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Populismo punitivo en los titulares de sucesos

Berta Francàs

Periodista y criminóloga —

Estos son sólo algunos de los titulares que podemos encontrar en los medios de comunicación. La tarea pedagógica de un determinado Periodismo rema en contra de lo que debería ser, aquella idea lejana de transformación social en la que muchas queríamos contribuir al empezar la carrera. Sembramos el miedo en el tratamiento de los sucesos, prima la espectacularidad por encima del análisis y hacemos dejación completa de los principios de nuestro propio Código Deontológico para informar de manera cuidadosa y precisa; evitar prejuicios con informaciones sin suficiente fundamento; el respeto al derecho a la privacidad; salvaguardar la presunción de inocencia y la dignidad de las personas, y su integridad física y moral, entre otros.

Y así germina reiteradamente un odio irreflexivo hacia las víctimas del sistema. Y cuando hablamos de víctimas, no nos referimos sólo a las que nos vienen a la cabeza en primera instancia. Ignoramos deliberadamente las explicaciones de la delincuencia sobre factores estructurales y señalando constantemente colectivos o barrios contribuimos también a la llamada profecía autocumplida. Como profesionales de la información nos corresponde hacer cómplice a la sociedad de la complejidad de los hechos y eso pasa por ser autocríticas. Limitamos a los consumidores a una visión simplista de los sucesos alimentando la cultura del miedo y la consiguiente demanda punitiva ciudadana.

Pero ya sabemos –o deberíamos saber– que un aumento punitivo no conlleva un descenso del índice de criminalidad, lo demuestran diferentes estudios como el del Instituto Transnacional (TNI) a raíz de la aplicación de la “Ley de narcomenudeo” mexicana. Deberíamos tener claro antes de ponernos a redactar titulares. Si primáramos la necesidad de explicar los porqués, en pleno siglo XXI sería inimaginable que el pulso ciudadano planteara la cadena perpetua o incluso la pena de muerte como reivindicación a una medida “necesaria”.

Conocemos el índice punitivo de las personas en prisión (Larrauri, 'Populismo punitivo ... y cómo resistirlo, 18) que nos sitúa en uno de los países más punitivos de Europa Occidental, concretamente el segundo con un mayor tanto por ciento de población en prisión. Y, sin embargo, vivimos en constante crisis de desconfianza en la posibilidad de hacer frente de manera efectiva a la delincuencia.

Pero también nos encontramos, tal como muestran los datos del European Crime and Safety Survey (2005), en una situación de miedo no realista. A pesar de la baja criminalidad, el miedo al delito y la creciente sensación de inseguridad es elevada. Una situación que se debe a la efectiva aparición de riesgos como las nuevas formas de delincuencia o el terrorismo, pero también a factores que no corresponden a la realidad: los llamados “gestores atípicos de la moral”, donde se engloba a los medios de comunicación (Silvia Sánchez, 'La expansión del derecho penal', 235-240). Lo amplía también el compañero periodista y criminólogo David García en su trabajo 'La política criminal en la época del endurecimiento punitivo'.

Con todo esto, deberíamos ser capaces de detenernos y preguntarnos cómo podemos ofrecer informaciones tan carentes de conciencia social y humana sólo con el fin de convertirlas en noticiables. Con su publicación asumimos un coste social tan elevado como lo es el de contribuir a estereotipar la delincuencia, a sobrerrepresentarla y a facilitar una visión sobre la hipótesis que el sistema penal es blando. Y generamos en la audiencia la sensación de que esto se corresponde con la realidad.

Preguntémonos si con el tratamiento de sucesos estamos preparando el terreno para que la extrema derecha pueda desplegar sin reparos sus discursos en pro de la aniquilación de los derechos humanos o si, por el contrario, el trabajo ya está hecho y por eso funcionan tan bien determinados titulares y noticias.

Estos son sólo algunos de los titulares que podemos encontrar en los medios de comunicación. La tarea pedagógica de un determinado Periodismo rema en contra de lo que debería ser, aquella idea lejana de transformación social en la que muchas queríamos contribuir al empezar la carrera. Sembramos el miedo en el tratamiento de los sucesos, prima la espectacularidad por encima del análisis y hacemos dejación completa de los principios de nuestro propio Código Deontológico para informar de manera cuidadosa y precisa; evitar prejuicios con informaciones sin suficiente fundamento; el respeto al derecho a la privacidad; salvaguardar la presunción de inocencia y la dignidad de las personas, y su integridad física y moral, entre otros.

Y así germina reiteradamente un odio irreflexivo hacia las víctimas del sistema. Y cuando hablamos de víctimas, no nos referimos sólo a las que nos vienen a la cabeza en primera instancia. Ignoramos deliberadamente las explicaciones de la delincuencia sobre factores estructurales y señalando constantemente colectivos o barrios contribuimos también a la llamada profecía autocumplida. Como profesionales de la información nos corresponde hacer cómplice a la sociedad de la complejidad de los hechos y eso pasa por ser autocríticas. Limitamos a los consumidores a una visión simplista de los sucesos alimentando la cultura del miedo y la consiguiente demanda punitiva ciudadana.