“Lo siento, ya no sabemos nada de esta gente”. La administradora de la finca donde durante un siglo estuvo la panadería Berenguer despacha rápido al visitante frente a una hilera de estanterías vacías, hasta hace poco repletas de barras de pan. Un pequeño cartel en el mostrador recuerda la oferta que había para los croissants rellenos -uno por 1,50 euros, dos por 2 euros- en este negocio regentado por la misma familia durante cuatro generaciones. Tras el confinamiento, en este local fundado en 1879 en la calle Pau Claris ya nadie sabe nada de las personas que le dieron vida durante años.
Como la panadería Berenguer, miles de locales de Barcelona no han aguantado dos meses sin facturar y han acabado echando el cerrojo. Algunos han cerrado por la falta de ingresos desde marzo, mientras que otros ya tenían previsto acabar su recorrido en breve y la pandemia simplemente aceleró el proceso. El resultado son persianas y persianas que siguen bajadas a pesar de que la actividad en la ciudad se empezó a recuperar a mediados de mayo.
Nadie maneja números exactos, pero las estimaciones son muy duras. Barcelona Comerç, que engloba a los comercios de proximidad de la ciudad, estima que han cerrado entre el 15 y el 20% de sus 5.600 afiliados, lo que supone un millar de locales. Barcelona Oberta, que agrupa 18.000 locales turísticos, estima que el 35% de sus negocios ha bajado la persiana, lo que supondrían 6.500 establecimientos más. Su presidente, Gabriel Jené, cree que el número puede estar un poco sobredimensionado ya que se extrae de una encuesta realizada a solo 600 negocios, pero asegura que en todo caso la cifra no baja de los 3.000 o 4.000 locales.
Los presidentes de estas entidades creen, además, que los números irán a peor. “Muchas tiendas han reabierto pero solo para liquidar todo el producto y cerrar definitivamente en unas semanas”, señala Salva Vendrell, presidente de Barcelona Comerç. “No queremos ser catastrofistas pero las previsiones son de que cerrarán todavía más negocios”.
La despedida de una tienda de máscaras
Samira Badran y Jaume Serra se conocieron en la facultad de Bellas Artes de Florencia en 1980. Ella hacía pintura, él escultura. Para sacarse un dinero extra empezaron a fabricar máscaras y las vendían a turistas en Italia hasta que se convirtió en su modo de vida. Hace 25 años abrieron Arlequí Màscares en la calle Princesa, en el barrio del Born, donde han vendido sus productos artesanales desde entonces. El viernes le dijeron adiós para siempre a su tienda.
“El 75% de lo que vendíamos era a turistas extranjeros”, explicaba Serra el viernes, también ante estanterías vacías que hasta hace poco eran ocupadas por máscaras de mil colores. “Intentar tirar adelante solo con el 25% de lo que vendíamos al público local era inviable”.
Esta pareja quería jubilarse en breve, pero su intención era encontrar alguien que quisiera seguir el negocio. Tras meses de búsqueda ambos han tirado la toalla y optan por cerrar la persiana. “Lo hemos intentado de todas las maneras, buscábamos alguien con vocación artística y estábamos dispuesto a acompañarle el tiempo necesario, pero nadie quiere empezar un negocio ahora”, se lamenta Badran.
“Toda la gente que hacía un trabajo creativo y le dábamos una personalidad a las ciudades estamos desapareciendo”, se lamenta este artesano. “Barcelona se está desnudando culturalmente y esto es una putada tremenda”, remacha. Un pequeño cartel en el mostrador despide a estos artistas del local que han regentado durante décadas: Gràcies Barcelona, reza el letrero.
Adiós a clásicos de barrio
Los barrios turísticos como Ciutat Vella, Eixample y Sagrada Familia son tal vez los más castigados por el cierre de locales, pero las dificultades para los negocios se extienden por toda la ciudad y en muchas ocasiones han salpicado a establecimientos cuya clientela no eran visitantes extranjeros.
Una tienda de labores y una de chucherías en Sagrada Família, una de manualidades en Horta, un quiosco en calle Nàpols, decenas de tiendas de telefonía en el Raval, la papelería María González en La Verneda, abierta hace 52 años… La lista es larga y muchos locales prefieren irse sin hacer ruido ni declaraciones. “A nadie le gusta explicar sus desgracias, muchos comercios nos piden que no demos los nombres de los que han cerrado”, apunta Carles Martínez, presidente del eje comercial del barrio de Sant Martí.
En Gràcia, los vecinos han visto como algunos de los clásicos del barrio de toda la vida han cerrado las puertas sin dar explicaciones ni despedirse. Locales como el Pizza Ràpid, famoso por sus creativas porciones de pizza y abierto desde hace décadas, no ha reanudado su actividad tras el confinamiento y el local está disponible para alquilar en un portal inmobiliario. El distrito también ha perdido durante estos meses otros clásicos como la charcutería Els Artesans de 1930, a punto de cumplir un siglo de vida.
La liquidación de pianos de Puig
A sus 68 años, Josep Puig ha decidido cerrar su tienda de pianos que abrió en Gràcia en 1999. Tenía la carta de despedida para sus clientes redactada desde febrero, pero no se atrevía a dar el paso. “Cerrar siempre es difícil”, comentaba el viernes sentado ante un majestuoso piano de cola, uno de los pocos que le quedan en su local. “Siempre dudas si estás haciendo lo correcto o si es el momento adecuado”.
En pleno confinamiento se atrevió a dar la noticia. Su tienda de pianos dejaría de estar operativa y se dedicaría exclusivamente a su pasión: afinar y arreglar estos instrumentos. Mandó un correo electrónico a sus 800 contactos explicando que liquidaba todos los pianos que le quedaban con un 30% de descuento. El mensaje empezó a correr por whatsapp y en apenas dos meses ha vendido casi todos sus pianos: tantos instrumentos como antes vendía en un año entero. “Vender barato sabe todo el mundo”, matiza este artesano. “Pero es cierto que no me esperaba una respuesta así”.
Puig es de los que ya quería cerrar desde hace tiempo pero no se atrevía a hacerlo. Con la tranquilidad que le da haber dedicado su vida a lo que apasiona, este profesional reconoce que echará de menos la vidilla que le daba tener una tienda abierta al público. Pianos Puig era una institución en el barrio y recuerda con nostalgia los conciertos que se organizaban en su local cada semana: tenía pianos Fazioli, de gran calidad, y los estudiantes del conservatorio acudían periódicamente a tocarlo.
“Me da mucha pena caminar por el barrio y ver tantas persianas bajadas y locales anunciando que se traspasan”, concluye apenado. “Lo ideal sería que tras todo esto se recuperara la vida de barrio y los pequeños comercios, pero no tiene ninguna pinta de que esto vaya a ser así”.