte de “servidumbre voluntaria” de desenlace fatal. En su maravillosa defensa de la libertad, la Boétie descubre que no son las causas objetivas las que provocan el sometimiento sino la creencia inducida de la gente de que no hay más posibilidad que la esclavitud.
Para romper esa convicción interiorizada se necesita algo más que la repetición de lemas motivadores, por positivos que sean. Empoderamiento significa autonomía, afirmación, seguridad… características que no pueden transmitirse por las palabras sino por la construcción de un sistema en que las personas tomen las riendas de sus propias vidas, un sistema de asunción de responsabilidades individuales y colectivas, participación en los espacios de toma de decisiones y la experiencia continuada de cambios reales y efectivos.
Para situarse en esta nueva posición de poder se requieren liderazgos generosos, por encima de todo éticos, provenientes de la acción colectiva y no situados en protagonismos unipersonales, que es lo que acostumbra a pasar incluso entre los que se autodenominan representantes de la “nueva política”. Pero, sobre todo, se necesita el paso adelante de la ciudadanía, el deseo de intervenir, cambiar, exigir, decidir… necesitamos la aparición de esa “clase valiente” que tantas personas están ya reclamando en las calles, y cuya larga espera nos mantiene en estado de incertidumbre y lejana esperanza.
Nunca como ahora se había conjugado con tanta frecuencia la primera persona del plural en el escenario político. El “Yes, we can” con el que Obama ganó las elecciones a la Casa Blanca en Estados Unidos ha inspirado, por su fuerza y sencillez, a muchas otras formaciones que apelan al optimismo colectivo en tiempos difíciles.
El plural en primera persona responde a la concepción de un “nosotros” que comparte, coopera, distribuye y alcanza el objetivo último: empoderar a la ciudadanía. Deja atrás la figura del líder carismático que fascina a sus seguidores y apuesta por el protagonismo compartido, por una fuerza común que se genera en las propias bases. Sin embargo, ¿cuánto hay de cierto tras esos emocionantes lemas?