Todavía podéis contemplar un milagro en la cartelera cinematográfica de Barcelona. No estoy hablando de una máquina que consigue despejar el hedor a palomitas de las salas, es algo aún más imposible. Se trata de buen cine político. De aquel que cuece al Estado y que tiene, en sí mismo, una doble dimensión milagrosa. El hecho de que en plena crisis y en un Estado berlusconiano como Italia consiga levantar y llevar a buen puerto una película como Díaz. No limpiéis esta sangre (Daniele Vicari, 2012) es digno de las oraciones de Fátima Báñez.
La película describe la escalofriante noche del 21 de julio de 2001 en Génova, el segundo día de la reunión del G8 y de su correspondiente contracumbre (para los activistas más jóvenes: se trataba de una especie de “mega-escrache” pero muy bestia). Esa noche, los carabinieri asaltaron la escuela Díaz, donde se encontraba el centro de coordinación y donde dormían muchos militantes de todo el mundo. Como recordará mucha gente y como retrata fielmente la película, un enjambre de carabinieri enloquecidos entró en la escuela y agredió de forma absolutamente criminal a todo lo que encontró. Hasta 80 personas fueron al hospital. Una de ellas quedó en coma y casos como el del periodista Mark Covell, con ocho costillas rotas, dieciséis dientes de menos y la perforación del pulmón, no fueron ni errores ni anécdotas.
Los detenidos ese día fueron encarcelados, vejados, violados y, lo que es peor, ninguno de sus países de origen en reclamó su repatriación ni se preocupó por su estado.
Perdonarán que me meta por medio con una batallita, pero servidor estaba en Génova durante aquellos inolvidables días. La noche del 21 me encontraba en un campamento a medio camino entre la escuela Díaz y el estadio Carlini, que también fue asaltado. El ruido de los helicópteros, las noticias confusas de la radio, las llamadas por teléfono y el miedo y la rabia. Rabia por la impune y masiva suspensión de derechos que nos dejaba claros cuáles eran los límites de la democracia.
Los días siguientes la rabia dio paso a la estupefacción. La incomunicación de los detenidos, los malos tratos y la colaboración siniestra de todas las democracias en esta barbaridad dejó claro hasta qué punto el viejo monopolio del poder se encuentra perfectamente engrasado para cuando se le necesita. Dos años después, en Salónica, siete personas más fueron también vejadas y encarceladas después de unas protestas. La injusticia necesitó de 53 días de huelga de hambre de los presos libertarios para ser ligeramente corregida.
Estamos hablando del ciclo de lucha que se llamó alterglobalizador y que, desgraciadamente, tuvo en esa misma ciudad a su primer mártir, Carlo Giuliani.
Explico estos dos casos célebres al hilo de la película y con la cabeza puesta en las detenciones en Sabadell de cinco personas acusadas (siempre igual) de terrorismo y de pertenecer a Bandera negra. La película nos hace venir a la mente la gente de la Ciutadella y del bloqueo en el Parlament a la que piden cinco años de condena. La misma que los activistas que tiraron un pastel en la cara de Yolanda Barcina, la presidenta navarra. Nos trae a la cabeza los inagotables recursos represivos de las democracias y su facilidad en el uso.
Díaz. No limpiéis esta sangre no habla de los hechos de 2001. Habla de la represión futura. Nos advierte de lo que pasará y de lo que son capaces de hacer. La película nos entrena y fortalece por las represiones que ahora mismo están diseñando para todos nosotros.
Id a ver el milagro y preparémonos para nuestros futuros martirios.
Todavía podéis contemplar un milagro en la cartelera cinematográfica de Barcelona. No estoy hablando de una máquina que consigue despejar el hedor a palomitas de las salas, es algo aún más imposible. Se trata de buen cine político. De aquel que cuece al Estado y que tiene, en sí mismo, una doble dimensión milagrosa. El hecho de que en plena crisis y en un Estado berlusconiano como Italia consiga levantar y llevar a buen puerto una película como Díaz. No limpiéis esta sangre (Daniele Vicari, 2012) es digno de las oraciones de Fátima Báñez.
La película describe la escalofriante noche del 21 de julio de 2001 en Génova, el segundo día de la reunión del G8 y de su correspondiente contracumbre (para los activistas más jóvenes: se trataba de una especie de “mega-escrache” pero muy bestia). Esa noche, los carabinieri asaltaron la escuela Díaz, donde se encontraba el centro de coordinación y donde dormían muchos militantes de todo el mundo. Como recordará mucha gente y como retrata fielmente la película, un enjambre de carabinieri enloquecidos entró en la escuela y agredió de forma absolutamente criminal a todo lo que encontró. Hasta 80 personas fueron al hospital. Una de ellas quedó en coma y casos como el del periodista Mark Covell, con ocho costillas rotas, dieciséis dientes de menos y la perforación del pulmón, no fueron ni errores ni anécdotas.