La guerra entre entre Junts y ERC es constante, perenne e inagotable. Y, como todas las guerras de trincheras, desgasta a ambos contendientes. Hace tres semanas la batalla se libró en el seno del Govern, primero a cuenta del fiasco de las ayudas a los autónomos y, enseguida, por la filtración del plan de desescalada que hizo que Pere Aragonès se levantase de la mesa de coordinación de la COVID-19. Aquella escaramuza fue tan violenta e incontrolable que ambas formaciones acabaron haciendo suyas las palabras del rey Pirro cuando dijo “otra victoria como esta y volveré sólo a casa”, por lo que optaron por una tregua para preservar el Govern de los garrotazos de los partidos hasta las elecciones. Pero, lejos de hacer una pausa hasta el 14 de febrero, esta semana los independentistas han trasladado su guerra al Parlament.
En esta ocasión el armisticio ha saltado por los aires después de que se conociera la reunión que el vicepresidente del Parlament, Josep Costa (JxCat), mantuvo el jueves pasado con varias formaciones minoritarias del independentismo, entre ellas algunas de marcadas ideas ultraderechistas. Pese a las explicaciones de Costa, que aseguró haber acudido al encuentro sin saber quién participaría, el jefe de filas parlamentario de Esquerra, Sergi Sabrià, junto a otros diputados, reclamó insistentemente su dimisión. “Con el fascismo ni se juega, ni se pacta. A los ultras se Ies combate. Por dignidad y respeto al Parlament, la dimisión no puede esperar más”, afirmó Sabrià.
Pero el vicepresidente contraatacó exigiendo que fuera el republicano quien renunciara por “mentiroso, manipulador” y por “extorsionar a medios de comunicación”. El intercambio de dardos entre partidarios de cada partido comenzó el viernes y se extendió durante todo el fin de semana como una batalla campal en las redes sociales. Ya el lunes, lejos de apaciguar los ánimos, la portavoz de Junts, Elsa Artadi, ha cerrado filas con Costa y ha acusado a ERC de avivar la polémica para usarla como una “cortina de humo” para tapar su acuerdos con el PSOE en el Congreso, que a ojos de Artadi son “inexplicables”.
Pese al grosor de las acusaciones, es difícil que la sangre llegue al río en esta última refriega. Quedará como una prueba más de las enconadas diferencias que enfrentan a los dos socios del Govern, como también lo fue el artículo publicado este domingo en 'La Vanguardia' por Carles Puigdemont, en el que cargaba contra el “pactismo mágico” de ERC en la negociación de los presupuestos. Pero, como hacía ERC en la polémica sobre Costa, JxCat optaba por disparar a sus socios desde fuera del Govern, en una decisión calculada y de compromiso para ambas formaciones, que no quieren lastrar su ya de por sí deslucida gestión.
La razón de esta prudencia se halla en las encuestas, tanto en las públicas como en las internas. Tanto el último CEO de la Generalitat como el sondeo publicado este domingo por 'El Periódico' coinciden en que el PSC se ha colocado con firmeza como tercer partido catalán y, lo que es más preocupante para los independentistas, en torno a los 25 escaños y no tan lejano del primero. A poco más de dos meses para las elecciones, los analistas electorales que trabajan para el soberanismo detectan que los socialistas crecen cada vez que los socios se enzarzan en un nuevo alboroto interno del Govern, que alejan al votante que pide gestión.
Ese es precisamente el electorado que busca ERC con un candidato como Aragonès. Pero también Junts tiene interés en que los de Miquel Iceta se mantengan en la tercera posición y no despunten por encima de los 25 diputados, desde donde les pisarían los talones. Pese a eso, para el partido de Puigdemont polarizar con los socialistas es una estrategia segura tanto para sí mismos como para debilitar a ERC. En la rueda de prensa de este lunes Artadi ha cargado contra Miquel Iceta, a quien ha acusado de ser “una nueva Arrimadas” y “el voto útil del unionismo”, además de hacer responsable al Gobierno central a través de la Fiscalía de la revocación del tercer grado de los presos independentistas, acordada por el Supremo el viernes pasado.
Otro de los datos demoscópicos que causa inquietud en las filas independentistas es la indecisión de los votantes que pronostican los sondeos. Una situación que se traduce en volatilidad y, como amenaza, en desmovilización. Según el estudio del GESOP para El Periódico, uno de cada tres catalanes está indeciso, una situación que afecta sobre todo al votante contrario a la independencia, que ha abandonado Ciudadanos y que ahora tiene una nueva oferta en Vox. Pero también entre las filas independentistas se observa cierta desmovilización, algo que no había pasado nunca en unas elecciones al Parlament en lo que va de década y que podría perjudicar a ERC, que busca un voto menos sentimental que en 2017.
En esta tesitura, la última gran batalla en el seno del Govern acabó siendo resuelta entre Aragonès y la consellera Budó, máximos representantes de cada partido en el Palau, mediante un compromiso para evitar que el PSC capitalizase el jaleo. El equilibrio es precario pero, desde hace unas semanas, consellers y altos cargos del Ejecutivo han evitado choques públicos. Sin embargo Junts acaba de elegir como candidata a Laura Borràs, que no tiene responsabilidades en la Generalitat y que, por tanto, no puede considerarse a los mandos de la gestión de la pandemia o económica. Una situación que ERC cree que sus rivales acabarán aprovechando para atacar, desde fuera, a la gestión de los de dentro.