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CRÍTICA LITERARIA

Guía para ser un político que no empeore las cosas

Neus Tomàs

13 de febrero de 2024 22:35 h

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El economista alemán Albert Hirschman se refería a los “empeoradores de la realidad” para definir a aquellos que desde esta ciencia trabajan para frenar progresos sociales y transformaciones beneficiosas para el conjunto. Pasa con algunos economistas pero también con los pensadores. Por suerte, existen también otros estudiosos que podrían definirse como ‘mejoradores’, aquellos cuyas reflexiones repercuten en el bien común. A menudo son razonamientos menos estruendosos y en estos tiempos puede que menos escuchados aunque los necesitemos más que nunca. 

El filósofo José Antonio Marina está en el grupo de los que deberían ser catalogados de ‘pensadores mejoradores’ y su último ensayo, ‘Historia universal de las soluciones’ (Ariel), que llega este miércoles a las librerías, es una reivindicación de la política para que los dirigentes aprendan a resolver problemas y no confundan el trabajo que les ha sido encomendado con los automatismos perversos del poder. De ahí que se plantee cómo tendría que ser la educación del político para que su labor sirviese para resolver los problemas. Para ello recurre, de nuevo, a la filosofía clásica, la historia y la psicología, pero a la vez a ejemplos prácticos tan próximos y de actualidad como Catalunya. 

Marina recupera las tres cuestiones fundamentales que identificó Kant para formular esta historia universal de las soluciones: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer? y ¿qué puedo esperar? Para darles respuesta, antes es imprescindible entender cuáles son los problemas que podrían calificarse de universales. En el ensayo se identifican ocho y van desde el valor de la vida humana a la relación con los débiles, la relación del individuo con la tribu o el poder, ya sea su titularidad, sus límites o la participación en él.  

En el caso de la política, como en tantos otros ámbitos, toda resolución debe ir de la mano de la ética. Un punto de partida, para gobernantes y gobernados, es la distinción entre conflicto y problema. Este aparece como uno de los ejes principales del libro. “El conflicto se diferencia del problema en que en este último caso se busca una solución, es decir, un marco más amplio en que la compatibilidad sea posible. Mientras que, en el conflicto simplemente se busca la derrota del opositor. No se quiere una solución, sino una victoria”, diagnostica Marina. 

No hay mejor ejemplo práctico que Catalunya para preguntarse si se trata de un conflicto o de un problema. Hace tiempo que el filósofo da vueltas a esta cuestión y la planteó en un artículo en este diario en octubre del año pasado. Marina analiza este contencioso desde la mirada de alguien que ha hecho el esfuerzo de no quedarse con la refriega partidista. Recurre a la historia para identificar bien el motivo de una discordia que desde 1641 hasta ahora ha acumulado agravios y sufrimientos, siempre planteados como un conflicto.

Esta formulación, según el autor, es lo que ha hecho que siga sin arreglo tantos siglos después. Así que la cuestión, en base a la necesidad de explorar posibles soluciones, es si se trata de un asunto que puede reformularse como un problema. La respuesta, si se desmontan algunas de las condiciones que hasta ahora lo han convertido en un conflicto, es afirmativa.

A modo de resumen, Marina subraya la necesidad de reconocer que existe una “soberanía compartida” a partir de la cual debería atenderse el hecho diferencial catalán: “Hay que reconocer que hay ‘tres derechos en conflicto’: el de los catalanes que quieren la independencia (sean mayoría o minoría), el de los catalanes que no quieren la independencia (sean mayoría o minoría) y el del resto de los españoles, porque son afectados por una posible secesión”.

Situados en el campo legal, y para encontrar la solución al problema, se trataría de abordar un doble referéndum: uno sobre el modelo de autogobierno en el que votarían solo los catalanes y otro sobre la reforma constitucional, que como tal deberían votar todos los españoles.

Probablemente si la negociación, la paciencia y la comprensión guiasen a los políticos para buscar una solución al caso catalán u otros problemas que siguen abordándose como un conflicto y no se planteasen su resolución como un juego de suma cero, el de “aplastar al oponente”, como le gusta decir a Trump, el prestigio de la política y los políticos sería otro. Ellos deberían ser los primeros interesados en evolucionar en el sentido correcto.   

Marina cita a Newton cuando le preguntaron cómo conseguía resolver los problemas, y el científico respondió: “Pensando en ellos día y noche”. Es un proceso parecido al que ha llevado al premiado filósofo a bucear desde hace años entre tratados de educación y biografías de mandatarios. De ahí salieron muchas anotaciones que le han ayudado a ordenar las reflexiones de un ensayo que es una apelación a la buena política, la de aquella que busca soluciones en vez de crear nuevas disputas.