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Artur Mas: “Es una tontería absoluta decir que cambié las tijeras por la estelada”

Artur Mas, en su despacho durante la entrevista

Neus Tomàs

Artur Mas (Barcelona, 1956) inició la década que se acaba estrenando el cargo de president de la Generalitat. Venía de la travesía del desierto, que es como él mismo definió la etapa de CiU en la oposición. En esta entrevista explica que pronto descubrió que tendría más días malos que buenos y que no esperaba que algunos llegasen a ser tan malos. En estos diez años, Mas ha sido el president de los recortes, unas medidas de austeridad que defiende porque insiste en que no había alternativa, y también el president del 9-N, el primer referéndum.

El expresident es alguien que, por decisión propia, tiene pocos amigos en la política y que, pese a mostrar pocas ganas, sigue sin descartar un retorno a la primera fila. Mientras, ha empezado a escribir sus reflexiones sobre su etapa en la presidencia y los convulsos años posteriores que se han vivido en Catalunya.

En el 2010 se convirtió en president de la Generalitat. ¿Diría que es lo mejor que le ha pasado en esta década?

Lo mejor a nivel político, sí, pero lo mejor duró un día. El día que llegué. A partir de ahí, el resto fueron peores que aquel primero. Esto es normal.

Usted venía de lo que se denominó la travesía del desierto. ¿Pensó alguna vez que después le esperarían tantos días malos?

Pues no. Pensé que los tendría malos, pero no tanto como los tuve. Esa es la verdad.

¿Cuál fue el peor?

El peor de mi presidencia seguramente fue el momento en el que tuve que marcharme de la forma que me marché, por decisión propia pero también porque dentro del mundo soberanista había las divisiones que había y sobre todo con la actitud de la CUP. Aquello, a criterio mío, fue muy injusto, pero la política, como la vida, es injusta. Tampoco me quejo de eso. En cualquier caso, no fue un día agradable.

Si miramos un poco más allá, el peor día fue el momento en que vi cómo la Policía pegaba a votantes simplemente por querer ir a votar y proteger los colegios electorales, cómo después encarcelaban a personas inocentes como Jordi Cuixart, Jordi Sànchez, también a los miembros del Govern, el exilio del president Puigdemont y otros miembros del Govern. Aquello fue muy triste.

Cita el momento en que se fue y menciona a la CUP. ¿Si le digo el nombre de Anna Gabriel qué le viene a la cabeza?

Una persona que jugó sus cartas, de una forma absolutamente partidista. Esto en política es bastante normal y no lo hace solo la CUP o Anna Gabriel, lo hacen muchos. Demostró que no tenía un criterio claro sobre cómo se suma en un país y lo tenía mucho más claro sobre cómo se veta a alguien. Vetar es fácil, sumar es mucho más difícil.

Poco después, en junio del 2011, tuvo que llegar en helicóptero al Parlament por una protesta contra los recortes. El Parlament y el Govern pidieron penas de cárcel para una veintena de esos manifestantes. ¿Sigue pensando que debían entrar en prisión por manifestarse contra unos presupuestos?

Aquello no fue una protesta contra un presupuesto. Hay que hablar claro y recordar bien las cosas. Es absolutamente legítimo protestar contra un presupuesto e incluso puede llegar a ser muy conveniente por parte de una sociedad viva, dinámica y empoderada. Otra cosa muy distinta es bloquear un Parlamento y por lo tanto sacarle a una sociedad en su conjunto la posibilidad de que sus representantes legítimos pudieran hacer su trabajo. Nosotros lo que intentamos denunciar fue esto segundo, no la protesta contra el presupuesto, que era absolutamente lógica y normal.

Alguien le podría decir que afirma que no se puede bloquear un Parlamento, pero que tampoco se puede bloquear una consejería de Economía cuando está entrando una comitiva judicial.

No se bloqueó, esa es la diferencia. El 20 de septiembre del 2017, se hizo todo lo contrario. La gente que estaba en la calle permitió que la comitiva judicial accediera al departamento de Economía, incluso a través de un corredor específico, y en ningún momento hubo un bloqueo. La prueba es que la secretaria judicial pudo hacer su trabajo y no tuvo que llegar en helicóptero. Pudo hacerlo perfectamente a pie.

Algunos de sus adversarios le han reprochado que usted cambió las tijeras por la estelada.

