Queco Novell, imitador de Pasqual Maragall en el Polònia de TV3, recibió la llamada de la oficina del expresident: “¿Se acuerda que quedaron para ir a visitar a los presos de Can Brians antes de Navidad?”. El actor y periodista no daba crédito. Era cierto que se lo habían prometido a los reclusos meses antes, durante un reportaje de Novell, pero él no pensaba que iría en serio. “Otra maragallada”, pensó. Pero no lo era. Fueron al centro y acabaron cantando villancicos y dando ánimos a los internos.
De eso hace ya más de diez años, invierno de 2007. Maragall acaba de anunciar que padecía un principio de Alzheimer a cuya lucha iba a consagrar todos sus esfuerzos, dedicados hasta hacía un año a la presidencia de la Generalitat, y antes a la alcaldía de Barcelona o a unos Juegos Olímpicos.
Puede que una década después la enfermedad haya eliminado ese episodio de la memoria del político, pero quien lo conserva a buen recaudo es su alter ego en Polònia. Como él, 40 amigos y personalidades del entorno de Maragall se sumergen en sus recuerdos y anécdotas compartidas para reconstruir una parte de la memoria del expresident, acaso la más entrañable. Lo hacen en el libro Recuerdos (RBA), que conmemora el décimo aniversario de la fundación que puso en marcha para investigar el alzheimer.
Mucho se ha escrito sobre el pensamiento político de Maragall, desde su visión del federalismo a sus ideas municipalistas. De su obra de gobierno queda constancia en cientos de actas del Consell Executiu o el plenario de Barcelona. Recuerdos es la aproximación al carácter personal que desbordaba a menudo la figura política y a la vez la definía. Tan visionario como caótico, conocido por su liderazgo y por su impuntualidad. “Era un político que no se comportaba como político, que tenía agenda propia”, resume Juanjo Caballero, uno de los tres periodistas autores del libro, junto a Carina Ferreras y Suso Pérez, de La Vanguardia.
Huyendo de la hagiografía, sin voluntad de retrato exhaustivo, el libro constituye en esencia un compendio de historias amables relatadas por personajes tan dispares como Jordi Évole, el banquero Isidre Fainé, la cantante Mayte Martín, el político Odón Elorza o su vecina en el pueblo de Rupià, Lolita Banchs.
Los mocasines del escolta
Sus maragalladas en la política –excentricidades y ocurrencias de impacto mediático imprevisible– tenían traducción en sus quehaceres institucionales. Una de ellas la relata Josep Miquel Abad, consejero delegado del Comité Olímpico Organizador de Barcelona 92. La comitiva llevaba rato esperándolo en el avión para volar a Sevilla con motivo de la Expo -“llegaba tarde, como sucedía a menudo”, detalla- cuando apareció sin darse cuenta que llevaba mocasines de distinto color. “Miró a los pies del escolta y le preguntó, '¿qué pie calza?'”, relata Abad. Y se puso los suyos.
Otro de los escoltas que aparece en el libro es Frank González, el mosso que le hizo de guardaespaldas desde que Maragall asumió la presidencia de la Generalitat. “El equipo [de escoltas] notó un gran cambio [respecto a Pujol] con la llegada de Maragall. Pasamos de la rutina a la improvisación. Podía cambiar la agenda hasta veinte veces al día con lo que suponía para nosotros en términos de seguridad”, rememora este policía. Su recuerdo va dedicado al regalo que le hicieron los escoltas para su 70 aniversario, en 2011: un vale para hacer juntos el Camino de Santiago. De nuevo, el president cumplió, para sorpresa de los peregrinos que se cruzaban en su ruta con el artífice de Barcelona 92 y azote del 3%.
Para Caballero, el concepto maragalladas ha servido para denostar a menudo la acción política del expresident, reduciéndolo a la caricatura. “Siempre estaba teniendo ideas y las decía aunque a menudo algunas podían ser irrealizables por tiempo o presupuesto, pero esto no significa que no tuvieran una base de realidad”, expresa. “La gente de su entorno sabía que esto no eran locuras o salidas de tono, sino que se trataba de un político que tenía su propia agenda”, analiza.
Tan personal era su sello que el cineasta Manuel Huerga renunció a que Maragall se ciñera a los discursos escritos cuando le grababa para las campañas del PSC. Aunque, para discurso, el que hizo como alcalde de Barcelona en la sede del Royal Institute of British Architects, cuando arrancó mostrando una imagen nocturna de la Tierra realizada por un satélite de la NASA. En ese póster aparecían sólo puntos blancos, las ciudades. “Era la metáfora que buscaba: Europa como un sistema de ciudades; y la humanidad, como un sistema de sistemas”, recuerda Margarita Obiols, responsable de relaciones internacionales del consistorio durante su mandato.
Évole y la conexión traviesa
“Es muy posible que conectáramos en la travesura. Yo creo que Maragall era y es un gran travieso”, explica el periodista Jordi Évole. Al expresident le agradece que no despreciara su trabajo como El Follonero cuando muchos lo hacían. El director de Salvados cuenta una tarde que pasó recientemente en su casa, junto a su mujer Diana Garrigosa, en la que le mostraron a Maragall el vídeo de su denuncia en el Parlament del 3% de Convergència. “Mientras lo veíamos, él va y dice: 'Ahí estaba yo...' Me encantó y pensé: 'Madre mía si estabas...'”, resume el periodista.
Para Évole, Maragall ha sido “revolucionario hasta con el Alzheimer”. “En vez de decir me ha tocado esto, voy a sufrirlo y me acabaré yendo con esta enfermedad, él coge el toro por los cuernos y decide montar la fundación y dedicarla a la investigación”, le reconoce. Si no fuera por este empeño, que alumbró la Fundación Pasqual Maragall –que ahora cumple diez años–, no se entendería la frase que el expresident pronunció en el Hospital Sant Pau de Barcelona el día que anunció que tenía alzheimer: “En ningún sitio está escrito que la enfermedad sea invencible”.