El primer acto del gran giro soberanista de Artur Mas hacia “lo desconocido” fue sin duda la multitudinaria manifestación del 11-S. La paternidad de la gran marcha secesionista fue formalmente obra de terceros, pero es una evidencia que el movimiento liderado por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) cuenta desde sus inicios con algo más que la simpatía y el apoyo simbólico de CiU y sus afines. En cualquier caso, la ya histórica proclama popular por la independencia habría sido imposible sin la formidable movilización de la federación nacionalista y el aliento y las consignas institucionales de la Generalitat, amén de la tradicional épica mediática propia de tales fechas.
El segundo gran acto fue obviamente la “declaración de Alcalá 44”, sede de la “embajada” de la Generalitat en Madrid, lugar adonde se rindió significativamente el President para levantar acta pública del “no” de Mariano Rajoy al pacto fiscal formulado poco antes en La Moncloa, y del consecuente escenario resultante hacia “lo desconocido”. En realidad, Mas se limitó a constatar oficialmente a domicilio lo que ya era un hecho conocido e inamovible desde casi un año antes.
Un fiasco anunciado
El fiasco del pacto fiscal era cosa sabida incluso meses antes de las elecciones a Cortes, cuando las encuestas vaticinaban la aplastante mayoría del PP y anunciaban el fracaso de la estrategia de CiU. El “no” de Durán a la investidura de líder del PP ilustra crudamente el suceso, que echó por tierra el osado objetivo de arrancar al PP nada menos que la soberanía fiscal de Catalunya a cambio del apoyo a un gobierno sin mayoría en el Congreso.
Visto desde hoy, el plan resultó efectivamente una quimera, por utilizar la jerga de trazo grueso utilizada por los bloggers al servicio de La Zarzuela. Desde entonces hasta hoy, el envalentonamiento del Gobierno del PP como intérprete y administrador único del Estado ha crecido en paralelo a las dificultades de la Generalitat para hacer frente a los estragos de la Gran Recesión y la crisis de la deuda, materializados en una creciente crisis social suscitada por la severidad de los recortes del gasto público.
En este contexto llega ahora el tercer acto preliminar del “viaje a Ítaca” anunciado por el President en su fulminante proceso de mutación política: se trata del traslado del “mandato de la calle” al Parlament de Catalunya, donde CiU aspira a darle plena legitimidad y forma mediante un pronunciamiento solemne que recoja el pálpito popular y visualice y consolide el nuevo espacio político sobre el que Artur Mas aspira a ejercer su incipiente caudillismo secesionista.
El debate de política general del Parlament se presenta así como el gozne sobre el cual girará previsiblemente el inesperado cambio de ciclo surgido a mitad de mandato del actual Gobierno. La historia determinará las responsabilidades de unos y otros en la abrupta interrupción de la legislatura en la fase más cruda de la crisis, por mucho que sea un acto legítimo y hasta inevitable a estas alturas.
Una nueva Cámara volcada en la cuestión nacional e identitaria sería, se mire como se mire, un escenario desastroso incluso para los propios interesados o beneficiarios del cambio de paradigma político. “En política no hay ninguna regla segura; no es la acción, sino las reacciones que en cada caso puedan producirse en el espíritu público, las que deciden la suerte de los pueblos”, escribió en su dietario (“Abans del sis d'octubre”, Quaderns Crema, Barcelona 2008) el abogado y periodista Amadeu Hurtado, un pactista nato rebasado por el radicalismo de la época y testigo de excepción de la etapa previa a la proclamación del Estat Català por el presidente Companys en 1934.
Clima de ebullición
La trascendental sesión parlamentaria de esta semana, que sucede al primer pronunciamiento oficial del Consell Executiu de la Generalitat tras el entierro del pacto fiscal, se presenta bajo el signo de la incertidumbre electoral. El clima es propicio a la ebullición de las pasiones y las grandes declaraciones de principios ante el nuevo escenario surgido de la calle. Un suceso inédito y de reminiscencias históricas, portador de una fuerte carga sentimental que emplaza a los políticos electos ante su misión como tales.
No es la primera vez que ocurre y no siempre para bien. El 8 de junio de 1934, mientras ejercía de comisionado de la Generalitat en Madrid para defender la Llei de Contractes de Conreu recurrida por el Gobierno de la República, Amadeu Hurtado escribió: “Catalunya no ha producido, ni puede producir por ahora, ningún otro tipo de político que el agitador, propenso a la protesta como el propio pueblo y diestro en aprovechar cualquier motivo de orden sentimental para dar miedo al adversario mientras dure la llamarada”.
Naturalmente, eran otros tiempos, pero es útil repasar la historia aunque resulte desagradable. También vale para el propio Rey de España, cuya presencia en Barcelona le brinda la ocasión impagable de enviar una señal de sensibilidad ante la frustración que se extiende en Catalunya y que amenaza a su vínculo íntimo con la monarquía constitucional de 1978.
El primer acto del gran giro soberanista de Artur Mas hacia “lo desconocido” fue sin duda la multitudinaria manifestación del 11-S. La paternidad de la gran marcha secesionista fue formalmente obra de terceros, pero es una evidencia que el movimiento liderado por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) cuenta desde sus inicios con algo más que la simpatía y el apoyo simbólico de CiU y sus afines. En cualquier caso, la ya histórica proclama popular por la independencia habría sido imposible sin la formidable movilización de la federación nacionalista y el aliento y las consignas institucionales de la Generalitat, amén de la tradicional épica mediática propia de tales fechas.
El segundo gran acto fue obviamente la “declaración de Alcalá 44”, sede de la “embajada” de la Generalitat en Madrid, lugar adonde se rindió significativamente el President para levantar acta pública del “no” de Mariano Rajoy al pacto fiscal formulado poco antes en La Moncloa, y del consecuente escenario resultante hacia “lo desconocido”. En realidad, Mas se limitó a constatar oficialmente a domicilio lo que ya era un hecho conocido e inamovible desde casi un año antes.