Esto es una tontería absoluta. Se puede insistir en la tontería, no hay impedimento para eso en la vida, y sigue siendo una tontería por mucho que se insista en ello. Los recortes eran absolutamente obligados, los hicieron todos los gobiernos europeos, los de izquierdas, los de súperizquierdas, los liberales, los de derechas, los de súperderechas... Todo el mundo recortó, porque las normas en Europa, nos guste o no, son las de la austeridad y el control del déficit. Por lo tanto, una cosa era una política obligada, en términos europeos, de ajuste de las cuentas, y otra muy distinta era cómo se resuelve el conflicto permanente entre Catalunya y el Estado español. En este caso era cómo se orienta el tema soberanista que, recuerde usted, fue algo que nació en la calle y no en los despachos. No fueron los políticos los que se lo inventaron, sino mucha gente que se movilizó.

Otra frase que ha hecho fortuna, parafraseando a Gerard Piqué, es que con usted empezó todo.

Eso me dicen, tanto los que están favor como en contra.

¿Le molesta o le halaga?

Depende, forma parte del juego. Los que están a favor de lo que está pasando en Catalunya y apoyan el derecho a decidir me reconocen que efectivamente conmigo empezó todo, me lo alaban e incluso los hay que me piden fotos con ellos. Después hay otros que lo que hacen es criticarme duramente e incluso insultarme, con el mismo argumento, con el 'contigo empezó todo'.

¿Le insultan por la calle?

Sí, no es que me guste porque no voy por la calle buscando insultos. Pero entiendo que en una democracia consolidada cuando hay un tema que cuestiona muchas cosas, mueve el statu quo, y gente determinada se puede sentir muy contrariada por esa apuesta, se tiende a simplificar. Y si ven una cara en la que pueden enfocar todo el problema, simplificando consideran que el problema es esa cara. Eso me ocurre bastante a menudo. Lo asumo porque forma parte de las leyes del funcionamiento de la política.

Una vez dijo en una entrevista que no iniciaría un proceso de independencia dividiendo Catalunya en dos mitades. Pero es algo que ha acabado pasando, ¿no?

El proceso de independencia divide la sociedad en casi dos mitades. Esto es verdad. Pero no es el caso del derecho a decidir, que es donde yo situé el foco. Cuando yo estaba en la presidencia, lo que hicimos fue la consulta del 9 de noviembre del 2014. Esa consulta no tenía un carácter vinculante desde el punto de vista jurídico y por lo tanto no se pretendía que el resultado fuese implementado rápidamente. Se pretendía tener una fotografía buena de la sociedad catalana y a partir de ahí, negociar con el Estado español las salidas para el futuro político de Catalunya. Eso no dividía a la sociedad. Más bien la agrupaba porque venía a decir 'todo el pueblo de Catalunya va a poder manifestar su opinión en relación a una serie de preguntas acordadas'.

En Catalunya, esa voluntad de decidir juntos el futuro agrupa a mucha gente. Otra cosa es que cuando esto tiene vinculación política y no solo orientación política ocurre como en otras sociedades. En el Reino Unido, el Brexit divide; en Estados Unidos, Trump divide; y en la Unión Europea, la política de austeridad divide a las sociedades.

Precisamente para los contrarios a la celebración de un referéndum de autodeterminación en Catalunya, el Brexit es el ejemplo de lo que no habría que hacer.

Sí, claro, pero entonces la pregunta es: ¿Si hay una parte importante de la sociedad, que puede llegar a ser mayoría, que quiere una cosa, la parte que no es mayoría puede impedirla para siempre? Esa es la reflexión que tiene que hacerse la gente que no quiere que las cosas pasen. Yo, que soy claramente contrario al Brexit, democráticamente defiendo que si hay una mayoría en el Reino Unido que se quiere marchar de la Unión Europea, tiene derecho a plantearlo. Y si en el referéndum gana, no solo tiene derecho a plantearlo, sino también a ejecutarlo.

Rajoy revela en su libro que usted le pidió en alguna ocasión verse fuera de La Moncloa y que se reunieron más de una vez en su casa. ¿Cómo recuerda esos encuentros?

