La tarde del sábado del 9 de enero del 2016 pasará a la historia de Catalunya por muchos motivos. Porque fue la tarde en que Artur Mas dejó la presidencia de la Generalitat. Por la elección a dedo del tercero de la lista de Junts pel Sí por Girona, Carles Puigdemont, como sustituto. Por la demostración de la capacidad de Convergència por conservar el poder a toda costa. Por una rueda de prensa del President saliente que se estudiará en las facultades de Políticas. Y por la inmolación de las Candidaturas de Unidad Popular (CUP), que renunciaron a su patrimonio de veinte años de crítica al poder, a la corrupción, a la lucha por la igualdad de género, a la defensa de un sistema económico más justo, a nuevas fórmulas de participación política, a la oposición a los poderosos de siempre. Por el bien del ‘Procés’. Y porque un partido que siempre creyó en la ingenuidad de la ética no pudo soportar la presión de los profesionales del poder y de su entorno mediático.
El precio que pagan por cumplir su promesa de que jamás investirían a Artur Mas es inmenso. No sólo renuncian a su autonomía como grupo parlamentario, sino que entregan a dos de sus diputados, que pasarán a ser prisioneros o rehenes de Junts pel Sí. No sólo aceptan dejar de ser un actor político, sino que se ven obligados, prácticamente, a la humillación de pedir perdón. La rueda de prensa de Artur Mas fue un castigo en toda regla de los ‘cupaires’, a “ellos y a ellas” como repetía siempre el President. “La CUP –dijo Artur Mas – debe asumir la culpa de sus errores porque la vida es dura”. Y tanto. Anunció que habrá diputados (o diputadas) que abandonarán su escaño. Ojo por ojo.
La palabra más pronunciada por Artur Mas durante la rueda de prensa fue ‘yo’ y en numerosas ocasiones habló de sí mismo en tercera persona. El President encarnaba el ‘Procés’ y ahora debe abandonar el timón. Pero dejó varias cosas claras. La primera que a Carles Puigdemont “lo he propuesto yo”. Y que mantiene la puerta abierta para volver a presentarse. Mientras, se dedicará “a reforzar el partido”, Convergència, y a modo de aviso dijo: “Ahora nos conocerán mejor”. Mientras, ERC seguía en el limbo político, como espectador de las maniobras que tan magistralmente sabe ejecutar su gran rival en el nacionalismo.
De momento, afirmó Artur Mas, lo que se ha logrado es “corregir en las negociaciones lo que no nos dieron las urnas” (sic). Es decir la mayoría de escaños. Pero las urnas siguen demostrando que el gran problema del soberanismo permanece, la falta de una mayoría social suficiente. Este es el punto débil. Porque para emprender un objetivo tan trascendente y ambicioso como es la independencia se necesita una mayoría social indiscutible. El otro punto débil está en que, para desafiar al Estado, se precisan liderazgos fuertes y partidos que estén libres de toda sospecha. Sin Artur Mas en la presidencia, los indicios de corrupción que penden sobre CDC siguen siendo un lastre para el proyecto independentista. El liderazgo de Carles Puigdemont no será fuerte, porque siempre estará bajo la tutela de quien le nombró a dedo, in extremis, una tarde de enero. Un presidente que se va, pero que seguirá en la sombra.