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Preguntas educativas a propósito de ‘Oleanna’

Toni Polo

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El debate sobre educación está servido. Está en las aulas, en la calle y, ahora, en el teatro: el Romea, en Barcelona, ha recurrido a la obra Oleanna, de David Mamet, para destapar un conflicto educacional, pero que también es generacional, sexual, social… La disputa de la que brota todo el teatro de Mamet la encontramos en la oposición frontal de los intereses de los dos personajes de la obra, John (Ramon Madaula), un distinguido profesor universitario enfrascado en sus problemas familiares (la compra de una casa gracias al nuevo status en el que lo va a situar su inminente y soñada plaza fija); y Carol (Carlota Olcina), una alumna mediocre a la que ha suspendido.

El profesor se muestra condescendiente, fiel a su concepto progresista de la enseñanza y de la vida: “Mi profesión es provocaros a los alumnos”, le explica a la muchacha. Ella se sincera desde el primer momento: “Sonrío en clase todo el rato… y no entiendo nada de lo que dice”. La contraposición de intereses se va acentuando. La balanza del poder está claro hacia qué parte bascula: John tiene la sartén por el mango. Carol ha suspendido y, aparentemente, ya no tiene nada que perder. “Ni me pregunto para qué voy a la Universidad”, se queja. Él, con sus argumentos, piensa lo mismo: “La Universidad se está convirtiendo en algo inútil porque va todo el mundo”. Y ella: “Usted no tiene ni idea de lo que me cuesta estar aquí”. Hablan de una institución en decadencia según el parecer de los dos. Hablan del fracaso de la educación.

El diálogo se alarga y pasan los días. John se pone cada vez más nervioso. Las llamadas constantes de su esposa, preocupada por problemas en la compra de la casa (¿una mansión, acaso?) van poniéndolo, irremediablemente, entre la espada y la pared. Y Carol, con el tiempo, va jugando sus cartas: las piezas pasan del terreno educativo y generacional al terreno sexual y social. Y ahí el poder ha cambiado definitivamente de lado: “He vuelto para instruirlo”, le dice, con todos los respetos y con todo el cinismo, a un John desconcertado.

Ahora va a ser ella la que dé lecciones: “Por favor, no llame ‘nena’ a su esposa…”, le acusa, con desprecio. “Tengo poder sobre usted”, sentencia. Porque ya hay una denuncia, porque ha habido unos tocamientos (¿o eran sólo palmadas en la espalda?) y unos insultos (¿o eran simples y humanos gritos?)… Las súplicas ya no salen de la boca de la alumna sino de la del profesor, atrapado. Salen del aburguesado dueño de una mansión que está perdiendo su codiciada plaza fija en la Universidad.

El texto, la representación sincera y creíble de los dos actores, la puesta en escena, los efectos audiovisuales… todo es digno de elogio en este montaje firmado por David Selvas. El único ‘pero’ sería que esta pieza es, como todo en la obra del dramaturgo estadounidense, un reflejo de su época. Y se nos ocurre viajar 20 años en el tiempo, desde el Chicago de 1992, cuando Mamet escribió Oleanna, a la convulsa Barcelona de 2012 en que se representa la obra, para darnos cuenta de unas cuantas cosas.

Imaginemos que el conflicto con aquella alumna se resolvió a favor del profesor. Logró su puesto y su casa. Han transcurrido esas dos décadas y estamos, como sabemos, en pleno tijeretazo. Se nos vienen a la cabeza unas cuantas preguntas (con respuesta): ¿sigue dedicándose John a la enseñanza?¿Los recortes en su envidiada nómina de profesor titular y vitalicio le habrán permitido mantener el tren (un AVE, por descontado) de vida que ha mantenido hasta ahora? ¿Qué habrá sido de esa casa por la que tanto trabajó? Aún sin tener riesgo de ser desahuciado, ¿John habrá tenido que renunciar a la mansión? ¿Habrá conseguido mantener sus inquietudes intelectuales, ésas que lo llevaban a implicar a sus alumnos en su materia, o habrá caído, como tantos colegas suyos, en el inmovilismo cultural que paraliza la investigación en España? ¿Querrá cambiar su casa de 20 años por una de alquiler cerca de la universidad de algún país que haya mantenido su apuesta por la cultura, como han hecho otros compañeros?

Y hay una inevitable última pregunta: ¿habrá españolizado a sus alumnos?

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