El lunes fue el día D de mi vida como política de la formación Cataluña Sí que es Pot: el día de mi primer pleno, el día de la constitución del Parlament. Estaba emocionada, francamente. Me sentía como, cuando de niña, me cambiaban de colegio y, justo antes de empezar el curso, me preguntaba: ¿Estará bien? ¿Qué tal los compañeros y compañeras? ¿Será fácil entenderse?
Ay, no sé si será fácil que nos entendamos, porque, solo entrar al hemiciclo, vi la nueva distribución de escaños exigida por Junts pel Sí (ya lo tienen, eso, las mayorías: hacen lo que quieren) y me di cuenta de que ese reparto de espacios escenificaba tan y tan bien la división del país, que se me pusieron los pelos de punta... una vez más. Y es que ya hace tiempo que sufro la ruptura ideológica de Cataluña. En este sentido, podría contar muchas anécdotas personales, pero las resumiré en la última vivida: me encuentro a una ex-alumna, con la que, después de la experiencia docente, he compartido otros espacios comunes. Me espeta: “Tú y yo estamos en bandos contrarios”. No me caigo al suelo desmayada porque en los últimos meses ya me lo han soltado unas cuantas veces distintas personas. ¿Dos bandos?
Pues, sí, el hemiciclo, tan de madera, tan tapizado, tan rojo, tan señorial, está dividido en dos: a la izquierda quienes piensan como ellos, o sea, Junts pel Sí y la CUP. A la derecha, quienes no piensan como ellos: todos los demás. De hecho, a los del “bando” de la izquierda, les gustaría mucho decir que en su lado están los del “sí” a la independencia de Cataluña y que en el otro están los del “no”. Pero resulta que no es exactamente así: nosotros, los de Cataluña Sí Que Es Pot, no estamos hablando ni de sí ni de no, sino de convocar un referéndum para decidir entre toda la ciudadanía qué país deseamos construir y qué relación queremos con el estado español. Así pues, porque no encuentran el modo de clasificarnos, habrían podido reservarnos un lugar en una de las arañas majestuosas e iridiscentes que cuelgan del techo, pero, finalmente, nos hemos sentado en nuestros escaños.
Otra cuestión peregrina, consecuencia de la intención de representar los bandos, es que ahora nuestro grupo, un grupo ideológicamente de izquierdas, se encuentra sentado a las antípodas de lo que le corresponde. Aunque es verdad que este asunto tiene fácil solución: solo hay que colocarse mirando hacia la Mesa para que a nosotros se nos pueda considerar sentados a la izquierda, como nos corresponde. Así lo haremos.
Durante la lectura de los nombres de los 135 diputados y diputadas, que adquiríamos esa condición a partir ese acto (ya que previamente habíamos firmado un papel prometiendo o jurando el cargo), los ojos me lloraban, no de emoción, sino por culpa de los ácaros que pululan por el Parlamento. Mis ojos tienen un umbral de sensibilidad muy bajo por lo que no soportan los edificios enfermos. Y, mucho me temo, que el Parlamento lo es: con sus tapicerías, sus moquetas, sus telas cubriendo las paredes, su refrigeración y su calefacción por aire...
Cuando es el momento de la votación para elegir a los representantes de la Mesa, nos plegamos, en general, a la disciplina de lo que hemos decidido en nuestros grupos parlamentarios correspondientes. Y si digo “en general” es porque, en algún caso, los nombres que aparecen en las papeletas son una ocurrencia, o bien socarrona (alguien ha escrito malévolamente “Artur Mas”) o bien de homenaje (alguien ha puesto “Montserrat Roig”). En cualquier caso, los 5 votos que Cataluña Sí Que Es Pot otorga a Carme Forcadell, propuesta como presidenta por Junts pel Sí, provocan una cascada de reacciones, tanto a nivel catalán como español. Señores, señoras: ¡calma! Con estos cinco votos a favor solo hemos mantenido los acuerdos convenidos con toda la cámara y hemos dado un cierto voto de confianza a Forcadell, que dice que será la representante de todos.
Los guantes blancos, impolutos, de los y las ujieres me dan la impresión de convocar también a la calma.
La tranquilidad, sin embargo, nos dura poco. Muy poco. Justo al día siguiente del día D, cuando todavía no han pasado ni 24 horas desde que Forcadell nos decía que sería la presidenta parlamentaria de todas y de todos, Junts pel Sí y la CUP elaboran una resolución conjunta que constituye una hoja de ruta de desconexión de España. ¡Hombre!, ¿la presidenta de todos? No lo parece.
El lunes fue el día D de mi vida como política de la formación Cataluña Sí que es Pot: el día de mi primer pleno, el día de la constitución del Parlament. Estaba emocionada, francamente. Me sentía como, cuando de niña, me cambiaban de colegio y, justo antes de empezar el curso, me preguntaba: ¿Estará bien? ¿Qué tal los compañeros y compañeras? ¿Será fácil entenderse?
Ay, no sé si será fácil que nos entendamos, porque, solo entrar al hemiciclo, vi la nueva distribución de escaños exigida por Junts pel Sí (ya lo tienen, eso, las mayorías: hacen lo que quieren) y me di cuenta de que ese reparto de espacios escenificaba tan y tan bien la división del país, que se me pusieron los pelos de punta... una vez más. Y es que ya hace tiempo que sufro la ruptura ideológica de Cataluña. En este sentido, podría contar muchas anécdotas personales, pero las resumiré en la última vivida: me encuentro a una ex-alumna, con la que, después de la experiencia docente, he compartido otros espacios comunes. Me espeta: “Tú y yo estamos en bandos contrarios”. No me caigo al suelo desmayada porque en los últimos meses ya me lo han soltado unas cuantas veces distintas personas. ¿Dos bandos?