En el momento en que me entregan todo el kit de protección –mascarillas, gafas, pantalla protectora, gel, traje de protección integral– me acuerdo de los más de 20.000 catalanes que han desplegado sus mejores excusas para no estar hoy aquí. Yo, que por motivos laborales tenía justificación para ausentarme, fui tan incauto de ofrecerme a mis jefes para venir y escribir esta crónica. Craso error.
Son las 8 de la mañana, hace un día de perros y todavía no ha amanecido del todo. Los suplentes, presidentes y vocales nos personamos con cara de póker en el colegio Dolors Monserdà, situado en la zona alta de Barcelona, esperando a que alguien nos dé algún tipo de instrucción. Si en general uno llega a estos sitios sin saber qué debe hacer, imagínese en medio de una pandemia y a horas intempestivas un domingo.
Descubro rápidamente que la presidenta de mi mesa, una chica que había ido conmigo a clase, ha pasado de venir. El presidente suplente es un editor de Catalunya Ràdio y se ha personado con la esperanza de poder irse a trabajar cuanto antes. Él sí que presentó alegaciones, pero ni siquiera le respondieron. Constato que tener la obligación laboral de cubrir unos comicios puede que no te exima del marrón de estar en la mesa. El editor acabará yendo a la radio, claro, pero a las diez de la noche, después de pasarse el día presidiendo la mesa en sustitución de mi antigua compañera de clase, que no aparecerá.
“Tú te quedas, tú también, tú te puedes ir”. Como si de un reality show se tratara, el momento en que se comunica a los suplentes si se pueden ir a casa está lleno de suspense. Les hacen esperar hasta pasadas las nueve de la mañana por si deben irse a otro colegio. A esa hora las dos mesas se dan por constituidas y empieza la votación. Mi mesa la preside el mencionado periodista y también está una abogada de 27 años que hace pocos días que ha superado la COVID-19. Ambos son encantadores y al final del día los voy a querer casi como a dos amigos.
Llevamos todos doble mascarilla y nos recomiendan ponernos una pantalla protectora bastante aparatosa. A las 9:30 ni siquiera los más hipocondríacos la llevamos porque el vaho no permite ver nada. Dos trabajadores del Ayuntamiento ordenan el tráfico de votantes. Llegan constantemente de uno en uno, sin llegar a generarse aglomeraciones en ningún momento.
Uno de los primeros en llegar es un señor mayor en silla de ruedas. Su hija le hace una foto mientras introduce la papeleta y nos explica que es la primera vez en casi un año que su padre sale de la residencia. A medida que avanza la jornada, las felicitaciones y agradecimientos que recibimos por estar en la mesa empiezan a abrumar. “¡Ánimo!”, “¡Muchas gracias por estar aquí!”, “¡Suerte con la última hora!”, “¿Qué haríamos sin vosotros?”. Gracias, gracias, gracias. En algún momento casi que se nos olvida que estamos allí por obligación. Nuestro karma está por las nubes después de esta contribución decisiva a la democracia.
Todo el mundo quiere decir la suya. A media mañana llega un señor y nos dice que deberíamos habernos plantado y no constituir las mesas. “Deberíais haberos hecho insumisos como hice yo en la mili”, afirma. “Es una vergüenza que os tengan aquí”. Al cabo de una hora aparece otro tipo y nos explica que es sanitario. Para él la auténtica vergüenza es que haya habido más de 20.000 personas que se han intentado librar de su deber de estar en la mesa. Mientras busca su DNI, carga duramente contra este tipo de ciudadanos que han puesto excusas sin pensar que tal vez está ante alguno de ellos.
Nuestra mesa está pegando a la puerta y a las ventanas, que están abiertas de par en par. Hay lluvia intermitente y 6 grados y no quiero ni imaginarme el porcentaje de humedad. El frío va calando en los huesos paulatinamente y ni el pantalón de pijama que me he puesto debajo ni los calcetines de montaña que llevo me van a salvar. Al mediodía acabaré yendo a buscar una manta y más ropa de abrigo para superar el día sin hipotermias. Llega un punto en el que llevo cinco capas debajo de mi chaqueta y apenas tengo movilidad.
Jaina, la encantadora mujer de la limpieza del colegio, desinfecta nuestra mesa cada dos minutos hasta un punto obsesivo. Sobre las 16:30 nos la encontramos ya ataviada con su EPI (equipo de protección individual) mientras sigue desinfectando marquesinas, mesas y todo lo que se le pone por delante. Le preguntamos por qué se ha puesto tan temprano el traje protector. “Es que se está más calentito”, nos explica. Más tarde descubriremos que es una visionaria.
Sobre las 18:00, un miembro de la Junta Electoral nos pregunta si sabemos cómo colocarnos el EPI. Nos muestra un vídeo tutorial con unas indicaciones que no seguiremos del todo. Hay nervios para la “hora EPI” y por ver cuánta gente contagiada vendrá a votar. A falta de pocos minutos para las 19h, los seis miembros de las dos mesas ya los llevamos puestos. Hay cierto cachondeo, selfies y carcajadas después de casi ya 12 horas pasando frío.
Jaina, la limpiadora, tenía razón. El EPI ofrece un confort y una temperatura sin parangón. Todos coincidimos en que deberíamos habérnoslo calzado desde buena mañana y no nos lo quitaremos ni para el recuento. Las gafas protectoras están completamente empañadas y nadie entiende cómo los sanitarios pueden pasar jornadas enteras con ellas. Cuando el colegio esté vacío, descubriremos que había que quitarle un plástico protector a las gafas para usarlas debidamente.
La “hora EPI” pasa sin pena ni gloria. No viene ningún contagiado a nuestra mesa, solo unos pocos votantes despistados a los que se les ha hecho tarde. Básicamente nos pasamos esa hora sacándonos fotos de un momento “histórico” que por primera vez no tiene nada que ver con el procés. Sorprendentemente, la jornada ha discurrido de manera totalmente ordenada, sin problemas y no tenemos la sensación de haber puesto en riesgo nuestra integridad. Cuando llegué a primera hora al colegio tenía mis dudas.
Después de un duro recuento –“esto es más difícil que cuadrar una caja”, dice el presidente– por fin nos podremos ir a casa no sin antes haber aprendido varias cosas: ser periodista puede que no te libere de acudir a una mesa electoral, conviene retirarle el plástico a las gafas antes de usarlas y lo más importante de todo: un traje EPI puede protegerte del frío como si fuese un plumón.