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'...Y ahí lo dejo': así trazó Gonzalo Boye la estrategia exterior de Puigdemont

Portada del libro

Gonzalo Boye Tuset

CAPÍTULO 1. La salida

Muchos están convencidos de que conozco todos y cada uno de los detalles de la salida de Catalunya hacia el exilio tanto del president Puigdemont como de sus consellers, pero ya adelanto que no es así, o que la mayor parte de esos entresijos los he conocido con posterioridad y a través de quienes realmente los vivieron... Siguen equivocados. Mi papel fue, y sigue siéndolo, meramente como abogado o asesor jurídico.

Para mí, este caso comenzó el 28 de octubre de 2017, cuando regresaba de Calcuta tras asistir a una reunión del Consejo de la FIFA en representación de la Federación Palestina de Fútbol (PFA). Fue un viaje agotador tanto por la intensidad del trabajo que allí tenía que realizar como por las puñaladas que recibimos de parte de personas muy cercanas, o eso creíamos, a la PFA, así como las peripecias propias de cualquier viaje con muchas escalas y escaso tiempo de conexión.

Salí de Calcuta sobre las 6 de la mañana hora local y, después de una escala con su respectivo cambio de avión, volé a Dubái para hacer allí otro trasbordo a un vuelo que me traería a Madrid. Había dormido poco los dos días que estuve allí y, además, venía con problemas estomacales, mezcla de una dieta que estaba realizando y del abuso del picante que tanto me gusta y que en la India saben preparar de una forma inigualable; picaba hasta el desayuno, pero en esos momentos no me importó y abusé.

Al aterrizar en Dubái conecté mi teléfono y me encontré con una serie de llamadas perdidas de Jaume Asens. Somos amigos desde 2006, cuando tuvo lugar en Barcelona el juicio por los hechos del 4-F, en el que se juzgó a unos jóvenes que asistieron a una esta en una casa ocupada del centro de Barcelona donde, después de una carga policial, resultó gravemente herido un guardia urbano. Esta causa generó una gran tensión en Barcelona y luego fue muy bien explicada en el documental Ciutat morta. Jaume Asens acudió al juicio como observador de la Comisón de Defensa del Colegio de Abogados de Barcelona.

A pesar de lo que dice la prensa de extrema derecha, Jaume Asens no era el abogado de Rodrigo Lanza en el juicio del 4-F, sino que lo era yo. Él solo fue uno de los muchos observadores que asistieron a un juicio que también marcó mi vida profesional y sobre el que mucho se ha dicho y escrito. Durante sus largas jornadas, nos conocimos, vimos que existía mucha sintonía en lo personal y en lo profesional y, a partir de ahí, hemos mantenido una gran amistad.

Quienes conozcan a Jaume Asens saben que recibir en un mismo día —o en una misma semana o en un mismo mes— varias llamadas suyas no es algo habitual, y mucho menos con ese nivel de insistencia. Así pues, le llamé inmediatamente: sabía que algo estaba pasando.

Lo primero que hizo fue preguntarme si podíamos hablar desde un fijo, y eso me bastó para tener claro que se trataba de algo serio. Le contesté que estaba haciendo escala en Dubái y por el momento no era posible. Me insistió: “¿En cuánto rato más podemos hablar desde un fijo?”. Miré mi tarjeta de embarque, hice mis cálculos y contesté: “Dentro de unas ocho o diez horas más estaré en casa”. Jaume Asens, sin entrar en más detalles, me dijo: “Vale, espero tu llamada. No te olvides”. Como si el de la mala memoria fuese yo.

Una llamada así, entre amigos pero sobre todo entre abogados que llevamos temas complejos y delicados, ya anunciaba que venían curvas. No dejé de pensar en qué podría ser, por lo que aproveché el resto de la escala para mirar la prensa española, descargar algunas noticias que intuía que podían estar relacionadas con la misteriosa llamada de Jaume Asens y poco más; en realidad estaba cansado y necesitaba dormir, así que nada más despegar fue lo que hice para despertar un par de horas después, absolutamente despejado, con una idea en la cabeza: “Esto tiene que ver con el Govern...”. No existían datos ni elementos que, por un análisis lógico, me permitiesen llegar a tal conclusión, pero si un nivel importante de convencimiento basado, exclusivamente, en la intuición.