No es que yo lo pidiera. Yo sugerí en algunos momentos y Mariano Rajoy estuvo de acuerdo en que si teníamos que hablar de cosas importantes y que desbloqueasen la situación en Catalunya, en el contexto de un Estatut hundido por el Constitucional como consecuencia de los recursos del PP y en plena política de recortes, era mejor no hacerlo bajo la presión diaria de los focos. Nos conocíamos hace años. A título personal Rajoy es un hombre de trato afable, pero cuando se salta al plano político, ese cordial, dialogante y de buen rollo pasa muchas veces a ser una inoperancia, porque es un diálogo que no da resultados. Para Rajoy todo es un lío y como todo es un lío, nos quedamos en el lío pero no en la solución.

¿Era más fácil negociar con Zapatero?

Es un hombre de un talante similar al de Rajoy, me imagino que muy diferente al de Aznar, al que he conocido muy poco. Con Zapatero llegué a acuerdos que se implementaron y que después no se cumplieron del todo, cosa que yo retraigo a las instituciones del Estado español porque minan la confianza en el propio Estado. Con Rajoy, el trato fue tan bueno como con Zapatero, pero los resultados fueron claramente negativos.

Ambos, tanto Zapatero como Rajoy, han publicado sus memorias. Usted no lo ha hecho. ¿Por qué?

Yo voy escribiendo, pero todavía no se ha publicado nada. Hay gente del mundo editorial que me dicen 'hombre, tú que lo has vivido desde el principio, como contigo empezó todo, deberías escribir'. Efectivamente, estoy escribiendo no tanto unas memorias, sino unas reflexiones sobre los años en los que estuve en la presidencia y las cosas que ocurrieron después en Catalunya. Supongo que en algún momento algo se va a publicar.

¿En algún momento se ha arrepentido de ser político?

No. ¿Sabe qué pasa? Que si en algún momento llegara a esta conclusión, me plantearía también las cosas en otros términos: ¿Y si no lo hubiera hecho? ¿Me hubiera arrepentido? Seguramente, la respuesta sería que sí, me hubiera arrepentido. Lo he sido, asumo las consecuencias de haber sido político, nadie me obligó a serlo, ha sido una experiencia más dura que agradable pero así es la vida, no hay que darle más vueltas.

¿Es cierto que usted tiene pocos amigos políticos?

Yo tengo muchos amigos personales, pero pocos en la política por voluntad propia. Hubiera podido tener muchos amigos en la política, pero por voluntad propia intenté poner ahí un freno, incluso una pared en algunos momentos, para no pasar de la relación entre personas a la amistad tal y como yo la entiendo, como algo más que apreciar a una persona. He intentado poner esa barrera porque cuanta más responsabilidad tienes en política, más decisiones duras tienes que tomar respecto a las personas y más libertad de movimientos debes poder tener respecto a ellas. El tiempo me demostró que era así, y si esas decisiones se fundamentan en la amistad, cuesta mucho más tomarlas. Un servidor público para hacer bien su trabajo debe tener pocas ataduras.

¿Esta distancia le ayudó a apartar a alguien tan importante como el fundador de su partido, Jordi Pujol?

Exacto, este sería un magnífico ejemplo. Fue de las cosas que más me costó. Una de las peores experiencias a nivel personal y político fue esa, con quien había sido mi mentor, maestro en la política, y una persona a la que yo apreciaba y aprecio todavía de una forma muy relevante. De un día para otro, a esta persona que para mí lo era todo en la política, le tuve que decir que todo su estatus como expresidente tenía que acabarse. Por cierto, él no solo no puso ningún impedimento sino que colaboró en la solución.

En el 2018, la Audiencia de Barcelona sentenció que Convergència se financió ilegalmente a través del Palau de la Música y ordenó el decomiso a CDC de 6,6 millones de euros. ¿La corrupción es lo que acabó con el partido?

No, no solamente eso, pero eso evidentemente influyó. Sobre todo a partir de la confesión del president Pujol. Porque problemas de financiación los han tenido casi todos los partidos y Convergència no fue la excepción. Piense que las normas sobre la financiación de los partidos han ido cambiando y lo que en su momento no eran irregularidades, después lo fueron. Por ejemplo, pasó con los donativos anónimos. En Convergència había mucha gente que ayudaba.

En CDC no hubo un caso de financiación irregular, el problema fue que el fundador del partido y referente ético de muchas cosas en Catalunya y también en nuestro mundo convergente contó lo que contó. Y aunque aquello no afectara directamente al partido, porque le afectaba a él y a su familia, en el fondo lo metía todo en el mismo saco. La decisión fue crear un partido nuevo que desde el principio estuviese libre de suspicacias.

