Adiós a Ada Colau, el símbolo de las ciudades del cambio que gobernó Barcelona entre contradicciones

En el spot electoral de 2019, la Ada Colau alcaldesa se encontraba con la Ada Colau activista y mantenían el “cara a cara más exigente de la campaña”. ¿Seguro que eres más útil donde estás ahora?, preguntaba la fundadora de la PAH a la alcaldesa. “Vinimos a devolverle la ciudad a quien le pertenece, la gente”, le respondía la de Barcelona en Comú, tras reconocer dudas. Un mes después, Colau volvía a tomar la vara de mando gracias a un pacto que le costaba explicar y que implicaba una investidura con los votos de Manuel Valls.

Ada Colau (Barcelona, 1974) dijo adiós este viernes al Ayuntamiento barcelonés, la que ha sido prácticamente su casa desde 2015, especialmente durante los ocho años en que fue alcaldesa. Lo hizo con una loa a la ciudad “rebelde”, la de las luchas vecinales de las que procede, y con un severo reproche a las élites barcelonesas, a quienes tachó de “provincianas y avariciosas”.

Su despedida, aunque puede que esconda un regreso en 2027, se hace extensiva al espacio político que fundó y que ha liderado en la última década, el de los Comuns, donde todos saben que tardarán en encontrar un sustituto de su calibre.

La salida deja una sensación de profundo cambio de ciclo cuando se cumplen diez años desde el lanzamiento de Barcelona en Comú, la candidatura mezcla de activistas y políticos de izquierdas que consiguió alcanzar la alcaldía de la capital catalana propulsada por el malestar ciudadano producto de la crisis. 

Durante la última década, Colau ha sido un símbolo para la izquierda catalana, para el llamado municipalismo “del cambio” que irrumpió en 2015 en ciudades como Madrid, Zaragoza, Valencia o la propia Barcelona, y también como referente de algunas políticas de sello propio, como una unidad antidesahucios pionera, el freno a los pisos turísticos –incluida la persecución a los ilegales– o las peatonalizaciones a través de las llamadas supermanzanas, que han cambiado la cara al centro de la capital catalana.

Pero, a la vez, la exalcaldesa ha sido una política siempre en minoría y, por lo tanto, presa de la necesidad de transaccionar sus objetivos políticos con los de grupos contrarios a sus ideas. Comenzando por el PSC, un partido de la llamada “casta” al que incorporó como socio de gobierno antes de cumplir el primer año de mandato. O la convergencia antinatural de intereses que la llevó a amarrar la alcaldía en 2019 de la mano del exprimer ministro francés, Manuel Valls. Una votación a quemarropa que cuatro años después repitió junto al PP, esta vez para darle la alcaldía al PSC.

Ocho años de colauismo en el Ayuntamiento

De los dos mandatos de Colau, el primero fue el más ambicioso, aunque no siempre consiguió sus propósitos. Rodeada de amigos y activistas como Jaume Asens, Gerardo Pisarello y Gala Pin, aprobó la moratoria hotelera, impulsó las primeras cooperativas de vivienda en suelo municipal y creó un servicio de canguros público para facilitar la conciliación. Pero no consiguió aprobar la funeraria municipal o el tranvía por la Diagonal –por el rechazo de ERC y PSC–, vio como los tribunales le tumbaban el dentista público y la posibilidad de municipalizar el agua. 

El segundo mandato fue más plácido políticamente, con el apoyo sostenido del PSC –sin que el procés rompiera su relación como en 2017– y el proyecto de las peatonalizaciones por bandera. Pero también coincidió con la lluvia de querellas que recibió de fondos buitre y otros agentes empresariales. 

Colau tuvo que gestionar además otra pieza que nunca le ha resultado cómoda: la de combinar sus aspiraciones políticas exclusivamente barcelonesas con la necesidad de articular un movimiento en el conjunto de Catalunya y con relaciones también en el resto de España. Con todo, la figura de Colau fue parte fundamental de los éxitos de los Comuns en el ciclo que los llevó a ganar las generales en las demarcaciones catalanas, en 2015 y 2016, igual que ahora con su dimisión se ha reconocido corresponsable de unos resultados recientes lejos de lo esperado.

Una de las contradicciones más importantes a las que se ha enfrentado Colau es la candidatura de Barcelona para acoger la Copa América. Los Comuns nunca fueron entusiastas del evento, que promovían sus socios del PSC, de la mano de los sectores empresariales barceloneses. Pero Colau, que ya había pagado un fuerte peaje entre los círculos del poder económico por su oposición a acoger una sucursal del Museo Hermitage, optó por poner su cara en la carrera para acoger en la ciudad una competición de la que ahora dice arrepentirse.

Tras perder la alcaldía, Colau pasó a la oposición, pero la descompresión que le supuso dejar esa responsabilidad la alejó del día a día de la institución, dando por hecho desde su entorno que más pronto que tarde iba a dejar el acta de concejal. Liberada del corsé institucional, centró su agenda de nuevo en el activismo, ya fuera la guerra de Gaza o las reivindicaciones del colectivo LGBTI. Y la confirmación del adiós llegó con el inicio de este curso.

Un adiós no definitivo, pero que cierra un ciclo

Colau se va, pero siempre ha amagado con la posibilidad de volver en 2027, cuando las municipales volverán a poner de nuevo a prueba la candidatura que levantó ahora hace una década. Definitiva o no, la salida de la que ha sido máxima referente de los Comuns subraya el momento de transición entre ciclos que vive el conjunto de la política catalana, donde todos los partidos –menos el PSC– están en una fase de reconfiguración.

Junto a la marcha de Colau, en el congreso que su formación celebrará los próximos 16 y 17 de noviembre está previsto que también se haga oficial la salida de Jéssica Albiach, líder del partido en el Parlament, de la coordinadora, el máximo órgano en el partido. Quien ascenderá es Gemma Tarafa, concejal con Colau y persona de la máxima confianza de la exalcaldesa, que, sin embargo, no tiene un perfil público comparable con el de ninguna de las dos líderes salientes.

Albiach, con todo, se mantendrá en un cargo de nueva creación, como representante institucional junto al ministro de Cultura Ernest Urtasun.

Los Comuns saben que de ese próximo congreso deben salir con un nuevo programa que les refuerce a nivel local, donde han perdido buena parte del impulso con el que llegaron hace una década. Al tiempo, por la formación pasan todos los acuerdos a los que pueda llegar tanto el Gobierno central como el Govern catalán para seguir gobernando. Una segura marejada en la que echarán de menos una dirección tan indiscutida como la de Colau.