El resto del viaje, que se me hizo eterno, lo dediqué a pensar en lo que podía estar pasando; llevaba dos días en que prácticamente no había leído la prensa sino solo sus titulares, pero imaginaba que la situación era grave, y si Jaume Asens me llamaba era porque había que encontrar una respuesta jurídica... Las preguntas que me daban vueltas eran “¿cuál es el problema?” y “¿qué tipo de solución necesita?”. Mi intriga iba a más y el reloj avanzaba lentamente. Nunca me ha gustado volar, y mucho menos en momentos como ese, en que necesitaba matar mi curiosidad y no tenía cómo hacerlo.

Al llegar a Madrid intenté localizar a Jaume Asens pero me resultó imposible, por lo que decidí tumbarme un rato e intentar dormir algo. Justo cuando lo había conseguido, comenzó a vibrar mi móvil: era Jaume Asens, que me pedía de nuevo un fijo para hablar. Le di el teléfono de casa y en cuestión de segundos estábamos al habla en una de las conversaciones más esotéricas que he tenido en años... Si hubiésemos estado preparando el atraco a un furgón blindado igual habríamos hablado más claramente.

Lo primero que hizo Jaume Asens fue hablarme de su amistad con un tal Toni Comín, que era conseller de Sanitat y no sé cuántas cosas más; todas me entraban por un oído y me salía por el otro, porque me parecía una mera introducción que impedía entrar en el fondo de la cuestión.

Como tengo poca paciencia, llegó un momento en que pregunté: “Bueno, ¿cuál es el problema realmente?”. Jaume contestó: “Claro, es por lo que te llamaba” pero, en lugar de explicarme el problema, comenzó a interrogarme sobre lo que yo sabía o no sobre el procés, las declaraciones del entonces fiscal general José Manuel Maza, las intenciones del fiscal general José Manuel Maza de querellarse en contra del Govern catalán, etc. Aun así, seguíamos sin entrar en materia.

Llegados a un punto le dije “Jaume, ¿qué necesitas?”, y él contestó con una escueta pregunta: “¿Tú qué harías?”. Sin más detalles y sin siquiera pensarlo, respondí: “Irme, hay que salir de aquí ya”. Creo que era la respuesta que Jaume estaba esperando, porque, sin lógica alguna, me soltó: “¿Cómo y para qué?”.

Obviamente yo no sabía cómo hacerlo pero le di las siguientes pautas: que salgan ya, que no lleven los teléfonos ni vayan en sus coches, que lleven efectivo y se muevan de la forma más discreta posible, pues todos ellos son gente muy conocida. Lo que yo en esos momentos no sabía era que ya habían salido de Catalunya y se encontraban al otro lado de la actual frontera hispano-francesa.

La pregunta que le preocupaba a Jaume Asens no era el cómo sino el para qué, y ahí comencé a exponerle mi idea de lo que se podía hacer, cuáles serían las consecuencias, cómo habría que trabajarlo y desde dónde. No paraba de sacarle diversos temas y Jaume Asens, con mucha delicadeza porque no quería cortarme el rollo, pero también con gran firmeza, me preguntó: “¿Puedes hacer un breve informe y ponerme todo esto por escrito?”. Le contesté que sí y me dijo: “Acuérdate de que son políticos, así que explícalo claramente. ”Lo tendrás en media hora“, fue mi respuesta.

Nada más colgar saqué mi ordenador, me instalé en la cocina de casa, donde mi hija pequeña estaba viendo la tele, y me puse a redactar un documento que titulé “Efecto Dominó”. Elegí el nombre porque sabía que la estrategia que se me ocurría tendría muchas fases y lo que había que hacer era una suerte de construcción por piezas que, al final y solo tocando una de ellas, generase la caída de todas las demás hasta llegar al objetivo final: el efecto dominó.

Minutos más tarde entró Isabel, mi pareja y compañera en todas las luchas, y comenzó a hablar de las vacaciones de Navidad, de que su madre vendría con nosotros y no sé cuántas cosas más; yo estaba absorto en mi redacción y me limité a contestarle “Ahora no, Isa”, pero ella insistió sin ser consciente de lo que estaba sucediendo. Giré el ordenador y le mostré lo que estaba haciendo. Isabel, sin más, me ofreció un café y no volvimos a hablar hasta que terminé el documento, que sería el comienzo de una serie sobre la cual se construyó toda la estrategia internacional que hemos desplegado desde entonces.

