El horizonte puede parecer turbio cuando hay diez hombres y mujeres en prisión: dos activistas sociales que siempre se han caracterizado por su lucha cívica y pacífica al servicio del país y de las luchas sociales y culturales y el grueso del Govern de Catalunya elegido por los ciudadanos.
Si bien aseguran que ahora hay otro Govern de Catalunya, nadie puede negar que a este nuevo Gobierno no lo ha escogido nadie. Es sencillamente el fruto de un acuerdo entre el PSOE y el PP por el que el PP usurpa el Govern de Catalunya y reparte el botín entre algunos de sus dirigentes. Otra parte del Govern está en Bruselas, con el president Puigdemont, el único president legítimo que tiene Catalunya. Sencillamente porque es el fruto del mandato de los ciudadanos que fueron a las urnas el 27 de septiembre de 2015, en las que fueron las elecciones con más participación de la historia.
Unos estamos en la cárcel, de hecho hemos ido de cabeza a la cárcel sin ni tiempo para plantear ninguna defensa. Los otros están en Bruselas, en el exilio pero en la calle. Por decisión de la justicia belga. El contraste no puede ser más evidente. La misma situación, el mismo caso, ha hecho que la justicia española decretara prisión ipso facto. Y la belga, libertad. Una u otra justicia ha tomado una decisión errónea, sin duda. Que la justicia española no actúa como la europea no es una opinión. También es sencillamente un hecho.
Pero no acaba aquí la disonancia. La justicia española tampoco tiene ninguna prisa para saber quién es un tal M. Rajoy del PP que cobraba comisiones, de hecho es que sencillamente no tiene ningún interés en saberlo. No es sólo que la justicia española hoy actúe diferente que la belga, sino que la justicia española ultima con una celeridad máxima e implacable en unos casos mientras en otros más que no tener prisa sencillamente es que se hace la sueca.
No debe ser tan complicado saber quién es un tal M. Rajoy que se embolsaba sobres cargados de billetes. Pregunto, ¿nadie sospecha quién es M. Rajoy del PP? ¿No lo sabe el socio del Bloque 155, Pedro Sánchez, tan entusiasta y perspicaz él en la unidad de España? ¿De verdad que no lo sabe?
Por contra, vemos como quieren incautarse de nuestras vidas, quitárnoslo todo. Dejar a nuestras familias, a nuestros hijos, sin nada, con embargos por valor de 6,3 millones de euros. Sin demostrar nada de nada, sin juicio. En rigor, peor aún, afirmando que no se ha gastado ni un euro de estos 6,3, certificado por el propio Ministerio de Hacienda y, al mismo tiempo, pasándonos una factura por este valor. Pero no saben, en cambio, quien era M. Rajoy, el de los sobres en negro. Y los sobres de toda la cúpula del partido más corrupto de Europa.
Que el Estado español tiene un problema grave de carencias democráticas salta a la vista. Ya pueden negarlo tanto como quieran. Es así. Por eso también necesitamos un Estado sano, un Estado justo, un Estado verdaderamente democrático. Porque cuando la arbitrariedad se instala en el poder, cuando se afronta con normalidad lo que para todos es una flagrante democracia de ínfima calidad, todo el sistema se resiente y las garantías del Estado de derecho se quiebran.
Por eso los demócratas tenemos la obligación y la necesidad de construir un país limpio y justo y ser severos con la corrupción. La corrupción es la decadencia de una sociedad, una sociedad corrupta es una sociedad enferma. Y en el combate contra la corrupción, los demócratas debemos ser taxativos. Si nuestra lucha también es de valores debemos dar ejemplo. Porque este virtuosismo también será una victoria ética y moral frente el Bloque del 155, en el que cohabita una verdadera industria de la corrupción.
Y para obtener esta victoria, que a la vez legitima nuestra causa, no podemos dejar ninguna grieta, ninguna. Porque por pequeña que sea la ampliarán para contrarrestar nuestra fortaleza y determinación. Por eso también necesitamos ahuyentar toda corrupción de Catalunya. Aspiramos a construir una República que se alce sana, sin arrastrar ninguna tara. Porque la corrupción daña a nuestra sociedad y perjudica y deslegitima nuestra causa. Y esta tara ni queremos ni nos la podemos permitir.
Como tampoco podemos aceptar que en las calles de nuestro país se ejerza la violencia. En un país donde grupos de indeseables pueden agredir impunemente a decenas de personas, más de un centenar, la convivencia se ve amenazada. ¿Cómo es posible que a pesar de las múltiples pruebas visuales de los autores materiales de las agresiones ningún juez les haya pedido responsabilidades? ¿Pero cómo es posible? Y me pregunto nuevamente, ¿cómo pueden dormir con la conciencia tranquila los partidos que cohabitan con esta violencia?
¿Cómo es que al menos no la denuncian ante los juzgados si las agresiones tienen lugar, muy a menudo, después de actos o manifestaciones en las que participan y/o apoyan partidos como el PP o el PSC? ¿Les da igual que esto suceda? ¿Pero en qué tipo de país o sociedad quieren vivir? ¿En una en que se pueda apalear la gente y que no pase nada de nada? ¿En serio? ¿Y si un día alguien se lo devuelve? ¿A dónde nos llevaría? Las diferencias se deben dirimir democráticamente, señores del PP y el PSC.
En nombre de la sagrada unidad de España no se puede agredir a la gente, señores del 155. No hay excepciones. En nombre de la sagrada unidad de España tampoco debería ser posible asaltar las instituciones catalanas, ni ponerlas en manos de aquellos que quieren destruir la escuela catalana, fomentar los guetos, fiscalizar los medios de comunicación o destrozar la sanidad pública.
A base de golpes nunca se ha construido nada bueno. El horizonte se irá aclarando en la medida que persistamos. La resiliencia en la injusticia, la violencia y los abusos, al autoritarismo, a la maldad, debe ser nuestra virtud. Es en las adversidades que sale a la luz nuestra virtud decía Aristóteles. Y el nuestro es un pueblo virtuoso. Lo ha sido siempre y no lo dejará de ser ahora.
Seguimos. Sonriendo a la adversidad, superando las dificultades y perseverando. Y con unidad de acción. Esta es una de las claves de la victoria. No la de unos sobre otros. No nos equivoquemos. La victoria la tenemos que saborear todos y sobre todo debe beneficiar a todos los ciudadanos de nuestro país. Ningún espíritu de revancha, ninguna voluntad a otros de infringir el dolor que nos causan. Ninguna. Y sí voluntad de vivir y convivir, en libertad.