Uno de los fenómenos más llamativos en la evolución de los comportamientos electorales en Catalunya es la caída del apoyo al independentismo entre los jóvenes. La Agència Catalana de Notícies (ACN) ha analizado los sucesivos barómetros que ha publicado el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), el llamado CIS catalán, desde octubre de 2017 hasta el último dado a conocer, el pasado mes de julio, y la conclusión es que los partidos secesionistas tienen un problema entre los votantes que se sitúan entre los 18 y 34 años.
Si en octubre de 2017 el 52% de los encuestados en esta franja de edad se mostraban favorables a separarse de España y un 41% en contra, en el último sondeo los jóvenes partidarios de la secesión se quedan en el 36%. Es decir, la caída en seis años ha sido de 16 puntos.
En el último barómetro, las relaciones Catalunya-España sólo son el principal problema para el 3% de los jóvenes y la insatisfacción con la política también baja (8%). El primer puesto en el listado de preocupaciones para los más jóvenes es el acceso a la vivienda (14,5%), seguida del paro (9,6%) y el eje que aúna educación, cultura e investigación (8,2%).
El análisis del resto de grupos de edad apunta a que la siguiente caída más pronunciada, de 10 puntos, es entre los electores que tienen entre 50 y 64 años. En el otro extremo se comprueba que donde más respaldo sigue teniendo el independentismo es entre los mayores de 64 años y entre los de 35 y 49 años porque en ambos grupos solo ha descendido en dos puntos.
Otro dato interesante que arroja el buceo de ACN por la estadística de estos últimos seis años es que el perfil del votante que se declara independentista sería el de un elector más acomodado puesto que se ha detectado una pérdida de apoyos al secesionismo entre los que viven en hogares con ingresos de menos de 2.000 euros al mes (pasa del 38% al 33% del total de partidarios). Paralelamente se constata un aumento entre las rentas de entre 2.000 euros y 4.000 euros mensuales (del 31% al 37%). A partir de 4.000 euros, la cifra también crece (del 9% al 14%).
No son porcentajes que puedan sorprender demasiado a los partidos puesto que encaja con el perfil de los asistentes a las concentraciones organizadas por entidades como la ANC. Y porque los estudios sobre comportamientos electorales, más allá de fenómenos como el independentismo, se asemejan a esta misma evolución. Uno de los más interesantes es el que han elaborado José Ignacio Conde-Ruiz y Carlotta Conde Gasca, padre e hija, en ‘La juventud atracada’ (Península).
Algunas cifras que se destacan en este ensayo probablemente ayudan a entender por qué a algunos partidos les interesa más hablar de pensiones que de vivienda o renuncian a plantear medidas atrevidas pero imprescindibles para cambiar dinámicas instaladas en el mercado inmobiliario desde hace décadas. Las promociones públicas o de alquiler en las grandes ciudades son una excepción cuando deberían ser una prioridad.
Actualmente, en España uno de cada cuatro votantes es mayor de 75 años, mientras que en los ochenta, lo era uno de cada seis. El peso electoral de los jóvenes es más bajo, cada vez más, y eso se traduce en que los grandes partidos prefieran satisfacer a las franjas de edad superiores, que son también las que más votan y que aún muestran especial fidelidad a sus siglas. En las recientes elecciones generales, los menores de 30 años con derecho a voto fueron 5,8 millones mientras que los mayores de 64 eran 9,4 millones.
De ahí que, como subraya Conde-Ruiz en su libro, el gasto en pensiones y educación evolucione en sentidos opuestos: crece en pensiones y disminuye en educación y formación. Hemos asumido con una normalidad que asusta que muchos de nuestros jóvenes sean trabajadores pobres a los que no se les puede ofrecer más alternativa que la resignación.
Otro elemento que debería estar en los debates y que aparece solo de manera excepcional es el fracaso escolar. El abandono educativo es del 36% entre las familias con menos recursos (también las que menos votan) mientras que se limita al 5% entre los que forman parte de familias acomodadas. Datos como estos son los que hay que tener en cuenta también (o sobre todo) cuando se debate de meritocracia y de rebajas de impuestos.