Quien mejor explica la relevancia del 'Efecto Dominó' y de la serie de documentos que lo siguieron es Toni Comín, quien por entonces no era más que un nombre en algunas noticias de prensa que había repasado con prisa pero que al convertirse en uno de los destinatarios supo ver, desde el primer momento, que esa era la solución.

Una vez terminado el documento y revisado por Isabel, que es quien revisa todos mis escritos, logré cargarlo en una aplicación segura y se lo envié a Jaume Asens, que me contestó “Lo leo y te digo”. Ese “te digo” tardó varias horas en materializarse, lo cual me intrigó y hasta cierto punto me puso nervioso, porque no entendía qué podría estar cuestionando Jaume Asens de un documento sobre una materia que yo dominaba y él no... Luego descubrí que no había cuestionamientos sino una compleja situación logística: por razones de seguridad, “Efecto Dominó” tardó un buen rato en llegar a su destino: las manos de Toni Comín.

Por la noche me volvió a llamar Jaume Asens para decir que el documento ya lo tenía el tal Toni; explicarme, por segunda vez, su amistad con Toni y la hermana de este y, ya de pasada, darme una serie de nombres de personas que no conocía y que entonces me parecían irrelevantes. Entre que le envié el documento y volvimos a hablar me leí todo lo que pude de lo sucedido en los últimos días en Catalunya para asegurarme de que estaba entendiendo bien el escenario y la situación que se avecinaba.

No fueron pocas las veces que esa noche Jaume Asens me preguntó “¿Estás seguro de que esto se puede hacer?”. Y la respuesta siempre fue la misma: “En teoría claro que se puede, solo tenemos que ponerlo en práctica, pero estoy seguro de lo que digo”. Nuestra amistad siempre se ha asentado no solo en el cariño sino en el mutuo respeto intelectual y en el convencimiento de que ambos decimos lo que pensamos... guste o no.

Sobre la medianoche del domingo 29 de octubre, Jaume Asens me mandó un mensaje bastante críptico pero que no tuve problemas en descifrar: “Ya está, irán donde dijiste y ahora te toca a ti”. Entendí, erróneamente, que ya habían terminado de salir de Catalunya, cosa que habían hecho el día anterior, y que me correspondía comenzar a gestionar lo que decía mi documento.

Propuse cinco destinos: Reino Unido, Irlanda, Holanda, Bélgica y Alemania. Respecto de este último país, hice una salvedad que tenía que ver con el reciente caso de Dogan Akhanli, escritor turco-alemán que había sido detenido en España en agosto de 2017 acusado por Erdogan de “terrorismo” por haber escrito en defensa de los derechos del pueblo kurdo; me encargué de su defensa y por eso conocía bien el tema: finalmente se denegó la entrega a Turquía a un elevado coste político para el gobierno de Merkel, que tuvo que mover Roma con Santiago para que España denegase su entrega, con lo que no me parecía el destino más adecuado en esos momentos y condiciones. En todo caso, el destino final fue Bélgica y, por tanto, me tocaba contactar con Christophe Marchand, belga, abogado, amigo de muchos años y batallas. Era tarde pero Christophe duerme poco, se acuesta tarde, y, además, me daba un poco igual. Sabía que cuando le explicase el tema entendería la hora.

Le contacté por una aplicación segura y tardó escasos segundos en contestar. Después de los saludos de rigor, preguntarnos por nuestras respectivas familias y esas cosas que siempre se han de hacer, me espetó un “Bueno, ¿cuál es el problema?”, a lo que le contesté: “Ninguno, no hay problema, solo un gran desafío”. Aún resuenan en mi cabeza sus carcajadas... Nos conocíamos bien y él sabía que el término “desafío” implicaba muchas más cosas, sin duda, algunas muy complejas.

Traté de ser lo más didáctico posible hasta que Christophe me interrumpió diciéndome: “Gonzalo, estoy en Lanzarote y leo la prensa; vamos al grano que estoy con mi novia y mi hija de vacaciones”. Como era evidente que sobraban los decorados, entré en materia y le indiqué que en pocas horas llegarían a Bruselas unos cuantos miembros del Govern catalán, y que había que montar un equipo jurídico de manera urgente para defenderles de una más que probable OEDE (Orden Europea de Detención y Entrega).