¿Qué queda de Convergència?

Queda el espacio, la obra de gobierno y el proyecto. Lo que no queda seguramente son los líderes, pero el proyecto está ahí. Hay mucha gente que cuando me viene a ver me dice 'ese espacio hay que llenarlo mejor porque estamos un poco huérfanos'. 30 años de gobierno entre Pujol y yo mismo han dejado una huella, una transformación del país en toda regla.

¿De qué se siente más orgulloso?

De la época en la que estuve como presidente no puedo presumir de muchas cosas, porque fue una época muy dura de recortes, de paro, problemas sociales de todo tipo y austeridad muy dura. Prácticamente no pude hacer nada de lo que hacen los gobiernos. Yo era el presidente del 'no'. Me hubiera gustado ser el presidente del 'sí' pero me convertí en el del 'no'.

A partir de ahí, hay dos cosas fundamentales de mi mandato. La primera es que salvamos los servicios públicos esenciales en una época en la que todo se iba abajo. Tomar decisiones impopulares que ayudaban a resolver el problema de fondo requería coraje, porque no ganabas ni un solo voto pero había que hacerlo así. La segunda fue ayudar a Catalunya a salir de la crisis económica. Y la tercera fue ayudar a dar ese giro copernicano y pasar de la autonomía a la soberanía, que es donde estamos ahora. Es un giro de dimensiones históricas en nuestro país y yo tuve el privilegio de estar al mando justo cuando esto se produjo.

Vox ya está en las instituciones y en el Congreso. ¿Cómo cree que se puede evitar el avance de la extrema derecha?

No hay recetas mágicas para eso. Lo que hay que hacer es intentar resolver los problemas que tiene la gente y no crearlos. Dirigirse a la población con ánimo de pedagogía y no pintando las cosas de color de rosas sistemáticamente, ni prometiendo aquello que no se puede cumplir. Intentando explicar el porqué de las cosas, como he hecho yo en esta entrevista con el tema de la austeridad. A partir de ahí, si resuelves los problemas y te diriges a la población sin tapujos y con la verdad por delante, se verá el plumero de la gente de la ultraderecha. Ellos simplifican los problemas, presentando grandes soluciones a esos problemas cuando las soluciones no las tienen en la mano. Es un puro engaño, pura demagogia y puro populismo. Pero en ausencia de soluciones ocupan el espacio.

Alguien le podría responder que prometer la independencia en 18 meses como se hizo aquí también era un engaño.

Eso no fue un engaño, fue una manera de plantear las cosas para agrupar al máximo de gente en un proyecto común. Yo he reconocido varias veces que el poner un calendario fue un error. Los 18 meses fueron un error que yo no hubiera cometido, si hubiese tenido la mayoría suficiente para hacerlo según mi criterio. En aquel momento, había unos socios que apretaban mucho para que los plazos fueran cortísimos. Cualquier cosa que no fuera cortísmo les parecía casi una traición. Fue un error pero no un engaño, porque si no los políticos catalanes independentistas nos hubiésemos salvado de la quema.

¿Dónde se ve dentro de 10 años?

De entrada, ojalá sea vivo y con buena salud. Con la prioridad que he tenido siempre en mi vida y que ha sido mi familia. Me veo sirviendo a mi país, como he hecho los últimos 30 años. Y en los próximos 10 años no me veo en la primera línea.

¿Y antes se ve en la primera línea?

Antes, seguramente tampoco. Ahí no lo puedo afirmar con toda rotundidad por dos cosas. Porque nuestro proyecto político, el espacio convergente, aún no está estructurado al 100% para que los que hemos tenido responsabilidades podamos decir que ya está hecho. Y segundo, porque la situación del país es la que es. Yo me siento corresponsable de haber llegado al punto al que hemos llegado y no puedo tener la actitud de mirar a otro lado y decir ya os lo haréis. Tengo que colaborar en la medida de mis responsabilidades.

Dentro de 10 años, espero ver un país que se ha salido con la suya, que sigue siendo convivencial, que no se ha roto por la mitad, que sigue estando integrado internamente y que ha conseguido sus objetivos: un país europeo interdependiente en medio de unas cosoberanías europeas, pero desligado jurídicamente del Estado español, que es un Estado que, como mínimo, nos frena.

Entrevista completa a Artur Mas:

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