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Hacia una política de ciudad jugable

Un 38% de los casos de asma infantil se deben a la contaminación del aire, según un estudio

Maria Truñó / Emma Cortés

Instituto de Infancia y Adolescencia de Barcelona —

Cada cual tiene sus memorias de juego de cuando era pequeño y no hay que tener un hijo o una hija para saber de la necesidad vital y del placer de jugar durante la infancia. En la jornada El derecho de los niños a la ciudad, el pedagogo Francesco Tonucci nos recordaba que, de hecho, para jugar se necesita muy poco: un tiempo, un espacio, compañeros de juego y pocos y buenos juguetes. Es aparentemente sencillo, pero en un entorno urbano más bien inhóspito, poco sensible a las necesidades de la infancia, con injusticia espacial por el dominio del coche, y conflictos de usos en un espacio público escaso, la realidad es que el tiempo y las oportunidades para jugar al aire libre con otros niños y niñas se han hecho pequeñas tanto en Barcelona como en la mayoría de ciudades.

Asimismo, la ciudad reduce los espacios pensados para jugar a áreas delimitadas y está poco preparada para el juego fortuito que se da fuera de ellas, aunque todas sabemos que los niños y niñas juegan en todas partes y los adolescentes buscan permanentemente –y a menudo, con poco éxito– lugares donde estar, relacionarse y jugar según sus intereses. Para los más pequeños, el espacio es escaso, pero en el caso de los más mayores es prácticamente inexistente. Cuando radiografiamos las áreas de juego infantil vemos que son excesivamente estandarizadas, poco diversas y conectadas con la naturaleza, y diseñadas pensando prioritariamente en la seguridad, el mantenimiento y la tranquilidad de los adultos, y no tanto en las posibilidades de juego que ofrecen.

El hecho de que las ciudades, de manera planificada, no acompañen ni estimulen lo suficiente el juego libre y creativo de niños y niñas no es una buena noticia. En primer lugar, porque durante la infancia jugar no es un tema menor, sino que, de lo importante que es, se reconoció como un derecho humano en la Convención sobre los derechos del niño (art.31), con la misma relevancia para un buen desarrollo como la vivienda, la salud o la educación.

Es por eso que crecer con déficit de juego tiene impactos negativos en el desarrollo saludable de niñas y niños. Y, en segundo lugar, porque tal como dice el urbanista Jan Gehl, los niños jugando en la calle son un buen indicador de la calidad de la vida comunitaria en la ciudad, del mismo modo que la presencia de mariposas volando son una especie indicadora de la calidad del aire.

Pero la cosa se complica en una sociedad con aversión al riesgo donde tendemos a la sobreprotección de nuestros pequeños y donde incluso el Comité de los derechos del niño de Naciones Unidas habla de “contar con tiempo y con un espacio accesible para jugar sin control ni gestión de los adultos” como uno de los factores clave para que los niños ejerzan su derecho al juego. Porque sabemos que para crecer hay que relacionarse, asumir retos, afrontar frustraciones, tomar decisiones, gestionar el riesgo... Y todo esto se hace de manera espontánea y creativa mientras se juega con libertad.

A pesar de que el modelo urbano condiciona enormemente cómo se vive la ciudad, no es lo mismo la ciudad física que la ciudad vivida, que la ciudad jugada. Una buena planificación y un buen diseño urbano es una condición necesaria, pero no suficiente. El reto pasa también por sistematizar fórmulas concretas y diversas para que las personas –todas, y empezando por las pequeñas– hagan más actividad lúdica al aire libre, así como reforzar los vínculos y las prácticas de convivencia comunitaria que se da alrededor del juego.

En el programa 'Parlen els nens i nenes', a partir de una reciente encuesta a 4.000 niños de 10 a 12 años de Barcelona, hemos sabido que la mitad no están suficientemente satisfechos con los espacios para jugar y divertirse en su barrio, y que 4 de cada 10 no juega ni pasa suficiente tiempo al aire libre (responden nunca, casi nunca o 1 o 2 días a la semana).

Para dar una respuesta profunda a estos retos de ciudad jugable, a la hora de repensar el modelo urbano habrá que incorporar esta capa de jugabilidad como una de las necesidades clave de la vida cotidiana. Toca intervenir urbanísticamente, pero también socialmente. Porque no va sólo de espacios, sino también de gente. De gente diversa en edades, género, orígenes y diversidad funcional que, ya sea jugando o acompañando el juego de aquellos quienes cuidan, vive estos espacios en momentos y de maneras diferentes. ¿Cómo los habitarán y utilizarán? ¿Como lugares de paso? ¿Como una extensión de su casa donde encontrarse, estar, charlar, jugar...? ¿Se apropiarán de los espacios en positivo al sentírselos propios como lugares vitales significativos? ¿O en negativo y excluirán otros perfiles y usos sociales? Reivindicamos el papel del juego en la calle y su potencial para crear comunidades más felices, saludables e inclusivas.

Pensar en los espacios lúdicos al aire libre como un recurso comunitario más puede ayudarnos a extraerle todo su potencial. Para ello habrá que avanzar con los dos pies: el de la infraestructura y el de los usos. Respecto al primero, hablamos de invertir en una infraestructura lúdica de calidad, versátil y estimulante para el juego y también para lo que pasa alrededor del juego; con acupuntura de microintervenciones urbanas que mejoren los entornos como lugares de encuentro social, cuidando tanto los elementos de juego como el alumbrado, bancos, mesas de picnic, fuentes de agua, wc… Hablamos también de que la infraestructura lúdica se fusione mejor con la infraestructura verde urbana para lograr naturalizar y también pacificar los entornos de juego para que sean “suficientemente libres de contaminación y tráfico para que los niños puedan circular libremente y de manera segura” –como recomienda Naciones Unidas.

En relación al segundo, a los usos, a las prácticas, nos referimos a explorar y reforzar tácticas que estimulen el juego y que tengan sentido en el tejido social y territorial de cada barrio, incluyendo medidas positivas para mitigar posibles molestias de la actividad lúdica, pero lejos de prohibirla sin más. El añorado periodista Carles Capdevila insistía en artículos y debates: ¿cómo puede ser que prohibamos jugar en los parques? ¿Qué sentido tiene? “Hace falta que busquemos alternativas porque las ciudades sean más a la medida de los niños, o sea, a la medida de las personas”.

Como decíamos, el juego es esencial y un derecho de la infancia, pero la actividad lúdica diversa al aire libre beneficia la salud y el bienestar físico, mental y social de los 0 a los 99 años. Claramente, necesitamos movernos más, salir más al aire libre, estar en contacto con el verde urbano y permitirnos más tiempo para jugar y encontrarnos. En el marco de la Estrategia Barcelona da mucho juego, estamos acompañando un cambio para avanzar hacia una política de ciudad jugable que mejore, diversifique y amplíe las oportunidades y prácticas de juego partiendo de una idea sencilla: el juego es un asunto más estratégico de lo que pueda parecer y, por ello, merece ser materia de política local.

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