Christophe me pidió un análisis de tiempos y le expliqué que ese lunes, ya 30 de octubre, la Fiscalía interpondría la querella, que lo más seguro era que se admitiese a trámite el mismo día o al día siguiente y que a partir del 2 o 3 de noviembre comenzarían las detenciones y los ingresos en prisión. Le indiqué que esas eran mis previsiones pero que no sabíamos nada más que lo que decían los medios de comunicación.

Me explicó que lo del equipo jurídico no era problema, que lo montaría con Michell Hirsh y Annemie Schaus y que le diese su teléfono a ese tal “Tino o como se llame”, refiriéndose a Toni Comín. En realidad este ya lo tenía, porque fue lo primero que les di teniendo el convencimiento de que Christophe se embarcaría en esto. En todo este asunto siempre he contado con amigos, nos conocemos y sabemos trabajar rápido y basados en la confianza.

Tal cual habíamos previsto, esa misma mañana del 30 de octubre la Fiscalía General del Estado presentó sendas querellas ante el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional. En paralelo, Jaume Asens y yo seguimos hablando para ir avanzando en la defensa desde Bélgica y, al poco rato, me llamó Christophe para decirme que no se llamaba Tino sino Toni, como si fuese yo el que estaba confundido, y comentarme que ya estaban en contacto.

Ese mismo lunes, y ya desde primera hora, comenzó a circular el rumor de que el Govern había salido al exilio. Y lo presentaron como una huida, pero nadie tenía confirmación... Bueno, algunos sí la teníamos pero no podíamos hablar de ello, lo que me ponía en una situación muy compleja con uno de mis grandes amigos, Nacho Escolar, director de eldiario.es, quien me contactó para preguntarme mi opinión sobre el escenario legal que se abría a partir de esas nuevas querellas. Se lo expliqué, de forma neutra, sin poder decirle lo que iba a suceder, o mejor dicho lo que ya había sucedido.

Como era lógico, en esas horas le insistí mucho a Jaume en que era necesario que hablase directamente con Toni. Aquel me decía que sí, que me llamaría en cualquier momento; con el tiempo he descubierto que si Jaume Asens es informal con el teléfono Toni lo es más y, en esta ocasión, ni tan siquiera tenía un teléfono desde el que llamarme, por lo que hablé con él, por primera vez, la noche del 31 de octubre, cuando ya se había hecho público que estaban en Bélgica, se sabía de la admisión a trámite de la querella y estaban ya todos citados para el 2 de noviembre. Todo ello encajaba con el análisis previo que había hecho para ellos en “Efecto Dominó”.

En todo caso, en esos momentos nuestra prioridad con Christophe era poner en conocimiento de las autoridades belgas la presencia allí del president Puigdemont y los miembros del Govern para, de esa forma, evitar una detención y asegurarnos de que el proceso de la OEDE se realizase con ellos en libertad. Eso era esencial desde una perspectiva política, humana y jurídica, por lo que nos volcamos en ello.

Algo que nunca han aceptado, ni en la Audiencia Nacional ni en el Supremo, y mucho menos en Fiscalía, es que en el resto de países europeos existe un entendimiento y aplicación democrática de las normas penales y procesales y, por tanto, la prisión provisional es el último recurso, una medida de la que no se puede abusar; por eso fue prioritario dejar claro a las autoridades belgas que nuestros defendidos no tenían intención alguna de huir y que cuando ellos los citasen comparecerían.

Mientras trabajábamos en consolidar esa situación, el president Carles Puigdemont había contactado a otro aboga- do belga que había llevado muchos procesos de extradición, incluidos algunos casos de miembros de ETA. Se trataba de Paul Bekeart, letrado flamenco del que yo tenía muy buenas referencias y con quien, a lo largo de todo este tiempo, he establecido una excelente relación.

Puse en conocimiento de Christophe este hecho; él se coordinó inmediatamente con Paul y ambos comenzaron las gestiones con la Fiscalía de Bruselas. Una gran diferencia en la profesión entre lo que pasa dentro y fuera de España es la cooperación, lealtad y respeto mutuo entre los compañeros, lo que hace muy sencillo trabajar con gente de distintos despachos.

