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Celestino Corbacho, el capitán que quiere recuperar galones

Corbacho, en un acto de campaña de Cs

Neus Tomàs

Celestino Corbacho (Valverde de Leganés, 1949) lo ha sido casi todo en la política catalana. Alcalde de L'Hospitalet de Llobregat durante 14 años, presidente de la Diputación de Barcelona –en ese momento el mejor pagado de España–, ministro de Trabajo e Inmigración en el segundo gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, diputado en el Parlament, y tras parecer que se resignaba a la jubilación, concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. Una carrera que también puede resumirse diciendo que obtuvo su primer cargo público, como concejal, en 1983 y que tras más de tres décadas con carné abandonó el PSC, el partido que ayudó a fundar, porque consideraba que no se le tenía en consideración.

Corbacho dejó el socialismo o el socialismo le dejó a él, según a quién se pregunte, por desencanto o por una ambición mal entendida, también según a quién se pregunte. Él explicó que no se sentía reconocido por el partido. Y el partido optó públicamente por desearle suerte aunque en privado se argumentó que lo que exigía Corbacho era un cargo y en esos momentos el PSC no tenía nada que ofrecerle. Ni a él ni a nadie, ironizaba entonces uno de los dirigentes encargados de pilotar la travesía del desierto.

Pero antes del divorcio, era imposible explicar el PSC sin citar a Corbacho. Era un capitán (núcleo de dirigentes metropolitanos que se hicieron con el poder del partido en 1994) y era el alcalde de los alcaldes socialistas (con permiso del siempre díscolo Pasqual Maragall y el no menos desobediente Quim Nadal). Hacía valer su influencia por ser quien controlaba L'Hospitalet, la segunda ciudad de Catalunya, y se hacía respetar gracias a su carácter afable pero sobre todo por una gestión inteligente que los vecinos premiaron con cuatro mayorías absolutas.

Él se encargaba de llenar La Farga, uno de los recintos preferidos por los partidos para exhibir poderío, cuando el felipismo era una religión. Fue allí donde en un mitin Felipe González le rebautizó como Constantino. Daba igual porque los que estaban esa tarde allí sabían perfectamente que su alcalde era el 'Celes'.  

Corbacho es de los que coge el teléfono y de los que cuando le preguntas no se anda por las ramas. Una sinceridad que le ha traído más de un problema. Su discurso sobre el control de la llegada de migrantes, mucho más próximo al de Manuel Valls, al que ahora ha abandonado, que al de Ada Colau, a la que ha votado como alcaldesa de Barcelona, no siempre encajaba bien con el de sus compañeros socialistas. Hasta el punto de que cuando era ministro de Trabajo e Inmigración, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega lo amonestó por haber afirmado que la contratación de inmigrantes en origen debía “aproximarse a cero”.

Su breve etapa como ministro no podría tildarse de exitosa, pese a que siempre puede escudarse en que él se incorporó en la legislatura de la crisis económica, esa que Pedro Solbes advirtió en privado pero negó en público porque “ir a las elecciones con la palabra 'crisis'...era un tema que había que tratar con cierto cuidado” (Solbes dixit en enero del 2018 durante su comparecencia en la comisión de investigación en el Congreso de los Diputados).

Corbacho se ganó a base de malos datos el apodo de “ministro del paro”. Así lo bautizó Ciudadanos, que, carambolas de la política y la mala memoria, fue a buscarlo hace unos meses para intentar captar votos de socialistas tan desencantados como él. El exministro llevaba ya meses dejándose adular o lo que es lo mismo, trabajando en contra de que la que había designado su sucesora en L'Hospitalet y una de las dirigentes del PSC con mayor proyección, Núria Marín, obtuviese un buen resultado. Siempre dijo que no le disputaría la alcaldía pero hizo lo que pudo para que en estas elecciones no le fuese bien. Fracasó. Podría decirse que el verdadero fracaso de Corbacho en estas municipales no ha sido el mal resultado de la candidatura de Valls sino la mayoría absoluta que ha conseguido Núria Marín.

Tal vez se equivocó confundiendo las muestras de afecto y esos 'Celestino te echamos de menos' que recibía cuando regresaba a L'Hospitalet. Era una añoranza que no se tradujo en votos para Ciudadanos ni en la que fue su ciudad ni en Barcelona. Las siglas en este caso importan porque si Corbacho acabó en la candidatura de Valls fue porque así lo reclamó el partido de Rivera, que pintó poco, pero algo pintó en la configuración de la lista y en la financiación de la campaña (en esto último pintó más, según confirmó el propio Valls en una entrevista a eldiario.es).

Su fidelidad a Ciudadanos explica que el exministro socialista haya optado por quedarse en el bando de Rivera y no en el de Valls. Corbacho asegura que su prioridad es Barcelona y que no piensa participar de ninguna otra operación que comporte impulsar un nuevo partido, algo parecido a lo que fue Unió, que permita aglutinar a los votantes de centroderecha que abominan del independentismo pero no tanto como para votar a un partido como Ciudadanos. Muchos de esos votos huérfanos del procés en las últimas autonómicas y generales acabaron en el saco del PSC.

Corbacho, que sorprendió (o no) afirmando que en Barcelona lo que hacía falta es que hubiese más grúas, intentará ahora recuperar la visibilidad que tuvo durante décadas. No será lo mismo que cuando fue alcalde, presidente de la Diputación o ministro. Pero a diferencia de entonces y gracias a su paso por el Parlament, se maneja mejor con el ordenador y las fotocopiadoras. Los servicios informáticos de la Cámara catalana aún se acuerdan de él.

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