Un amigo y yo hacemos colección de los nuevos términos que aparecen, sobre todo en el ámbito académico, pero también en el político, para hacer referencia a determinados procesos urbanos que ocurren actualmente en las ciudades.
El rey de los mismos es gentrificación; creo que no hace falta decir nada más de este concepto. Define aquella dinámica que se produce en determinadas áreas de la ciudad y que consiste en la sustitución de un determinado grupo de vecinos y vecinas de clase social media-baja por otro grupo de clase social más elevada y el consiguiente desplazamiento del primero de éstos. Luego tenemos el de la turistificación, es decir, el referido a aquellas zonas, principalmente urbanas pero no exclusivamente, que ven como su complejidad y su mezcla de usos inicial se ve alterada por una cierta especialización: el monocultivo turístico. Para el término turistificación existen algunos sinónimos, como el de resortización –de resort-. En realidad, todos estos neologismos hacen referencia a procesos interrelacionados cuyo origen se remontan a la estrategia neoliberal centrada en la extracción de plusvalías de las ciudades y de su vida urbana. Así, tras la apariencia neutra de proyectos y planes de dinamización de la economía urbana se producirían efectos colaterales significativos –entre otros la creación de zonas exclusivas y, por tanto, excluyentes-, los cuales vienen precedidos de determinados síntomas, más o menos visibles, y que suponen evidencias del tipo de área y, por ende, de ciudad, que se acaba determinando.
Uno de estos síntomas es la aparición de ciertos establecimientos, comercios y tiendas que, solo unos años antes, resultarían extraños en el paisaje urbano de algunas áreas, calles y plazas. En el caso de Barcelona, por ejemplo, podemos hablar de un incremento sustancial de negocios vinculados al auge turístico de la ciudad condal. Alimentación, inmobiliarias, colmados, restauración, degustación, panaderías, etc., están directamente vinculados a la preeminencia de un sector que se encuentra basado en el consumo de bienes y servicios por parte de unos visitantes temporales, los y las turistas, y en sus necesidades. Sin embargo hay otros, menos evidentes, como las colchonerías o incluso las lavanderías, que parecen resaltar la deriva turística de determinadas áreas de la ciudad.
Si tomamos, por ejemplo, la zona del Eixample Dreta en torno a la calle Diputació, entre Marina y Passeig de Gràcia, llama la atención la apertura reciente de un indeterminado número de lavanderías. Y digo indeterminado porque no existen estadísticas oficiales actualizadas sobre su cuantía, pero solo es necesario darse una vuelta por el entorno para ver cómo estas han proliferado. Hace unos meses, un conocido medio de comunicación, resaltaba el número de este tipo de establecimientos, muchos de ellos en régimen de franquicia, que se estaban abriendo y la oportunidad de negocio que suponían. Solo dos de las más conocidas –la Wash y Fresch Laundry- cuentan con más de 46 establecimientos esparcidos por la ciudad, algunas de los mismos, en la misma calle Diputació. Sin embargo, esto no tendría por qué extrañarnos. Esta calle, justo entre los límites antes señalados, cuenta con un total de 44 apartamentos turísticos legales, mientras que Airbnb, que por todos es sabido no indica la localización exacta de los alojamientos que ofrece, señala 1.544 apartamentos en la zona, de los cuales el 68,1% son completos –hay que señalar, sin embargo, que muchos apartamentos legales son también ofertados en la plataforma de supuesta economía colaborativa. Por otro lado, el Departamento de Estadísticas del Ajuntament de Barcelona señala que el barrio del Eixample Dreta ha experimentado, de 2010 a 2016, un incremento del 2,3% en la importancia del sector turístico y la restauración, pasando del 9,2 al 11,5% en esos siete años. La existencia, pues, de las lavanderías supondría un síntoma que precede a los efectos colaterales antes reseñados.
Así, si mi amigo y yo quisiéramos colaborar con la inflación de nuevos términos para referirnos a procesos urbanos en marcha podríamos señalar la lavanderización como uno de ellos. Mientras, los efectos colaterales conceptualizados por estos neologismos, suman y siguen.