En ese punto tuvimos que tomar la primera decisión jurídica relevante: elegir el idioma y, por tanto, la jurisdicción ante la que queríamos presentar a nuestros defendidos. Valoramos, siempre utilizando un sistema de comunicación seguro, las alternativas, los pros y los contras de actuar en francés o en flamenco; finalmente, nos decantamos por acudir a los tribunales flamencos para, de esa forma, ganar tiempo con las traducciones.

Como muchas cosas en este caso, la realidad es bastante distinta a lo que se ha especulado y escrito. Decidimos llevar a nuestros defendidos a la jurisdicción flamenca porque consideramos que, como en España casi nadie habla flamenco, tendríamos una ventaja: actuando en ese idioma ganaríamos tiempo, que era lo que por aquel entonces necesitábamos, porque todo nos desbordaba y habíamos comenzado una batalla jurídica en la que enfrente teníamos a todo un Estado.

El 31 de octubre, con unas prisas inusitadas, la jueza Lamela, del Juzgado Central de Instrucción 3 de la Audiencia Nacional, admitió a trámite la querella de la Fiscalía y ordenó citar a todos los querellados para que compareciesen ante ella y prestasen declaración el 2 de noviembre a partir de las 10 de la mañana. Para mí esa fue la confirmación de que la idea era encarcelarlos a todos. Así se lo comuniqué a Jaume y, a través de él, a Toni, quien hasta entonces no era más que un nombre para mí.

La querella contenía un relato de hechos que no solo no se correspondía con la realidad de lo sucedido en Catalunya, sino que, como se demostraría más adelante, conllevaba una visión franquista de la misma y una conceptuación antidemocrática del Derecho Penal. Esos hechos, esos malditos hechos se transformarían, con el pasar de los meses, en la pesadilla europea primero de Lamela, luego de Llarena y, en todo momento, de la propia Fiscalía. El único sustento probatorio con el que contaba ese dislate de querella era una serie de artículos de prensa, de un sector de la prensa, y nada más... y con eso pretendían triunfar, jurídicamente hablando, en Europa.

La noche del 31 de octubre Toni me contactó directamente a través de un teléfono con un número muy raro. Estuvimos hablando y me dijo que había varios consellers que habían decidido regresar a Catalunya pero que él, el president Puigdemont y otros consellers no pensaban volver. Le expuse mi convencimiento de que todos los que estuviesen en España irían a prisión y mi visión del caso, que la única forma de internacionalizar el conflicto, desde una perspectiva jurídica, era que ellos permaneciesen en Europa, así como lo que fuésemos a hacer en los procedimientos de OEDE; igualmente le indiqué que era necesario que me enviase un escrito de designación para poder personarme en la Audiencia Nacional y comenzar allí la defensa.

Toni, a quien solo conocía de esa conversación, fue muy claro: me planteó una serie de dudas y, sobre todo, me hizo preguntas que marcarían el desarrollo posterior de la estrategia de defensa. Como no paraba de hablar y de preguntar le dije: “Te voy a preparar un documento y te lo haré llegar para que tengáis claro lo que estoy planteando y cómo lo podemos hacer”. Su respuesta fue clara: “Perfecto, lo espero y hablamos”.

Me puse a redactar el documento y lo llamé “Dominó 2”; en él expliqué las particularidades del proceso de OEDE, cómo los defenderíamos y las consecuencias que ese trabajo podría tener de cara a las personas que se presentarían el día 2 de noviembre ante la Audiencia Nacional. También fui rotundo sobre un hecho que nadie parecía asumir: en España todos irían a prisión porque ese era el objetivo pretendido por la Fiscalía, que contaría con el apoyo de la jueza Lamela. La única línea de defensa que quedaría sería la que montásemos en el extranjero.

“Dominó 2” fue revisado, como no podía ser de otra forma, por Isabel, y de ahí se lo mandé a Jaume Asens, que lo remitió a Toni por algún cauce que desconozco. Este, al poco de recibirlo ya avanzada la noche del 1 de noviembre, me llamó para darme las gracias e indicarme que el documento no solo era una hoja de ruta jurídica sino también un relato, que tirásemos para adelante.

En paralelo, muchos periodistas me estaban haciendo preguntas, pero no porque pensasen que yo tuviese algo que ver con el caso, sino porque siempre he llevado temas de extradiciones y, sin duda, necesitaban saber cuál era el escenario que venía. Hasta ese momento nadie me asociaba al caso y eso era un buen indicador de que estábamos volando por debajo del radar.

