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ENTREVISTA
Catedrático de Filosofía Contemporánea

Manuel Cruz: “La izquierda está apostando demasiado al elemento atemorizador de la extrema derecha”

El catedrático de Filosofía Contemporánea y expresidente del Senado, Manuel Cruz.

Neus Tomàs

28 de diciembre de 2021 22:12 h

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Manuel Cruz (Barcelona, 1951) hace suya la premisa orteguiana según la cual no sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa. Desde esa incertidumbre en la que estamos instalados, el catedrático de Filosofía Contemporánea y expresidente del Senado analiza los peligros a los que debemos hacer frente. Su libro ‘Democracia: La última utopía’, editado por Espasa, es una descripción rigurosa de los fundamentos del sistema democrático y de los embates que debe resistir, entre ellos el autoritarismo en sus fórmulas diversas. Cruz plantea problemas y soluciones desde una perspectiva progresista, a la vez que alerta de los errores que la izquierda puede cometer y pagar caro.    

En su libro señala que los puntos débiles de la democracia no se localizan en las instituciones. ¿Dónde los situaría principalmente?

Debemos entender la democracia como una especie de traje que se tiene que ajustar a un cuerpo que cambia constantemente. Los problemas de la democracia tienen que ver fundamentalmente con las transformaciones que experimenta la sociedad. En los 60 hubo un informe de la Comisión Trilateral en el que se afirmaba que la incorporación de nuevos sectores que llevaban sus reivindicaciones al debate público iban a complicar la gestión de la democracia. Es un sistema que funciona porque es participativo, pero a la vez, la participación de sectores que estaban excluidos lo pone a prueba. Y fenómenos como las redes sociales han provocado que el espacio público se vea alterado.

¿A qué nuevos sectores se refiere?

En el informe de la Trilateral se hacía referencia a las minorías raciales y ahora se han ido incorporando sectores feministas, los movimientos de liberación sexual o países de lo que antes se denominaba Tercer Mundo y que ahora se suman a lo que resumiríamos como espacio global. Sectores que han llevado las reivindicaciones de sus derechos al debate.

Pero eso no es malo para la democracia, ¿no?

No, no es malo, pero evidentemente la somete a muchas tensiones porque participan muchos sectores y los hay que tienen intereses contrapuestos. El éxito de la democracia es que sea capaz de resolver estas tensiones y cree un marco de convivencia adaptado en el que todos quepan. Cada vez que se produce una de estas reivindicaciones es obvio que hay otro sector que tiene la sensación, por la razón que sea, de que sus intereses quedan afectados. Hoy podemos estar discutiendo sobre la necesidad de una reforma laboral y llegar a un acuerdo que sea positivo. Pero hay sectores que consideran que se dañan sus intereses.

En el caso de la reforma laboral lo que estamos viendo es que pese al consenso alcanzado por partes que no siempre consiguen ponerse de acuerdo, sindicatos y patronal, aparecen voces insatisfechas en ambos lados.

Esto tiene que ver con lo que está siendo el debate político en este momento. Da la sensación de que la democracia para algunos se alimenta más de la tensión que del acuerdo. Se diría que hay sectores que consideran que el acuerdo es un escenario en el que no hay nada que ganar o que el hecho de que todos ganen no es positivo porque, según ellos, debe haber siempre algún derrotado. Esta es una interpretación agónica de la política que causa graves perjuicios.

Da la sensación de que la democracia para algunos se alimenta más de la tensión que del acuerdo

Algunos políticos y medios de comunicación se quejan de la banalización de la política y se rasgan las vestiduras cuando son los primeros en contribuir a ese fenómeno. 

Estamos asistiendo a la materialización de procesos que estaban anunciados desde hace tiempo. Ya en los años 60 había autores que hablaban de la sociedad del espectáculo. Era un proceso que entonces era incipiente y ahora se ha consagrado. El problema de convertir la política en un espectáculo es que al final la política acaba rigiéndose por la lógica del espectáculo. Y esta lógica es la de la banalización y la del interés inmediato que decae rápido. Vemos también como aparecen y desaparecen líderes a gran velocidad. Surgen como lo hace un producto comercial nuevo pero también desaparecen porque pueden provocar la misma sensación de fatiga entre los ciudadanos que produce cualquier otro producto entre los consumidores.

