'Personal' es un blog por el que desfilarán los personajes más significativos de la actualidad catalana, con las palabras del periodista Xavier Ribera y la mirada artística del ilustrador Jaume Bach.
Cristina de Borbón, una infanta con corona de espinas
Con el paso de los años, los cuentos, sean de hadas o de princesas, experimentan auténticas actualizaciones: “Después de besar al jugador de balonmano, la princesa campechana se convirtió en rana”. La trayectoria de la infanta Cristina de un tiempo a esta parte ha tomado el camino inverso al del cuento: en el ejemplo que nos ocupa, es la princesa, en este caso infanta, quien se muta en rana, y no al revés. Hace tiempo que los ciudadanos dejaron de verle gracias principescas y, en su lugar, la imagen de Cristina refleja la del repugnante anfibio.
Catalana de adopción olímpica, Cristina (1965) es la segunda hija de los reyes de España y séptima en la línea de sucesión al trono, después del príncipe, sus dos hijas, su hermana Elena y sus dos sobrinos. En los activos, figura el relativo honor de haber sido la primera mujer de la monarquía española con título universitario -el año 1989 se licenció en ciencias políticas por la Universidad Complutense. Lejos nos queda la imagen de aquella chica moderna, sencilla, natural e independiente, que renunciaba a príncipes y coronas con el único deseo de casarse por amor.
El declive del personaje comenzó a gestarse justo el día en que conoció a su esposo, Iñaki Urdangarin. Cuenta la leyenda que los hechos transcurrieron en un acto organizado por el Comité Olímpico Español (1996) y fue amor a primera vista: no en vano, nueve meses después se casaban. En el momento que se conocieron, Cristina trabajaba en La Caixa y cobraba 200.000 pesetas y Urdangarin jugaba en la sección de balonmano del FC Barcelona y tenía una ficha de diez millones de pesetas al año. Como regalo de boda, el rey Juan Carlos obsequió a la pareja con el ducado de Palma.
La mutación de Iñaki Urdangarin también ha sido del todo extraordinaria, en un santiamén ha pasado de yerno perfecto a trepa indeseable. La monarquía creía haber encontrado el espécimen ideal para reconciliar las dos Españas: un vasco del Barça y medio catalán. Pero el 'frankenstein' se les ha vuelto en contra hasta convertirse en un devastador virus que en poco tiempo ha hecho más y mejor trabajo que una legión republicana a lo largo de su historia. Urdangarin se ha paseado por medio mundo como si fuera Pedro por su casa amasando una fortuna fruto de presuntas corruptelas.
La infanta Cristina también pasará a la historia como el primer miembro de la casa real española imputado. En su triste defensa, esgrime ignorancia -desconoce qué hacía el marido. La dicotomía es ésta: o participó a conciencia y de forma activa en la bacanal defraudadora de la que se acusa a su marido y socio o, a pesar de los estudios exhibidos, es corta de entendederas y no era consciente de nada de lo que pasaba y firmaba. Profundizando en esta segunda tesis, hay quien habla de amor como si el viejo sentimiento pudiera considerarse un atenuante para rebajar la culpa.
La codicia o la estulticia han coronado con espinas la infanta moderna hasta llevarla imputada ante el juez. El realismo pensando mal augura a la infanta enamorada a un futuro alejado de barrotes poco glamurosos. Sin embargo, el daño que la hija mimada del rey Juan Carlos y su esposo habrán hecho a la monarquía española es de consecuencias a estas alturas incalculables, sólo con el tiempo se verá qué terminan diciendo los libros de historia.
Con el paso de los años, los cuentos, sean de hadas o de princesas, experimentan auténticas actualizaciones: “Después de besar al jugador de balonmano, la princesa campechana se convirtió en rana”. La trayectoria de la infanta Cristina de un tiempo a esta parte ha tomado el camino inverso al del cuento: en el ejemplo que nos ocupa, es la princesa, en este caso infanta, quien se muta en rana, y no al revés. Hace tiempo que los ciudadanos dejaron de verle gracias principescas y, en su lugar, la imagen de Cristina refleja la del repugnante anfibio.