Hasta ese momento, cerca de la medianoche del 1 al 2 de noviembre, yo seguía sin recibir el escrito de designación para poder personarme y presentarme en la Audiencia Nacional a la mañana siguiente. Me preocupaba mucho que no lo enviasen porque, como no nos conocíamos de nada, pensé que a lo mejor era porque no confiaban en mi estrategia o que ya me habían googleado y eso les había generado desconfianza; meses después supe que no lo enviaban por la precariedad en la que se encontraban y la falta de recursos técnicos para hacerlo.

Sobre las 3 de la mañana me llegó el e-mail de Toni designándome abogado y otro de una tal Meritxell Serret cuyo nombre era la primera vez que escuchaba. Intenté dormir un rato más y sobre las 5 de la mañana me levanté, tomé mi dosis habitual de café, leí la prensa, me duché, saqué a pasear a nuestra perra y me fui al despacho sobre las 6.30 para poder enviar por fax y Lexnet los escritos de personación como abogado antes de irme a la Audiencia Nacional.

Llegué a la Nacional sobre las 8.45 de la mañana y, para mi sorpresa, estaba todo lleno de periodistas, policías, curiosos y manifestantes fascistas pidiendo el ingreso en prisión de todos los querellados. Saludéa muchos de los periodistas allí presentes, a quienes conocía de múltiples casos, pero ninguno imaginaba que yo pudiese estar allí por “el tema” de esa mañana; en realidad todos me saludaban por cortesía pero sin mayor interés, ya que esperaban a los abogados de “los catalanes” y a los propios querellados, que era donde estaba la noticia.

Aprovechándome de esa situación, entré discretamente en el edificio donde se encuentran las salas de declaraciones y juicios y bajé hasta la correspondiente al juzgado central 3. Solo estaba la funcionaria encargada y la secretaria judicial (o letrada de la Administración de Justicia, que es como ahora se denominan) y les indiqué que venía en nombre de Toni Comín y Meritxell Serret.

A los pocos minutos salió la funcionaria al pasillo y me preguntó: “Pero ¿usted por qué ha venido si ellos están huidos?”. Mi respuesta fue: “No hay ningún huido, ellos se fueron a vivir a Bélgica antes de la querella y queremos que se les tome declaración por videoconferencia”. Su sorpresa fue mayúscula y me dijo que informaría a su señoría.

Más tarde, ya sobre las 9.30, comenzaron a llegar los querellados y sus abogados. A algunos los conocía por la prensa y, a otros, por diversos procedimientos, pero estaba claro que ellos venían en un grupo y yo pertenecía a otro o a ninguno; a pesar de ello, en un momento dado pudimos comentar la situación y les dije que en mi opinión irían todos a prisión; les expliqué las razones y analicé la estética o escenografía del momento.

Todo estaba a la vista: nos encontrábamos en el pasillo del sótano -1 y estábamos rodeados de policías, no precisamente para protegerlos sino para detenerlos. En esos momentos nadie pareció hacerme caso y, mientras trataba de convencerlos de lo que iba a suceder, apareció Miguel Ángel Carvallo, el fiscal del caso y a quien conocía desde hacía años.

Me acerqué a él, le expuse la situación de Comín y Serret y nuestro deseo de que declarasen por videoconferencia; Miguel Ángel me miró con cara de incredulidad o de lástima, como diciendo “No te estás enterando”. Ante su silencio le indiqué que esa mañana había presentado los escritos de designación, de personación y una solicitud formal para que les tomasen declaración por videoconferencia... Ante mi insistencia dijo: “Vale, ya lo veremos”, y eso es lo último que hemos hablado desde entonces.

Sobre las 10.30 llegó la jueza Lamela y dieron comienzo las declaraciones; no me dejaron entrar, así que dejé constancia de mi protesta y me marché. No tenía sentido quedarme allí toda la mañana si era evidente que no podría estar en las declaraciones ni en las posteriores vistillas para adoptar medidas cautelares. Salí del edificio y se me acercaron muchos periodistas, que ya sabían que defendía a algunos de “los catalanes”, a preguntarme qué había pasado, por qué no me dejaban entrar y cualquier tipo de detalle que les permitiese dar alguna noticia mientras se producía la auténtica noticia, la que todos ellos estaban esperando: el ingreso en prisión de

los miembros del Govern catalán.

