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Un «sí se puede» republicano

Raül Romeva i Rueda

Doctor en Relaciones Internacionales y escritor —

El 28 de junio de 1859, el submarino Ictineu se sumergía por primera vez en aguas del puerto de Barcelona. Era el gran sueño de un visionario, Narcís Monturiol, hecho realidad. Aquel hecho le concedió una gloria efímera, pero terminó llevándolo a la ruina.

En la biografía que firma Mathew Stewart (Monturiol’s Dream: The Extraordinary Story of the Submarine Inventor Who Wanted to Save the World. Londres: Profile, 2003) descubrimos la trayectoria vital de este ciudadano ilustre de Figueres, compañero ideológico de Josep Anselm Clavé, Francesc Sunyer Capdevila o Ildefons Cerdà. Se afilió al Partido Republicano de la mano de Abdó Terrades e incluso llegó a ser editor de El Republicano. Influido por el socialismo utópico, participó en bullangas y levantamientos en Barcelona, y montó una imprenta en la misma ciudad, desde donde dio impulso a periódicos progresistas de corta duración, fue encarcelado y embargado por numerosas deudas y terminó exiliándose en Cadaqués. En definitiva, su vida es tan accidentada como el republicanismo del xix.

La biografía de Monturiol es también la de su época. Hace unos años, una doble exposición rendía un tardío pero merecido homenaje a la persona y a la obra. Según el comisario, Antoni Roca, el perfil de Monturiol era el de un héroe idealista que fracasa justo cuando está llegando al objetivo, y le equiparaba a algunos de los míticos personajes inventados por Jules Verne, de quien era contemporáneo.

A Narcís Monturiol, una voz entre utopía y realidad, le describían como a alguien que vivió en el siglo de las utopías, en el que la técnica y la idea de progreso impregnaban la sociedad y le proporcionaban una gran esperanza de cambio y mejora en todos los ámbitos. Y, como ocurre siempre cuando hay cambios importantes, le tocó hacer frente a los miedos que estos cambios suscitaban en buena parte de la sociedad. Necesidad de cambio y a la vez resistencia al progreso. Dos caras de una misma moneda. Igual que hoy. ¿Dónde está el límite entre la utopía y la realidad? Probablemente solo en el tiempo que se necesite para transformarse de una cosa en otra. Narcís Monturiol lo sabía muy bien y actuó en consecuencia.

Monturiol era un soñador que aplicaba la filosofía Diderot: «No te limites a desear que pase algo, haz que pase.» De hecho, Monturiol no deja de ser uno de los precursores (un de tantos) de este tan actual «sí se puede». Guardando las distancias, me de la impresión de que el momento actual tiene un poco de aquel aroma rompedor. De hecho, el escenario actual tiene suficientes elementos como para que pueda ser una especie de segunda oportunidad de lo que entonces no pudo ser.

El republicanismo se encuentra hoy ante la mayor oportunidad desde hace mucho tiempo. Estamos donde estamos porque cuando era posible hacer las cosas de otra manera, algunos no lo supieron hacer. O no quisieron. Hubo un momento en el que parecía que era posible encontrar aliados para dotarnos de un Estado (español) con estructura federal. Se ha intentado todo, de muchas formas distintas, y con todo tipo de actores, y no ha salido bien. De hecho, incluso resulta chocante (léase decepcionante) ver como corrientes republicanas y monárquicas se han juntado una y otra vez, cerrando las filas, en contra de las propuestas que pedían debatir la cuestión territorial desde una perspectiva republicana de pluralidad nacional, federalismo y democracia. Y nada.

Agotada pues la vía española, se abre ante nosotros la vía catalana hacia la República, una vía que, por otro lado, podría incluso llegar a ser faro y guía para hacer avanzar el republicanismo en el Estado, por la vía de los hechos (si es posible en Catalunya, también tiene que serlo en el Estado).

Del mismo modo en que hoy muchos percibimos Grecia como la vanguardia de un cambio estructural en el gripado paradigma europeo, sobre todo en términos de soberanía y democracia, Catalunya podría ser también una ventana de oportunidad para reactivar el republicanismo en el Estado, siempre y cuando, evidentemente, hagamos aquí lo que debemos hacer, que no es otra cosa que caminar de forma plural, sí, pero sobre todo decidida, hacia la construcción de un Estado propio al mismo nivel de los que actualmente nos rodean.

Las oportunidades no suelen llegar por casualidad. Cuando llegan, hay que saber verlas, y aprovecharlas; y cuando no lo hacen, hay que crearlas. Estamos en esta fase. Las circunstancias, pero también las acciones y omisiones de varios actores, nos han colocado en las puertas de un momento crucial, único. Todavía hay quien cree que es posible un cambio de paradigma en el Estado que permita superar el callejón sin salida territorial y centrar de esta forma el debate en la tradicional confrontación ideológica entre izquierdas y derechas. Al fin y al cabo, eso es lo que sucede en los países normales, ¿verdad? Pero no estamos en un país normal. O, dicho de otro modo, estamos en un país que no vive una situación normal.

La paradoja, sin embargo, es que precisamente es esta anormalidad la que se nos aparece ahora como una oportunidad. Hoy ya no percibimos el republicanismo como una utopía, y todavía menos como una frustración. Hoy es un estadio factible, más que nunca. Lo único que debemos hacer, además de desearlo, es empezar a construirlo de verdad. A la Diderot. Por derechos, sí, pero también por méritos y, sobre todo, por voluntad popular. Sí se puede. No tengo ninguna duda.

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