Otra de las reflexiones que formula es que faltan discursos que nos digan hacia dónde debemos ir. ¿Eso es por falta de competencia de nuestros gestores o porque tienen miedo a enfrentarse a veces a la realidad?

Son las dos cosas. Juncker decía aquello de 'sabemos lo que tenemos que hacer pero lo que no sabemos es cómo ganar las elecciones si hacemos lo que tenemos que hacer'. Algo de esto hay. También hay un problema severo con la elección de nuestras élites. No estoy de acuerdo con la tesis de que tenemos los políticos que nos merecemos. En muchos países, incluyendo España, la sociedad tiene en muchos ámbitos a ciudadanos más competentes que sus políticos. Constatadas ambas cosas, también creo que no se dice nada sobre el futuro porque vivimos en un contexto de profunda incertidumbre.

En el libro se refiere al concepto del inmediatismo a la hora de gobernar, que no es exactamente lo mismo que es el tacticismo. ¿En qué consiste?

El inmediatismo sería como una exasperación del tacticismo. Cuando hoy se está hablando de que los políticos viven pendientes de las encuestas y de los cambios de opinión volátiles eso significa que es un vivir al día. Hemos tenido ocasión de ver que ese vivir al día comporta severos errores políticos. Muy probablemente la repetición electoral del 2019 tuvo que ver con un inmediatismo que acabó jugando una mala pasada a aquellos que apostaron por eso.

En uno de los capítulos diferencia entre el populismo de izquierdas y el de derechas y explica que el primero trata de estar dentro del sistema para cambiar las cosas y que el segundo también trata de estar dentro pero su último propósito es destruirlo con mayor eficacia. ¿Eso es lo que estamos viendo en España?

La situación en España es muy fluida. Creo que voy un poco a contracorriente cuando pienso que la izquierda está apostando demasiado al elemento atemorizador de la extrema derecha. Apuesta demasiado a esta carta. La extrema derecha no es mi opción, por si hace falta aclararlo. Los que tenemos una cierta edad asistimos a que sectores plenamente procedentes del franquismo se incorporaron a regañadientes a la lógica de la democracia y ese es un escenario que no tendríamos que descartar. Estar agitando constantemente el miedo a Vox como si fuese un 'criptogolpismo' que en el momento menos pensado hará saltar por los aires la democracia es exagerar un miedo. También es inmediatismo porque es pan para hoy y hambre para mañana. Podría ser que amplios sectores no participasen de ese temor y solo sirviese para cohesionar a algunos pero no para ampliar su base. Es exactamente lo que pasó en Madrid. Agitar el miedo a Vox, a la inminencia del fascismo, alertar de Vox en términos de alerta antifascista, fue un absoluto fiasco desde el punto de vista de rédito electoral para aquellos que lo hicieron. Un pésimo cálculo.

Quien lo hizo fue Pablo Iglesias.

Sí.

En otro momento del libro alerta de los riesgos de que la izquierda quede desdibujada y por lo tanto más debilitada. ¿Cómo puede evitarlo? 

A lo que no debería renunciar la izquierda es a tener una propuesta global. Hay un momento en que me hago una pregunta un poco retórica: ¿Y si la izquierda se quedara sin banderas? Hay banderas que en este momento han sido objetivos preferentes de la izquierda que la derecha podría asumir sin mayor problema. Puede haber grandes empresas que estén interesadas en las energías renovables y por lo tanto dar por hecho que lo verde es exclusivo de la izquierda es un severo error. Del mismo modo que la igualdad de género puede ser algo asumido a medio plazo por sectores conservadores si eso no afecta a sus intereses en otro ámbito.

Tiene claro que no puede haber libertad sin igualdad. Pero hemos visto cómo la derecha se ha apropiado del concepto de libertad, y de forma exitosa en el caso de Isabel Díaz Ayuso, sin afrontar las desigualdades sociales sino más bien todo lo contrario. 

La izquierda no dio bien la batalla en ese caso. Lo que debería haber reivindicado es una idea de libertad plena. La libertad no es solo que no me prohíban, que era lo que destacaba Ayuso. Libertad es también la posibilidad de desarrollar los propios proyectos y para eso hacen faltas determinadas condiciones materiales. En una situación de extrema penuria no se es libre para nada. Los viejos liberales sabían que los poderes públicos debían intervenir para que hubiera condiciones materiales para la libertad.

