Es domingo, ha llovido durante casi toda la mañana y el tiempo pronostica que los chubascos seguirán por la tarde. Son las 14:30h., hora de comer, y las calles de Barcelona están medio vacías. Da igual. Media hora antes del entrenamiento, siete de las jóvenes que forman el primer y único equipo de críquet once femenino de Catalunya ya están en la puerta del instituto Consell de Cent. Hoy entrenan aquí, la semana que viene quién sabe, pero muy pronto esperan tener el primer campo de este deporte de la ciudad y su lucha avanza a pasos agigantados para conseguirlo. El siguiente reto: crear la selección catalana, que sería la primera de críquet femenino del estado.
Mouskan, Jaspreet, Samia, Fátima y Hifsa tienen entre 15 y 20 años y sonríen mucho, pero no se toman para nada a broma este deporte. Todas ellas están estudiando, pero creen que pueden llegar a ser profesionales del críquet, un deporte que están construyendo en directo, ahora mismo, en su versión femenina. Porque son las primeras, pero no de la competición, sino en practicarlo. “¡Cada vez amo más el críquet, quiero ser jugadora y jugaré donde haga falta!”, afirma Jaspreet, de quince años.
La Liga de críquet sala de Barcelona, versión en espacio más reducido y con menos gente, tiene ya cinco años y solo tres equipos de institutos que juegan entre sí en repetidas ocasiones durante el año, pero el deporte se les quedó pequeño. De la mano del proyecto Convivim y de la Fundació per a l'Esport i l'Educació de Barcelona, buscando la integración social y el intercambio cultural a través del deporte, van líderes en una competición más importante: las votaciones del presupuesto participativo del Ayuntamiento, en su caso para conseguir financiación para construir el que sería el primer campo de críquet once de Barcelona. Aún quedan un par de fases pero si ganan, explica la coordinadora del proyecto, Anna Villalobos, el campo debería empezarse a construir antes del fin del mandato de Ada Colau, o sea en 2023. El coste aproximado es de un millón de euros.
Después de rodar por campos de béisbol, de fútbol y por el maltrecho campo de fútbol Julià de Campmany, la reactivación de competiciones de estos deportes posterior a la pandemia les hace muy difícil encontrar espacios donde entrenar los fines de semana, así que por ahora tienen que improvisar en campos como el del instituto Consell de Cent, en el barrio del Poble-sec. “Es un deporte en el que nos tenemos que tirar al suelo y con un suelo así nos podemos hacer daño”, dice Samia, de 17 años, que defiende convencida la necesidad de un campo de críquet en Barcelona.
Cuenta que en una reunión con el Ayuntamiento y un arquitecto para construir un campo, éste apuntó a que las necesidades del críquet, sobre todo el pitch, franja central del campo, no facilitan que sea compatible con la práctica del fútbol. “Yo le dije que es que era diferente, el campo de críquet es circular y el de fútbol es rectangular. Necesitamos césped natural y no artificial, como la mayoría que hay de fútbol, porque tenemos que tirarnos al suelo todo el tiempo. Y por eso necesitamos un campo propio”, desarrolla Samia, una auténtica apasionada de este deporte que empezó a practicarlo con ocho años en el pequeño pueblo de la región de Cachemira, en la parte pakistaní, donde se crió. “Mi padre al principio no quería que jugara, pero mi abuela le dijo que ella había jugado y le convenció. Después, aquí en Barcelona me tocó convencerlo de nuevo porque decía que aquí no había futuro para este deporte. Lo estamos creando nosotros”, defiende.
El críquet llegó a España en 1809, a través de los soldados del General Lord Wellesley. Durante la Guerra de la Independencia, los soldados jugaban en algunas ciudades. Aunque los primeros pasos del deporte reglado se dieron en España a finales de los 80 y principios de los 90, cuando se creó la selección masculina, y a principios de 2000 siguió creciendo, esta práctica irrumpió de repente en los parques de Barcelona con la llegada de migrantes paquistaníes, indios y bangladeshíes de los últimos años.
Hoy, calcula Shabbad, entrenador de las chicas, hay 45 clubes y más de 500 jugadores de críquet en Catalunya, pero sólo dos campos, en Riudarenes y Empuriabrava, ambos en la provincia de Girona. “Para los que somos de Barcelona, nos queda muy lejos y todos los gastos corren de nuestra cuenta. Tenemos trabajos y nos cuesta mucho conciliarlo con un partido”, cuenta este joven de 30 años que llegó a jugar en la selección sub-18 de Pakistán. Una lesión truncó su carrera, vino a Barcelona y ahora tiene una frutería que normalmente está abierta al mediodía pero que cierra los domingos para entrenar a las chicas. Cuando juega, lo hace mayormente en párkings abiertos (en su día usaban el del Camp Nou) o parques de la ciudad. El vecino de Shabbad fue quien le informó del proyecto femenino. “Son muy buenas, han aprendido muchísimo y solo llevan un año con la pelota dura”, dice convencido.
Samia, la más locuaz de las chicas, saca pecho de la perseverancia del grupo: “Los chicos, aunque son más, no han conseguido tener un campo y somos nosotras las que lideramos este proyecto”. Aunque estudia formación profesional de higiene bucodental, su prioridad es el críquet “y si no, ser cantante y componer, o editar vídeos musicales”. Ella juega en Trinitat Vella, donde se da la curiosa situación de que la entrenadora, aunque es deportista, no es jugadora de críquet. “Yo le enseño a ella y ella me enseña a mí. También quiero ser entrenadora!”
De ese mismo instituto viene Fátima, también pakistaní, que lleva un mes y tres semanas practicando críquet y está entusiasmada. Fue la entrenadora, que es también profesora de ética, la que le invitó a jugar. Aunque en el equipo de críquet once todas son de origen indio, pakistaní o bangladeshí, países de gran tradición en críquet, muchas de ellas lo han descubierto allí y, además, han atraído en los equipos del barrio a chicas de Marruecos, Latinoamérica o catalanas que nunca habían escuchado hablar de este deporte.
Mouskan, de 16 años, lleva tres jugando, ahora en el instituto Consell de Cent, estudia bachillerato social y tiene claro que quiere ser jugadora. “Y si no, quiero hacer criminología”. Su compañera Jaspreet, la más joven, tiene 15 años y sus padres son de India, pero no ve ninguna relación en el hecho de que sea un deporte popular en el país de sus padres y que ella lo practique. “He jugado a baloncesto, a fútbol y el críquet es lo que más me gusta”, dice. Hifsa, la mayor, tiene 20 años y también es entrenadora en su instituto.“Era la divertida del grupo, animaba a todas y vieron que podía llevar un grupo”, cuenta. Su padre llegó a ser profesional del críquet en Pakistán, “allí es como aquí el fútbol”, dice. “Es muy, muy bonito este proyecto por tener un campo”, remata.