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La “campaña perfecta” de CiU en el camino a Itaca

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El final de la campaña electoral catalana culmina la fase inicial de la convulsión política desencadenada por la ya histórica manifestación de la Diada del 11 de Septiembre. Ha sido sin duda la “campaña perfecta” para el guión soberanista improvisado por Artur Mas y el aparatchik de CDC ante el desbordamiento de sus propias previsiones sobre la “transición nacional”. El prólogo del nuevo ciclo político que se abre en Catalunya arrancó con una incontenible escenificación de mesianismo político como respuesta a la imponente efusión popular y se cierra ahora provisionalmente bajo una fuerte carga de victimismo como réplica al despliegue de “guerra sucia”. Y todo ello en una sociedad sacudida por el vértigo de los acontecimientos y electrizada por la inminencia del voto y la trascendencia de sus decisiones.

Como es sabido, la campaña comenzó de facto al día siguiente del 11-S con la solemne declaración de Mas al asumir el clamor de la calle como un mandato político y declararse dispuesto a liderar y conducir el proceso hasta sus últimas consecuencias. “No estamos lejos de Itaca”, afirmó entonces en un entorno de excepcional solemnidad. “El Estado español no nos lo pondrá fácil, pero todo es posible si hay voluntad, grandes mayorías y capacidad de resistir'', clamó el presidente de la Generalitat a pocos días de su anunciada ceremonia de ruptura con Mariano Rajoy en La Moncloa.

Más de dos meses después, todo parece ajustarse de forma inexorable a los imperativos previsibles del guión trazado por los cerebros de la nueva hoja de ruta de CiU hacia la plenitud nacional. “El presidente del Gobierno español no es ajeno a todo lo que está pasando”, ha dicho sin miramientos el candidato de CiU, quien no ha dudado en acusar directamente a Mariano Rajoy de estar detrás de una conspiración político-policial vehiculada a través del diario El Mundo para “intentar cambiar la voluntad del pueblo catalán”. Nada más y nada menos.

“Crescendo” final

En pleno zafarrancho de acciones legales contra los presuntos autores del presunto libelo de presunta corrupción lanzado contra la familia Pujol y el propio Artur Mas, amén del conseller Puig, el clima de belicismo verbal no hace ascos a nada. El portavoz de CiU en el Parlament de Catalunya, Jordi Turull, no ha dudado en echar mano del martirologio para responder a lo que califican de ofensiva de los poderes del Estado en el tramo más decisivo de la campaña electoral. “Cuando no fusilan a nuestros presidentes intentan destruirlos mediáticamente”, ha dicho el diputado en una doble referencia al malogrado Lluís Companys y al propio Jordi Pujol.

La desdichada referencia al pelotón de fusilamiento se inscribe en el tenso “crescendo” de tono de los últimos días, en el que la no menos desafortunada incursión del ministro de Hacienda (“el que tiene que comparecer es el que tiene cuentas en Suiza no declaradas”) ha pulverizado cualquier norma de contención política exigible por el cargo. Tal vez no es casual que Gabriel Montoro forme tándem con su colega Luis de Guindos, considerado por el influyente Financial Times como el peor ministro de Economía de Europa.

Sobre el papel, la sucesión de los acontecimientos conforme al eje clásico del discurso y la dialéctica política de CiU podría conducir in extremis a Artur Mas a la mayoría absoluta que necesita para liderar en condiciones la “mayoría indestructible” o “excepcional” que reclama para conducir el proceso. El propio candidato esgrime con gravedad el argumento del linchamiento político orquestado desde el Gobierno central para pedir todo el voto soberanista y dar paso a un escenario irreversible hacia la autodeterminación.

El precedente del caso Banca Catalana, que en 1984 propició la primera mayoría absoluta de CiU y dio paso a la interminable era política de Jordi Pujol, opera como un incentivo en la maquinaria electoral de la federación nacionalista. La mayoría absoluta aún sería posible, a pesar de la unanimidad de las encuestas publicadas hasta la fecha. No cabe duda que, de conseguirla finalmente contra todo pronóstico, rodarán algunas cabezas en no se sabe qué despachos de qué sitios del Estado. Tiempo al tiempo.

Ni mula ni buey

Con o sin mayoría absoluta, el nuevo escenario político catalán sufrirá un cambio sustancial a partir de la próxima semana. Salvo sorpresas hoy por hoy del todo improbables, Catalunya amanecerá virtualmente con un Gobierno de vocación independentista sin haber cambiado de nombre ni apellidos, asistido por fuerzas declaradamente secesionistas con las que formaría un bloque hegemónico en el nuevo Parlamento autonómico. Por si no fuera bastante, es posible que la colosal mudanza política se cobre definitivamente la cabeza del PSC como alternativa de poder y consagre a la derecha estatal como líder de la oposición. Un terremoto para el que aparentemente nadie se ha preparado de forma inteligente en los últimos meses, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta los antecedentes que nos han conducido hasta aquí.

En este escenario político irreconocible, sujeto sin embargo a las variables que surjan de las urnas, los ciudadanos de Catalunya van a enfrentarse en los próximos cuatro años –tal vez solo dos nuevamente, según ha apuntado Artur Mas-- al doble reto de la emancipación política y la resurrección económica. Por no hablar de lo que van a dar de sí Europa y el planeta entero. Así que el horizonte de más allá de la Navidad está plagado de incógnitas, aunque al menos hoy ya sabemos que en el portal de Belén no hubo mula ni buey, según ha revelado por escrito el propio papa Ratzinger. Algo es algo.

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El final de la campaña electoral catalana culmina la fase inicial de la convulsión política desencadenada por la ya histórica manifestación de la Diada del 11 de Septiembre. Ha sido sin duda la “campaña perfecta” para el guión soberanista improvisado por Artur Mas y el aparatchik de CDC ante el desbordamiento de sus propias previsiones sobre la “transición nacional”. El prólogo del nuevo ciclo político que se abre en Catalunya arrancó con una incontenible escenificación de mesianismo político como respuesta a la imponente efusión popular y se cierra ahora provisionalmente bajo una fuerte carga de victimismo como réplica al despliegue de “guerra sucia”. Y todo ello en una sociedad sacudida por el vértigo de los acontecimientos y electrizada por la inminencia del voto y la trascendencia de sus decisiones.