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Entrevista - Youtuber y creador de contenido

Pol Andiñach, youtuber creador de 'Cuellilargo': “La disculpa es algo que no cotiza en redes”

Pol Andiñach, Cuellilargo, en el estudio de su casa desde el que graba sus vídeos

Sandra Vicente

11 de marzo de 2023 22:16 h

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Pol Andiñach (Vilassar de Mar, 1991) es el nombre que hay tras el canal 'Cuellilargo'. Dedicado a la actualidad política desde un prisma de izquierdas, antiracista y antifascista, acumula casi 270.000 seguidores en Youtube, Instagram y TikTok. Sus vídeos pueden ser de dos minutos o superar la hora, dependiendo de la complejidad del tema. Adriñach rehuye las normas de las redes que se han convertido en su trabajo y, según dice, rechaza caer mensajes simplificadores. Pero eso no le ha evitado ser diana de 'haters' y 'trols' de canales de extrema derecha. De todo ello habla en esta entrevista, previa a su participación en la cuarta edición del 'Memefest' que organiza el Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB).

¿Por qué Cuellilargo?

Me lo preguntan mucho y nunca sé qué decir. Cuando abrí el canal, tuve que ponerle un nombre y me gustaba el dinosaurio. No pensé que funcionara tanto y que jamás tuviera que justificar el nombre en entrevistas...

La charla que dará en el 'Memefest', junto a Ofèlia Carbonell, se llama 'Curso para pedir disculpas en Internet'. ¿Es Internet un lugar para disculparse?

No es algo que esté al orden del día, porque cuando te disculpas estás asumiendo un error y que debes trabajar para solucionar o revisar una parte de ti. Y eso cuesta mucho a los influencers, personas que se saben idolatradas y que basan su personaje en la idea de perfección, en mostrarse al mundo como alguien sin vulnerabilidades. Además, la disculpa es algo que no cotiza en redes.

Internet no nos deja olvidar y hay contenido que, realmente, envejece muy mal. La última polémica es la de Auronplay, que ha tenido que disculparse por tuits en los que acosaba a la madre de Yeremi Vargas. Pero casi se habla más de la disculpa que del hecho.

Que ahora nos echemos las manos a la cabeza por tuits que hace 15 años no molestaron a nadie es buena señal. La parte mala es que estos creadores de contenido, en lugar de ofrecer una disculpa clara y sincera, se intentan justificar diciendo que es algo sacado de contexto, que ya no son la misma persona que la que lo publicó o que fue una broma que no se entendió. Ves que no son disculpas sinceras cuando solo vienen después de que la gente les señale, para evitar que sus seguidores vean que el ídolo que se han construido no es como creían. Muchos influencers son prisioneros del personaje que se han creado y se deben de una forma perversa a sus seguidores.

Los seguidores pueden destruir a un influencer, pero también pueden jugar un rol protector acrítico.

Sí, los influencers idolatrados tienen una audiencia ciega, que ha desarrollado una relación parasocial con una persona que solo conocen a través de una pantalla. Aun así, le defenderían a toda costa. Y los creadores de contenido saben que tienen una audiencia muy entregada que les arropará digan lo que digan y a la que le servirá cualquier explicación que den. Esto es interesante porque, así, las disculpas en Internet se han convertido en un tipo de contenido más, con unos códigos estéticos y verbales que se repiten. Son un producto de consumo como cualquier otro.

Cuellilargo es un canal con vídeos sobre cuestiones de actualidad desde una perspectiva de izquierdas. ¿Las redes, en las que se premia la inmediatez y la información rápida, son buen lugar para reflexiones complejas?

Las redes quieren que estés el máximo tiempo enganchado y los algoritmos, que no son para nada neutrales, están diseñados para premiar el contenido que lo consigue. Y en eso la derecha y la extrema derecha parten con ventaja, porque publican contenido confrontativo, visceral, que vende miedo. Y eso activa mucho, tanto a aquellos que están de acuerdo como a quienes estamos en contra y tenemos la necesidad de denunciar si algo es mentira o genera odio. Ese contenido agresivo, que falta a la verdad y es marca de la casa de la derecha, hace un match perfecto con el interés de las redes y los algoritmos.

Se necesita mucho más tiempo y argumentos para rebatir que el que se requiere para hacer populismo. ¿Cómo puede la izquierda comunicar siguiendo las leyes de Internet?

Es difícil. Mientras la derecha dice que las personas migrantes vienen para robar, la izquierda habla de discriminaciones estructurales fruto de un sistema económico desigual y racista. La izquierda explica el mundo desde su complejidad, mientras que la derecha lo simplifica y es muy difícil contrarrestar mensajes directos que, a menudo, se sustentan en datos falsos o fotografías que no son ni de aquí, como las que publicó aquel Guardia Civil. Pero aunque fuera fácil daría igual, porque el desmentido nunca llega a tanta gente como la mentira, el odio o la intolerancia. Son contenidos muy adictivos y las redes no hacen ningún esfuerzo por regularlos porque son empresas en un mundo capitalista que buscan beneficios, no hacer un mundo mejor.

En 2020 hubo mucha polémica cuando Podemos planteó una ley que regulara la publicación de mensajes de odio y 'fake news' en las redes. ¿Usted cree que es necesaria?

Aunque haya una ley, la regulación del contenido en las redes va a estar en manos de las empresas y sus intereses particulares. Lo hemos visto ahora con la guerra de Ucrania: Twitter ha censurado a ciertos medios que explican la guerra desde una óptica determinada, con la que yo no digo que esté de acuerdo. Pero han anulado toda una parte de la narrativa y se ha quedado solo aquella que conviene a Europa y a la OTAN, que también son partes implicadas en el conflicto. Han baneado RT, mientras otros medios siguen teniendo permiso para publicar, independientemente de que difundan odio o bulos.