De camino al parking de Salesas fui hablando con periodistas a los que conozco desde hace más de una década; todos me insistían en que era una locura eso de huir a Bélgica, que vendrían entregados en menos de un mes, que los hechos eran gravísimos y que ningún país europeo les protegería. Intenté explicarles que las cosas no eran así, que en Europa existe una visión y aplicación distintas del derecho y que en cualquier país democrático sabrían distinguir entre lo que realmente es una rebelión y/o sedición y lo que no es más que el ejercicio de derechos fundamentales como la libertad de expresión, reunión, manifestación, etc.

No les interesaba, ellos tenían una visión y no querían que un iluminado les contase historias que no se sostenían y que, además, les estropeaba el relato que les habían vendido desde Fiscalía, el Supremo y la propia Audiencia Nacional. Era todo tan evidente para mí que decidí irme rápido al despacho para informar a Toni y Meritxell, hablar con Jaume Asens y comentar todo lo sucedido con Isabel.

Esa tarde del 2 de noviembre, tal cual escribí el 29 de octubre y el 1 de noviembre, la jueza Lamela decretó la prisión provisional para Oriol Junqueras, Jordi Turull, Josep Rull, Meritxell Borràs, Raül Romeva, Carles Mundó, Dolors Bassa y Joaquim Forn; lamentablemente, mis predicciones se habían cumplido pero no estaba contento, más bien preocupado porque acertar, en casos como este, tiene como consecuencia que gente que nada ha hecho termine en prisión.

Uno de los argumentos utilizados por Lamela, y que sería luego sobado y ajado por Llarena y el Supremo, sería el del riesgo de fuga basándose en que otros miembros del Govern se habían fugado ya; en realidad esa excusa no es más que una aberración jurídica impropia de quienes pretenden presentarse como la cúspide de la carrera judicial.

La prisión provisional es una medida cautelar de carácter personal que ha de adoptarse con criterios estrictamente individualizados, y el comportamiento de un determinado sujeto no puede condicionar la situación personal de otro. Eso lo sabe cualquier juez, pero en el relato que se ha construido en torno a esta causa no les encajaba.

No había ni hay huidos, y eso les cuesta asumirlo, pero tiene una razón de ser: en todo momento, incluso antes de cursarse la primera OEDE, las autoridades belgas eran conocedoras del paradero de nuestros defendidos, parte esencial de la estrategia relativa a la libertad provisional; además, dentro de un espacio común europeo nada debe impedir la libre circulación de los ciudadanos, por lo que no existía motivo para ocultar un hecho así.

Igualmente, ese relato sobre los supuestos “huidos” se cae por la simple razón de que algunas de las personas que Lamela envió a prisión estuvieron en Bélgica y aun así decidieron regresar y presentarse ante ella. La dura realidad desmonta los relatos que, de manera sucesiva, se irán construyendo, primero desde la Audiencia Nacional y luego desde el Supremo, para justificar lo injustificable como se iría comprobando con el tiempo.

Este caso, como se ha visto, no solo es una confrontación política y judicial sino también de relatos, y tanto la Audiencia Nacional como el Supremo han ido tratando de instalarlos de forma sistemática hasta que la realidad se los ha desmontado uno a uno.

Sobre las 17.00 horas logré hablar con todos, incluido Christophe, que ya estaba en contacto con la Fiscalía de Bruselas pero que no terminaba de creerse que todos los consellers hubieran sido enviados a prisión. Ambos sabíamos que, a partir de ese momento, la pelota estaba en nuestro tejado y que la responsabilidad era muy alta; no podíamos fallar y teníamos que medir cada paso que diésemos. La presión sería brutal y se prolongaría en el tiempo, como sigo comprobando.

Esa noche dormí bien, tal vez muy bien, aunque no existía más que una razón para ello: no nos habíamos equivocado en cuanto a la previsión de lo que sucedería y habíamos aconsejado en función de unos parámetros que se cumplieron en su totalidad. El comportamiento de Lamela, como luego sucedería con Llarena, resultó del todo previsible y ello por algo muy sencillo: el guion lo traían escrito y se ceñirían a él.

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