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ANÁLISIS

Paisaje tras la batalla de Barcelona

18 de junio de 2023 22:14 h

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Si hay un partido que sabe cómo amarrar el poder es el PSC y lo ha vuelto a demostrar con la ecuación que ha permitido a Jaume Collboni hacerse con la alcaldía de Barcelona. Lo que para unos es pragmatismo, para otros es asegurarse el mando al precio que sea. Aunque a lo mejor es simplemente el arte de la política.

Cuando el dirigente socialista ofreció formalmente a los comuns entrar en su gobierno (un regalo envenenado porque implicaba sumar al menos dos votos del PP) estos salieron en tromba a decir que no. En público y en privado. Su argumento era que no podían aparecer en ninguna foto en la que estuviese también el partido que está pactando con la extrema derecha en media España. Llegaron a calificar la operación de ofensiva. “Esto en Catalunya nos desarma de cara a las generales”, argumentaban convencidos solo dos días antes del pleno pensando en la parte de electorado fronterizo con ERC. Cuando se les repreguntaba si la alternativa era votar a Collboni pero sin entrar en su ejecutivo, la respuesta seguía siendo un no rotundo. Todo lo rotundo que puede ser un no en política. 

Porque si en política casi nada es imposible, en Barcelona nada lo es, como se demostró hace cuatro años con la ‘operación Valls’. La hemeroteca no solo deja en evidencia al partido de Ada Colau. Collboni, con la convicción de los viejos zorros, aseguró en campaña que si ahora no llegaba primero se iría a la oposición y que esta vez era imposible una maniobra como la que se diseñó en los cuarteles socialistas con el exprimer ministro francés como protagonista para apartar al republicano Ernest Maragall. “Afortunadamente hemos superado el 2019”, señaló el aspirante socialista.

Pero Collboni, quien repitió como candidato pese a que Pedro Sánchez quería apartarlo, estaba convencido de que podía ser alcalde aunque no llegase primero y comerse los argumentos que esgrimió en campaña era el menor de sus problemas. La maquinaria socialista se activó y cuando se pone en marcha es de las más imparables.

Estuvo también sobre la mesa un acuerdo con Trias, alguien que unas veces, incluso entre sus correligionarios, es “el hombre de Puigdemont” y otras es “un político de orden”. Pero él es el mismo que antes de empezar la campaña. Un convergente retirado, que reivindica con orgullo el pujolismo, con una visión de la ciudad anclada en cuando él dejó la alcaldía hace ocho años, y al que los suyos y muchos de los que financiaron la campaña de Manuel Valls le insistieron para que se presentase de nuevo. Accedió a ser candidato pero no engañó a nadie: su argumento (probablemente el único) es que había regresado para echar a Colau y avisó a todo el mundo de que si no lograba hacerse con la vara volvería a su vida de feliz jubilado de la zona alta para seguir disfrutando de una de sus aficiones preferidas, jugar al golf.

La presión que hizo efecto

Descartada por ambas partes la sociovergencia por la que suspiraba el empresariado catalán (no hay nada que les guste más) y con Trias y ERC formalizando su acuerdo (pese a que sus respectivos partidos llevaban días reprochándose las alianzas postelectorales a las que unos y otros han llegado con el PSC en otros municipios) arreció la presión sobre los comuns, en Madrid y en Barcelona.

Collboni y Colau se vieron el viernes a última hora y el sábado por la mañana se instaló un sospechoso silencio entre los cuadros de los comuns. La posición de Colau fue fundamental en la decisión final. Por la mañana, se debatió en dos reuniones distintas con los suyos y ella acabó argumentando lo mismo que verbalizó después en su intervención ante el plenario: que no podían dejar pasar “al partido del 3%”. De esta manera lo que era un imposible pasó en solo unas horas a ser “el mal menor”.

Collboni había asegurado a los comuns que si contaba con su apoyo ya se encargaría él de tener los votos que necesitaba del PP. Un repaso a las mesas electorales que se han volcado con Trias en los barrios de renta más alta permite comprobar que en las generales fueron también los caladeros de Ciudadanos y el PP, pero aun así entidades como Societat Civil Catalana apretaban a los populares para que no permitiesen gobiernos municipales de “signo secesionista”. Aunque esta entidad ya no tiene la importancia y ascendente de los años del procés, sigue siendo influyente entre una parte del electorado del PP, PSC y ahora también entre los de Vox. 

Feijóo, que con una mano pacta con la extrema derecha en media España y con la otra presume de frenar al independentismo en Barcelona y Vitoria, se ha apuntado un tanto. También es cierto que da igual lo que haga porque sea lo que sea sus medios afines le felicitarán. Están tan entregados a su causa que probablemente si hubiese permitido que Trias gobernase tendrían argumentos para decir que el PP había apostado por el orden y por borrar la huella de Colau en la capital catalana. 

Tras doce años, Collboni ha recuperado la capital catalana para el PSC, aunque empieza la legislatura con solo 10 concejales y así es más que complicado gobernar, como bien le recordó Colau. De momento ha anunciado que mantendrá la estructura y los directivos que ya estaban en la etapa con los comuns, intentará tirar con acuerdos con todos menos con Vox y el resultado de las próximas generales permitirá configurar las alianzas que requiere para sobrevivir.

Las élites económicas creen que, con Trias fuera –se da por sentado que no se quedará en el Ayuntamiento–, no hay que descartar aún un pacto sociovergente. Lo que es seguro es que el empresariado y más de un medio trabajará para que sea posible. O dicho de otra manera, harán lo imposible para evitar que el PSC se alíe de nuevo con los comuns y se avenga a gobernar otra vez con ellos. Unos comuns que, como se ha señalado estos días, son más Iniciativa per Catalunya que nunca y si no que se lo pregunten a Jaume Asens. Iniciativa es un partido capaz de adaptarse a las circunstancias como ninguno aunque siempre a la sombra de los socialistas. Todo lo contrario a ERC, que en estas municipales ha comprobado que cuanto más poder acapara, más rápido lo pierde.