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Pasar la crisis sanitaria sin sitio donde confinarte: “Ninguna recomendación vale para quien no tiene casa”

Una persona duerme en una calle de Barcelona durante la crisis del coronavirus

Arturo Puente

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El domingo pasado, cuando empezó la alarma oficial por el coranovirus, un policía se acercó a Ivan y le comentó que era mejor que, durante unos días, no se moviera mucho del sitio donde duerme ni anduviera deambulando por el centro de la ciudad. Ivan Petkovik es una de las más de mil de personas que pasan la noche al raso en Barcelona y que no pueden cumplir con la consigna de quedarse en casa, sencillamente porque no tienen.

Los problemas que la crisis sanitaria está generando en el conjunto de la población se multiplican para quienes no tienen donde confinarse. Comenzando por lo más básico, como es alimentarse. “Normalmente puedes encontrar comida. Siempre hay un bar que te da un bocadillo o un kebab al que le ha sobrado algo. Pero ahora está todo cerrado y la única comida que encuentras está en los supermercados. Para mí son demasiado caros”, asegura Ivan, que vino procedente de Bosnia hace 10 meses, pensando que podría encontrar trabajo como mecánico.

Desde que se activó el estado de alerta por la pandemia del coronavirus, el pasado domingo, las administraciones han tratado de buscar soluciones para aquellos que no disponen de un hogar para confinarse. En Andalucía, la Junta ha habilitado la red de albergues de Inturjoven para acoger a personas sin hogar sin síntomas de coronavirus. Se trata de puntos en siete ciudades diferentes, con capacidad para más de 800 personas. Unas “medidas excepcionales”, según ha explicado la consejera Rocío Ruiz, para las personas a quien la enfermedad contagiosa podría impactar de forma más dura por su situación de pobreza.

El ayuntamiento de Barcelona ha mantenido abiertos sus centros de primera acogida y ha previsto el uso de otras residencias de la ciudad para este uso. Además, el equipo municipal de la capital catalana está en contacto con las entidades, que gestionan cerca de 2.000 plazas en la capital catalana.

Es el caso de la Fundació Arrels, una de las entidades de referencia para personas sin hogar en Barcelona. Según explica el director, Ferran Busquets, Arrels ha estado trabajando durante los últimos días contra reloj para dar respuesta a la nuevas necesidades que ha impuesto la crisis del coronavirus entre la población más pobre. Como prioridad, tratan de asegurar la atención de las más de 200 personas que alojan entre el centenar de pisos y la residencia con 34 plaza que gestionan. A la vez necesitan hacer funcionar el centro abierto del que disponen en el céntrico barrio del Raval, un lugar donde quien lo necesita puede darse una ducha, cambiarse de ropa y dejar pertenencias en una consigna.

“Estamos reduciendo los servicios al máximo, hasta lo meramente imprescindible, porque nuestro objetivo es aguantar tanto como nos sea posible”, asegura Busquets, quien trabaja con la expectativa de que la alerta sanitaria pueda alargarse durante varias semanas e incluso meses. Por esta razón Arrels ha dejado de dar servicios como el espacio abierto que sirve como punto de encuentro y para pasar el rato, el taller ocupacional o la residencia. La fundación además ha dejado de aceptar voluntarios, como una medida de protección para personas sin hogar y para ellos mismos.

Las personas que están en la calle tienen una esperanza de vida 20 años por debajo de la media y mucha más incidencia de enfermedades. “En la calle no tienes agua, no puedes lavarte, tocas cosas, buscas cosas para dormir”, explica Andreoli, que tras estar ocho años en la calle ha podido superar el bache y ahora forma parte del equipo directivo de Arrels. “Tienes más riesgo de contagiarte en la calle que en casa pero, ¿qué recomiendan? Que nos lavemos las manos, que nos quedemos en casa, que llamemos por teléfono… todo es para la gente que tiene casa, ninguna recomendación es para los que están en la calle. Parece que los pobres no importan”, remacha.

Según indica Andreoli, lo más urgente para la gente sintecho en esta crisis por el coronavirus sería disponer, por una parte, de lugares donde pasar el periodo de confinamiento y, también, disponer de centros con servicio médico que pudieran atenderlos, porque las personas sin hogar, ante una enfermedad, solo pueden acudir a urgencias, que ahora están colapsadas. “Pero esta crisis es ahora, luego habrá otra, y siempre es el mismo problema mientras haya gente que no tiene a donde ir”, asegura.

También en Madrid se han buscado opciones extraordinarias. El Ayuntamiento de la capital anunció el lunes su intención de habilitar un pabellón del recinto ferial de Ifema para dar cobertura a ciudadanos sin casa, una infraestructura gracias a la que podría disponerse de 150 plazas, de entrada, ampliables a 600. Este jueves la Unidad Militar de Emergencia (UME) comenzó a acondicionar las instalaciones, con el objetivo de que pudieran comenzar a llegar personas desde el jueves.

Mientras este alojamiento de campaña se pone en marcha, el área de Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid, que dirige Pepe Aniorte, ha derivado a un centenar de personas a pensiones y hoteles.

Con todo, desde las entidades advierten que lo principal será tener equipos humanos capaces de gestionar a estas personas, como trabajadores sociales y sanitarios. “Se necesitan espacios individualizados y para unas necesidades específicas que van más allá de tener un sitio donde meter gente”, advierte Jesús Ruiz, director del centro de acogida Assís, que trabaja en Barcelona con 40 internos. Para Ruiz, en un caso como el actual, la administración debe poner “todos los recursos a su alcance”, aunque recuerda que el problema no acaba con la crisis del coronavirus. “Si se tomasen las medidas adecuadas para que no haya gente en la calle, ahora no pasaría esto”, apunta.

Con los comercios cerrados y las calles vacías, buscarse la vida sin llevar un euro en el bolsillo no es fácil. Wolfgang Striebinger es el encargado de El Chiringuito de Dios, un local que reparte diariamente desayunos y meriendas a quien no puede pagar alimentos. “Además de la comida, intentamos que sea un momento de buen ambiente”, explica el responsable del centro, con 21 años de trayectoria en Barcelona.

Pero la alerta sanitaria impide ahora que el Chiringuito de Dios abra la persiana, por lo que durante los últimos días reparten los platos directamente en la calle, sin posibilidad de comer dentro. “Damos desde la puerta un desayuno más pobre, un té caliente y lo que haya, pasta, galletas, frutas, bebidas energéticas…”, explica Striebinger. Lo que sobra queda en un carrito, a disposición de quien lo quiera coger. Este miércoles al mediodía quedaban varias barras de pan y una caja de plátanos que, a falta de comercios abiertos en la zona, constituía uno de los pocos recursos para los únicos que quedaban en la calle.

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