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Perros, gatos, iguanas y hasta moscas: el cementerio de mascotas más antiguo de España está en Barcelona

Uno de los sectores del cementerio de mascotas 'Los Seres Queridos'.

Sandra Vicente

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A medida que se avanza por la carretera de Torrelles de Llobregat (Barcelona), cada vez reina más el silencio. Las copas de los árboles se cierran creando un espeso parapeto que deja pasar pocos rayos de sol. Algún pájaro rompe la quietud de la loma en la que se encuentra este pequeño cementerio. A pesar de ser domingo, no hay demasiada gente paseando entre las lápidas. Sólo una familia, que se abraza por la cintura, mientras el enterrador tapia el nicho.

Una vez colocada la placa de mármol, vienen las flores. Y luego, algunas pelotas de goma, piñas y un hueso de juguete. El cuerpo que yace en esta tumba no es humano, es de un perro. Se llamaba Benji y es uno de los cerca de 5.000 animales que reposan en el camposanto 'Los Seres Queridos', el primero de España dedicado a mascotas.

Fue fundado en 1972 por la familia Padró Font. Ese año murió Negrita, una perra de 23 años muy querida por los suyos. “Nació el mismo día que mi hermano, así que imagina el disgusto”, cuenta Asun Padró, hija del impulsor del cementerio. Enterraron a la can en el campo de cerezos del vecino, hasta que pensaron que esa necesidad la tendrían muchas otras familias. Así que, juntos, reemplazaron el negocio de los árboles frutales por el de las tumbas.

“Un animal puede ser un miembro más de la familia y el dolor que deja a su marcha puede ser indescriptible”, asegura Padró, que ahora gestiona el cementerio junto a su hermano. “Bebé, nuestro gran amor pequeño. Los papas te tenemos en nuestro pensamiento y en nuestro corazón”. Así reza la inscripción en la tumba de un gato llamado Légolas, cubierta de hierba artificial. Junto a él yacen dos perritos, Rivendel Arwen y Pretty Begonia, ambos inmortalizados con esculturas de cerámica hechos a su imagen y semejanza.

Una alternativa al crematorio

“La gente necesita un lugar donde llorar a sus seres queridos, sean humanos o animales”, dice Padró. Por eso, no ve como una amenaza el cementerio público que el Ayuntamiento de Barcelona quiere inaugurar en 2024. Sólo en la capital catalana hay 180.000 mascotas y el consistorio planea hacer 7.000 servicios anuales. “Hay mucha demanda y no tenemos por qué ser competencia”, asegura.

Además, ambos espacios tendrán una diferencia clara: en el recinto municipal sólo se realizarán inhumaciones de cenizas, a diferencia del camposanto de 'Los Seres Queridos', donde se pueden enterrar también cadáveres. Y esto es muy poco común, ya que el destino de la gran mayoría de animales de compañía, una vez mueren, es el crematorio.

La normativa española estipula que los cadáveres (sean animales o humanos) no pueden ser enterrados en cualquier sitio por razones de salubridad, así que, habiendo muy pocos cementerios como este, las opciones son escasas. De hecho, en este camposanto hay animales que vienen hasta de Francia, debido a la falta de oferta. Por eso, la salida más frecuente ante la muerte de una mascota es la incineración, ya que es la que facilitan los ayuntamientos.

En algunos (muy pocos) se trata de un servicio gratuito, aunque en la mayoría tiene un coste que fluctúa entre los 30 y los 180 euros, dependiendo del peso del animal. Pero el precio no es la principal crítica de dueños de animales a esta técnica; lo es el hecho de que en los hornos municipales queman más de un cadáver a la vez, para ahorrar energía y dinero.

Por eso, muchas personas como Débora y José Manuel deciden recurrir a servicios privados. Esta pareja de Barcelona perdió a una gata que era “de la familia”. Les había acompañado durante los últimos 10 años y el apego que le tenían es innegable, como lo demuestran los fondos de pantalla de sus móviles: en lugar de fotos de la pareja o de sus hijos, aparece un montaje en blanco y negro de Maula, la gata fallecida.

