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La revolución del guitarrista

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El 15 de octubre se conmemora el 25 aniversario del asesinato del capitán Thomas Sankara. El revolucionario más alegre de la historia. Seguramente a muchos de ustedes no les dirá nada su nombre y, de forma vaga, les sugerirá algo el país que revolucionó y dignificó. Sankara llegó a presidente de Alto Volta y se fue como leyenda de Burkina Faso. La figura de Sankara es absolutamente excepcional y de una absoluta validez hoy en día. No se trata, como le bautizaron en su momento, de un “Che” africano. A diferencia del argentino, Sankara era una buena persona. Y, a diferencia de viejas y chirriantes retóricas, sus ideas, acciones y discursos van cobrando vida e interés en este siglo.

Pero expliquemos un poco mejor el asunto. El Alto Volta de 1983 era un país africano más, sometido a la espiral de golpes de estado y gobiernos sumisos con el poder neocolonial francés encarnado en la figura de personajes siniestros como Jacques Foccart que dieron cuerpo a la llamada Françafrique, o lo que es lo mismo, el entramado de intereses políticos y económicos de la vieja metrópoli que siguen gobernando el África francófona. En este contexto, Thomas Sankara es un joven, brillante y guapetón oficial que le encanta pasearse en moto por Uagadugu y tocar en su banda: Tout-à-Coup Jazz. Se trata de un competente guitarrista además de héroe de guerra. Sus lecturas de Marx y Lenin y el ejemplo de grandes figuras del panafricanismo como Lumumba o Kwame Nkrumah de Ghana forjan su visión política. Al joven le ofrecen una secretaría de Estado y se presenta al trabajo en bicicleta. Eso son maneras.

Blaise Compaoré, su amigo de toda la vida, su compañero de armas, organiza un golpe militar más. Pero éste deviene en algo singular: Sankara es colocado como presidente. Y en este punto empiezan a sucederse los milagros. Sankara acaba con los propietarios feudales de la tierra e inicia una revolución agraria que duplica la productividad del país convirtiéndolo en autosuficiente. Sankara rechaza enérgicamente los programas de ayuda alimentaria que, como sabemos bien, no son más que formas finas de dominio colonial. Pone a la mujer en primer plano. Combate la ablación, incorpora al gobierno y al ejército a mujeres y dignifica su función. Convence a su pueblo para que plante árboles contra la desertización. Vacuna y escolariza. Y se atreve a rebautizar al país: Burkina Faso, país de los hombres honestos. Fantástica jugada semiótica que recuerda a todo natural sus deberes morales cada vez que enuncian sus orígenes.

La energía que despliega es tremenda pero algo hay en el que se diferencia absolutamente de otros “comandantes”. Sankara sonríe. A veces impertinente, otras travieso, otras cálido, resta trascendencia al hecho revolucionario y por eso lo convierte en excepcional. Sus discursos no se inflan de patrioterismo y retórica. Su formación marxista no oscurece su gramática. Es directo, coñón o, como dicen ahora los pijos: empático. Un 8 de marzo, día de la mujer, convoca a los hombres a que sean ellos quienes vayan a la compra. La mujeres ríen de su torpeza, ellos se divierten. Sankara es como un niño impaciente. O juega a serlo. De sus habilidades como músico extrae su capacidad de meterse a la gente en el bolsillo. Su sentido de la escenografía y el tempo Y ríe. La revolución, o es un descojone o no es.

Hoy vemos como nuestros políticos se aferran a los ipads gratis, a las dietas y a los coches oficiales como gusanos al culo de un chihuahua. Sankara, lo primero que hizo fue vender toda la flota de Mercedes del Estado y sustituirlos por entrañables Renaults 5. prohibió los viajes en primera clase a los funcionarios (aterrizareis al mismo tiempo si vais en turista) y se rebajó el sueldo. Sankara entendía que el gesto es revolucionario. Que la revolución, de hecho, es ante todo, un código de gestos.

Hay cosas de Sankara que me recuerdan poderosamente al Subcomandante y la revolución zapatista. Hay en ambos, una recreación irónica de las iconografías revolucionarias para que éstas y su retórica no se conviertan en el muro amenazante que separe al creyente del tibio como ocurre en tantos otros procesos insurgentes. La modernidad y la pertinencia hoy de Sankara se hacen evidentes ante uno de sus momentos más gloriosos: su discurso en la cumbre de la OEA en Adis Abeba en el 87. (http://www.youtube.com/watch?v=FhkqN6KTtJI) Se trata de una pieza oratoria conmovedora, divertida y certera. En ella, se invita a los países africanos a desarmarse, al autoconsumo y, sobre todo, a no pagar la deuda.

Como se ve, un tema que nos afecta directamente: “Si alguien cree que alguna vez podrá pagar lo que debe, que coja un avión y vaya al FMI a abonarla” dice gamberro. Sankara no lo hizo todo bien. Se negó a negociar nada con nadie. Fue a toda velocidad, más como hacen las estrellas del rock que como un político. Si hubiese visto a su admirado Castro delirando en chandal, se hubiese muerto de vergüenza. Tengo la sospecha de que él no quería hacer una revolución, quería dejar como herencia el ejemplo perfecto del revolucionario. No quiso durar, quiso brillar, no contradecirse nunca, no contemporizar. Entendió, en un gesto de heroísmo posmoderno (perdón) que su victoria estaba en el relato de su personaje y no en su persistencia en el poder.

Su popularidad bajaba y los poderes neocoloniales vieron la oportunidad de quitar de en medio un chaval que iba para mito. Su fiel lugarteniente, Bukari “el león” le advirtió que su mejor amigo, Compaoré conspiraba para matarlo. Pero Sankara le dijo que prefería morir a traicionar una amistad. Y así fue. Bukari asegura que lo de Sankara fue un “dejarse morir” para que nada sucio, nada feo y malo enturbiase su memoria, su performance.

Y ahora 25 años después muchos lamentan que la experiencia de su revolución fuese tan corta. Pero fue más que suficiente. Como músico que era, se atrevió a componer el himno de Burkina Faso. Un tema extraño, sin estribillo para repetir, triste, dulce y emotivo. Y lo tituló Una sola noche. Une seule nuit a réconcilié notre peuple/Avec tous les peuples du monde“ Porque ya sabía qué basta para hacer que la memoria de una revolución sea eterna. Larga vida, guitarrista Sankara.

(Documental sobre Sankara Upright man http://www.youtube.com/watch?v=2nPDb48oa8A)

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El 15 de octubre se conmemora el 25 aniversario del asesinato del capitán Thomas Sankara. El revolucionario más alegre de la historia. Seguramente a muchos de ustedes no les dirá nada su nombre y, de forma vaga, les sugerirá algo el país que revolucionó y dignificó. Sankara llegó a presidente de Alto Volta y se fue como leyenda de Burkina Faso. La figura de Sankara es absolutamente excepcional y de una absoluta validez hoy en día. No se trata, como le bautizaron en su momento, de un “Che” africano. A diferencia del argentino, Sankara era una buena persona. Y, a diferencia de viejas y chirriantes retóricas, sus ideas, acciones y discursos van cobrando vida e interés en este siglo.