Las redes son herramientas nuevas, que nadie sabía usar y que se han popularizado muy rápido. Y es ahora cuando vemos sus ventajas y peligros. Lo natural es que, si las administraciones ven que hay cosas no que no funcionan, hagan algo. No es normal que puedas decir las burradas que te dé la gana en Twitter o que puedas enviar mensajes con amenazas... Aunque es cierto que, una vez se haga la ley, existe el riesgo de que un gobierno la pueda usar para censurar ciertos mensajes. Es complejo.

Hablaba de las amenazas en Twitter. ¿Ha sufrido este odio?

Con el tiempo aprendes a distanciarte. Al principio flipas cuando ves que, de un día para otro, tienes “99+” notificaciones de gente a la que no conoces de nada. Te acabas acostumbrando a esta manera de relacionarte que no es sana, a pasar mucho más rápido de página respecto al odio que se vuelca contra ti.

¿Por qué pasa más en Twitter que en otras redes sociales?

Porque la red lo permite y porque el contenido es texto, que es menos atractivo que la foto o el vídeo. La interacción escrita solo es adictiva si se basa en la confrontación y las faltas de respeto. Y esto se ve acentuado porque en Twitter, más que en otras redes, hay muchas cuentas falsas y anónimas, ejércitos de 'trolls' y 'bots' pagados para hacer campaña contra alguien. De hecho hay toda una industria de cuentas falsas para mover el debate o la narrativa. Esto se ve muy claro con gente que está ahora en el Gobierno, que recibe una oleada de violencia digital absolutamente escandalosa.

Pero es como que se minimiza. “¿Te han enviado una amenaza de muerte por mensaje? Bueno, no es tan grave como si hubiera sido en la vida real”. Pero lo que no se tiene en cuenta es que la gente se crece con el anonimato y hay personas que se convierten en verdaderos monstruos tras su avatar. La violencia digital es real porque, aunque pase a través de una pantalla, afecta a personas del mundo analógico.

Usted hace contenido político, que es como pintarse una diana en la cara. ¿Se ha sentido superado por ese odio?

He ido a terapia bastante tiempo, en parte por esto. Hay veces que te supera, sobre todo cuando llegas a las redes de buen rollo. Hay un tipo de usuario al que llamamos 'monetizadores de odio', que cogen contenido ajeno y lo manipulan para sacar beneficio. Es contenido que tú te has pasado días mimando, haciendo el guion y editando, para que luego venga alguien a parasitarlo, a insultarte y a desmontar, entre muchas comillas, tus ideas o argumentos. Porque lo peor es que no es una crítica desde el respeto, sino desde la desacreditación personal.

Eso es lo que supera y lo que ha hecho que mucha gente deje las redes. Piensas, “si yo no venía aquí a pelearme, ¿por qué tengo que aguantar las hordas de trolls que me ha enviado esta persona a la que no conozco?”. Y mira que yo digo esto desde el absoluto privilegio de ser un tío blanco, cis y europeo. Estoy en la cúspide del privilegio. Imagina lo que sufre quien está atravesada por opresiones estructurales.

¿Es posible hacer activismo en redes?

Por supuesto. Pero no solo. Hay colectivos que se organizan a través de redes para difundir mensajes antirracistas, feministas, antifascistas o LGTBIQ+, aunque el activismo en redes no va solo de eso, sino de tejer alianzas. Recuerdo que, durante el Black Lives Matter en Estados Unidos, la policía creó una aplicación para que los vecinos delataran a los manifestantes a través de vídeos o fotos.

Pues eso movilizó al fandom del K-Pop [música pop coreana], que es un colectivo que actúa solo detrás de las pantallas, pero de manera muy organizada. De hecho, ha desarrollado habilidades para, incluso, hackear Youtube y conseguir que los vídeos de sus ídolos sean premiados en pocos minutos por el algoritmo. Ese fandom reventó la aplicación de la policía colgando en masa vídeos de K-Pop. Fue una alianza muy chula entre el antirracismo afroamericano y la cultura pop asiática y, para llevarla a cabo, fue necesario integrar el activismo en la calle y en Internet.

Hay muchas críticas a los comunicadores en redes como Youtube o Twitch. Igual que el activismo en la calle y en Internet, ¿cree que la comunicación online y el periodismo tradicional deben convivir?

Yo he estado en ambos lados, pero mi experiencia ha estado siempre marcada por la precariedad. Cuando acabo la carrera de periodismo intento publicar en medios tradicionales, aunque no te paguen o te paguen poco. Puedes aguantar un rato, pero no demasiado, porque con visibilidad no pagas facturas. Ante la dificultad, a mi generación se le abre, por suerte, una puerta a los medios digitales y las redes sociales, que dominábamos más que la gente que trabajaba en las redacciones. Por eso, medios como 'El País' empezaron a ir a remolque en materia de vídeos y redes de lo que se hacía en otros como 'Playground'.

Hay toda una generación de periodistas que, si queremos seguir siendo comunicadores, tenemos que hacerlo a nuestra manera, explorando nuevas formas de explicar la realidad. Pero eso no quiere decir que el periodismo tradicional deba morir; es un formato distinto que no tiene nada que ver y que seguirá siendo necesario igualmente.

¿Usted se gana la vida?

Sí, pero seguramente menos que lo que piensa la gente. Hay quien ve que tienes cierto número de seguidores y se piensa que vives montado en el dólar, pero no es así. Tengo el gran privilegio de poder trabajar de lo que me gusta y pagar facturas y alquiler al día. No pido más.  

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