Querían “un entierro acorde” a lo que sentían por ella, así que pagaron más de 500 euros a una empresa que se encargó de incinerar el cadáver y hacer unos pequeños contenedores decorativos para las cenizas. “Si te dijeran que van a incinerar a tu hijo con otras 30 personas, ¿aceptarías? Pues yo tampoco”, cuenta esta pareja.

Además, otro hándicap de los crematorios municipales es que, al realizar incineraciones colectivas, las cenizas no son entregadas. “Es un gran problema, porque no tienes dónde llorarlos”, dice Andrea, dueña de Benji, el perro que está siendo enterrado en 'Los Seres Queridos'. “No íbamos a recurrir a la incineración por nada del mundo. Ellos nos acompañaron a nosotros y ahora queremos despedirles como Dios manda”, añade.

Perros famosos e insectos anónimos

“Tenemos mascotas de gente famosa... Aunque no te puedo decir quiénes son, ya sabes cómo funciona esto”, apunta, misteriosa, Asun Padró. “Lo que sí te puedo enseñar son animales famosos”, concede la gestora del cementerio, que se dirige hacia la tumba de Dan, un pastor alemán de la Cruz Roja. En 1985 murió tras salvar a decenas de personas de morir entre los escombros después de que una bomba de relojería estallara en un local de la mafia francesa en l'Escala (Girona).

En su tumba todavía hay flores y un recorte de 'El Noticiero Universal' enmarcado. “Los familiares de los supervivientes todavía vienen a verle”, cuenta Padró. Por eso, a pesar de que el dueño de Dan dejó de pagar por su tumba tras su muerte, el can todavía sigue ahí. Normalmente, cuando el pago (entre 70 y 90 euros al año) se interrumpe, el cadáver se traslada a una fosa común. Pero no así el de Dan, a quien los dueños del cementerio premiaron con el reposo eterno (y gratuito) por sus hazañas.

Como en cualquier cementerio, en este las lápidas también esconden historias de vida: algunas fueron largas, otras cortas; las hay que tuvieron un final plácido y las hay que acabaron de forma abrupta y traumática. Es el caso de otro perro, que fue el compañero de un profesor jubilado y que descansa en una de las tumbas más llamativas de todo el camposanto, decorada con espumillón de colores, como si cada día fuera Navidad.

Murió en un incendio, pero antes de hacerlo consiguió sacar a su dueño, que se había quedado inconsciente por el humo. El can volvió a entrar para salvar a la mujer e hijos del profesor, pero ya nadie más salió de la casa. “Lo único que nos ha pedido es que, cuando muera y deje de pagar por el nicho, por favor, no incineremos el cadáver del perro”, dice Padró, taciturna.

“Aquí hemos visto de todo”, reconoce Gerard al volver a escuchar esta historia. Él es el enterrador de 'Los Seres Queridos' y el encargado de colocar los cadáveres –o sus cenizas– en los nichos o tumbas y, además, acicalar la parcela. También es quien pone en su sitio las pelotitas de goma y limpia las vitrinas. “Sé que mi trabajo da mucha paz espiritual a la gente. Sea llorando a lágrima viva o en silencio, decir adiós es necesario”, explica Gerard mientras acaba de colocar los adornos de la tumba de Benji.

“Yo no juzgo a nadie y no pregunto qué o a quién enterramos”, apunta Gerard. Y es que en este cementerio el último adiós no está solo reservado a gatos y perros. Además hay hurones, pajaritos, conejos, hámsteres o iguanas. También hay monos, de cuando eran mascotas legales. Últimamente se entierran muchas gallinas o patos. E incluso moscas. Hay una mujer que va guardando en una caja los insectos que su marido mata. Los mete en el congelador y allí aguardan, incorruptos, hasta que uno de los gatos que tienen en casa muere. De esta manera, el felino –de los cuales ya tiene cerca de una decena en el nicho– y las moscas reciben sepultura juntos.

“El último adiós puede ser para cualquier ser vivo si así lo necesitas”, remacha Gerard, encogiéndose de hombros, mientras se las intenta apañar para colocar todos los juguetes en la vitrina de Benji, que comparte con otros dos perritos. La puertecita apenas cierra, de tantos juguetes y recuerdos que la familia ha ido acumulando a lo largo de los años. Finalmente, consigue rematar la faena y, al acabar, da dos pasos atrás y saca el móvil para grabar un vídeo de recuerdo.

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