Martin Luther King fue el rostro de la lucha contra la segregación estadounidense y la discriminación racial a través de medios no violentos en la década de los 60. Su activismo fue inspirador en todo el planeta y fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz en 1964. Entre sus frases célebres destaca una que describe a la perfección su combate: “Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia”.
En los últimos años se ha ido instalando en una parte de la ciudadanía catalana, como consecuencia de un relato interesado, que si a lo largo de la historia no se hubiesen producido revoluciones violentas y no se hubiese batallado por los derechos de los que hoy gozamos, ni disfrutaríamos de ellos ni habría un solo estado democrático en el mundo. En consecuencia, si queremos cambiar todo aquello que encontramos injusto y no podemos hacerlo por otros medios, estamos legitimados para utilizar la violencia.
Este razonamiento es una pura falacia en un estado democrático, donde los cambios no se producen a golpe de revolución o quebrantando el estado de derecho, sino conformando mayorías. Con la violencia no se conquistan nuevos derechos ni se defienden libertades. La violencia sólo persigue imponer ideas y pisar los derechos de aquellos que no piensan igual.
Por eso, las personas de profundas convicciones democráticas, que respetan a quien piensa diferente, sólo tienen un camino: rechazar la violencia. En cualquier forma o expresión. Sin peros ni medias tintas. Es inaceptable el lanzamiento de piedras o vidrios, la quema de contenedores, los destrozos en la vía pública o el saqueo de comercios en nombre de causa alguna, por justa que ésta parezca. Pero es aún más aberrante que se prenda fuego a un furgón de la Guardia Urbana, poniendo en peligro la vida de un agente que se encontraba en su interior.
La violencia es la negación de la libertad y de la democracia. Incluida la verbal, que no podemos confundir de ninguna de las maneras con libertad de expresión. La libertad de expresión se define como el derecho de toda persona a expresar sus pensamientos, opiniones o ideas libremente y en ausencia de censura. Es un derecho fundamental recogido en el articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que a su vez establece un único límite para su ejercicio: el respeto a los derechos y libertades de los demás.
Nadie debe ser encarcelado por sus ideas en un país plenamente democrático. De hecho en los últimos 45 años nadie ha sido encarcelado por sus ideas en este país. Vivimos en una democracia plena que, como todas, es perfectible. Seamos exigentes con ella. Pero a diario se expresan ideas u opiniones en bares, parlamentos o medios de comunicación que pueden sonarnos a auténticas barbaridades y que en muchos casos están exentas del más mínimo rigor, y no por ello vemos a los que las pronuncian entre rejas.
No nos hagamos trampas al solitario. ¿Recuerdan ustedes la famosa comedia española ‘¿por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo?’. Y aplicándolo al caso actual, ¿por qué le llaman libertad de expresión cuando quieren decir violencia?