Las elecciones del próximo domingo pueden marcar un punto de inflexión en muchos municipios donde diferentes candidaturas de confluencia tienen serias opciones de ganar las instituciones y convertirse en artífices de un cambio social histórico. Ciertamente, el cambio ya hace tiempo que ha empezado: con el 15M y los nuevos imaginarios colectivos, con las múltiples respuestas socialmente innovadoras impulsadas desde la sociedad civil para hacer frente a las consecuencias de la crisis o con las incontables acciones de resistencia colectiva frente las políticas de austeridad. Ahora bien, ¿cómo se materializará este cambio en las instituciones si candidaturas como Barcelona en Comú ganan los ayuntamientos? ¿Cuáles son los retos y los riesgos que deberán afrontar?
Uno de los principales retos será conseguir ser realmente revolucionarios desde el punto de vista democrático y, al mismo tiempo, dar respuesta a los problemas sociales de la ciudadanía, que no son pocos. Además de superar las resistencias que seguro surgirán desde las propias dinámicas actualmente instauradas en las instituciones, habrá que encontrar la manera para hacer que eficacia (hacer que las cosas pasen) y democracia (hacer las cosas de forma participada e inclusiva) no sean conceptos incompatibles sino complementarios. En este sentido, habrá que experimentar con nuevas formas de liderazgo colectivo, radicalmente democráticas, que garanticen que el cambio efectivamente tiene lugar.
En ambos frentes (el democrático y el social) habrá que combinar transformaciones estructurales, que pueden requerir su tiempo; con acciones puntuales, que se deberían producir de manera rápida con el fin de visibilizar que el cambio es de verdad. En cualquier caso, la capacidad de innovación (pensar fuera de los marcos preestablecidos) y el potencial transformador (cambiar realmente las relaciones de poder) deberían ser factores que marquen la diferencia. En este sentido, propuestas como decidir participadamente el 5% del presupuesto de los distritos podrían resultar, francamente, poco ambiciosas.
Históricamente hemos visto cómo las mejoras logradas a través de la innovación y las luchas sociales nunca han conseguido aniquilar del todo las injusticias contra las que combaten. Mientras las innovaciones en el campo económico-empresarial suelen ser totalmente irreversibles (cuando un cambio tecnológico, organizativo o productivo funciona no hay marcha atrás), en el caso de la innovación social siempre hay grandes poderes económicos y políticos dispuestos no sólo a detener el cambio social sino también a desmontarlo una vez éste ya ha logrado instaurarse. Los recortes y las privatizaciones en servicios básicos que hemos vivido en estos últimos años o el retroceso en derechos sociales y civiles son claros ejemplos.
Sería un error, por tanto, fiar todas las expectativas de cambio social en las prácticas socialmente innovadoras. Innovar -encontrar nuevas respuestas que nos permitan satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía desde el empoderamiento- es un requisito indispensable para el cambio social, pero no es suficiente. Es necesario, también, salvaguardar los logros que se han ido logrando históricamente, evaluar y mejorar todo aquello que ya funciona, resistir ante las amenazas externas y presionar para que el cambio social se multiplique hacia otros territorios y otros niveles de gobierno. El cambio social, pues, requiere de múltiples estrategias que deben ejecutarse simultáneamente: innovar, salvaguardar, evaluar-planificar, resistir, protestar...
Es precisamente por este motivo que las candidaturas de confluencia, fusionando nuevos activismos urbanos y viejos movimientos vecinales, articulando formaciones políticas históricas y nuevas organizaciones, y combinando la lucha en la calle con el gobierno de las instituciones, pueden convertirse en enormes agencias colectivas de cambio social.
Experiencias como la de Figaró, donde una agrupación de electores (CAF) ganó el ayuntamiento hace 12 años, nos demuestran que gobernar entre vecinos es posible y, haciéndolo, el potencial transformador a nivel local es extraordinario. Sin embargo, la crisis interna vivida en el seno del gobierno de este pequeño municipio del Vallès Oriental muestra también las dificultades de estas experimentales formas de gobierno, tal y como relata el documental “L’Esma del Temps”. Se pone de manifiesto, por ejemplo, la necesidad y la importancia de códigos éticos que marquen las pautas de funcionamiento de esta nueva manera de hacer política.
Cualquier tipo de experimentación lleva inevitablemente a errores, de eso tenemos que ser muy conscientes. Ahora bien, innovar y experimentar es lo único que nos puede permitir construir una nueva realidad social, política y económica. Mantenernos en el status quo, en el orden establecido, seguro que no nos llevará más allá de donde ya estamos. El reto, pues, es ser capaces de aprender de los errores para seguir avanzando, para seguir transformando.
Las elecciones del próximo domingo pueden marcar un punto de inflexión en muchos municipios donde diferentes candidaturas de confluencia tienen serias opciones de ganar las instituciones y convertirse en artífices de un cambio social histórico. Ciertamente, el cambio ya hace tiempo que ha empezado: con el 15M y los nuevos imaginarios colectivos, con las múltiples respuestas socialmente innovadoras impulsadas desde la sociedad civil para hacer frente a las consecuencias de la crisis o con las incontables acciones de resistencia colectiva frente las políticas de austeridad. Ahora bien, ¿cómo se materializará este cambio en las instituciones si candidaturas como Barcelona en Comú ganan los ayuntamientos? ¿Cuáles son los retos y los riesgos que deberán afrontar?
Uno de los principales retos será conseguir ser realmente revolucionarios desde el punto de vista democrático y, al mismo tiempo, dar respuesta a los problemas sociales de la ciudadanía, que no son pocos. Además de superar las resistencias que seguro surgirán desde las propias dinámicas actualmente instauradas en las instituciones, habrá que encontrar la manera para hacer que eficacia (hacer que las cosas pasen) y democracia (hacer las cosas de forma participada e inclusiva) no sean conceptos incompatibles sino complementarios. En este sentido, habrá que experimentar con nuevas formas de liderazgo colectivo, radicalmente democráticas, que garanticen que el cambio efectivamente tiene lugar.