La sociedad tiene en muchos ámbitos a ciudadanos más competentes que sus políticos

Uno de los debates recurrentes en los últimos tiempos en España es el que plantea si nuestros jóvenes viven peor que sus padres y con unas perspectivas también peores. ¿Ha reflexionado sobre ello?

Sí, porque es algo que está en nuestro entorno. Hay una generación a la que yo pertenezco que fue la primera que no vivió ninguna guerra ni una crisis económica como la del 2008. Vivió una época en la que con muchas limitaciones el ascensor social y la expectativa de una cierta meritocracia funcionaban. También es verdad que aquella no era una época de abundancia, era normal que los hijos de los trabajadores empezasen a trabajar a los 14 años como aprendices. Ahora bien, es cierto que hoy a los jóvenes se les pone difícil tener proyectos. En otras épocas se hablaba del día de mañana. Ahora es un tiempo confuso y esa incertidumbre es la que hace que los jóvenes tengan esa percepción sombría.

Hay un momento en el que cita ‘El mundo de ayer’ de Stefan Zweig y la idea de que los contemporáneos nunca consiguen apercibirse de los movimientos de fondo que determinan su tiempo. ¿Se atreve a señalar algún movimiento que no somos capaces de detectar?

Me cuesta mucho por razones generacionales. Por mi experiencia como docente me doy cuenta de que la relación con las nuevas generaciones no es fácil y que cada vez es mayor. Mi sensación es que a nosotros no nos toca avizorar el futuro porque probablemente no estamos en las mejores condiciones mentales para hacerlo como transmitir adecuadamente la herencia recibida y hacer que las generaciones siguientes valoren de manera adecuada lo que se les está dando. Por ejemplo, advertir del peligro de cosas que podrían perderse.

¿Qué cosas podrían estar en riesgo?

Es una reflexión relacionada con la cultura, el pensamiento, el análisis, que sería muy importante que no descuidásemos. La banalización en muchas ocasiones es la otra cara de la moneda de la aceleración. La volatilidad hace que vivamos en una especie de universo mental absolutamente fugaz, en el que hay personas que tienen la sensación de que se están quedando sin puntos de referencia claros ya sean políticos, laborales, sociales... No tener esos anclajes es algo que provoca angustia a mucha gente. Todo ello mientras se produce esa especie de reconocimiento bobo en las redes. Es un narcicismo banal y la gente que tiene una identidad muy débil lo que hace es buscar una identidad fuerte en las redes, quiere muchos seguidores y 'likes'.

La gente que tiene una identidad muy débil lo que hace es buscar una identidad fuerte en las redes, quiere muchos seguidores y 'likes'

Hay una pregunta que usted considera ineludible y para la que no sé si tiene respuesta: ¿Ha devenido incompatible la democracia con el capitalismo? 

Incompatible no debería ser pero lo que no es ya es esa relación ingenuamente complementaria que algunos liberales postularon. Existía el tópico liberal de que las sociedades sin capitalismo eran una ruina y que el capitalismo sin democracia acaba en la corrupción. Ese modelo está siendo amenazando y ya no se puede decir que el capitalismo donde es más eficiente es en sociedades democráticas. En este momento la locomotora económica del capitalismo mundial es una sociedad tan poco democrática como China. El poder que corporaciones como Google tienen en el ámbito de la comunicación o las que controlan las redes son privadas. Es una paradoja importante. Y si alguien habla de un banco público le llamarán rojo y sin embargo nuestro dinero está en empresas privadas. La pandemia nos ha alertado de que necesitamos instituciones públicas fuertes y lo hemos visto en el ámbito de la salud.

Por lo tanto a lo mejor no es tanto el capitalismo sino la aplicación que se está haciendo actualmente de este sistema.

Por supuesto. Todos los reformismos, incluido el de la socialdemocracia, lo que intenta es reconducir una determinada manera de generar riqueza introduciendo criterios redistributivos. Tampoco es que sea algo nuevo puesto que ya desde sus orígenes, incluso desde la Iglesia católica, se señalaba que la propiedad debía analizarse con criterios del bien social. Incluso desde el punto de vista conservador se tenía en cuenta esa necesidad de introducir elementos correctivos.

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