El PSC llegó a quedarse tras las autonómicas de 2015 con 16 diputados. El procés estaba en plena efervescencia, nombres destacados como Pasqual Maragall y otros representantes del llamado sector catalanista habían roto el carnet y había quien pronosticaba que el partido estaba condenado a una decadencia que en ese momento se comparaba con la del Pasok griego. Pero el PSC es mucho PSC, con todo lo bueno y lo malo que tienen las estructuras de la bautizada como vieja política.
Pese a la crisis en la que estaba inmerso, el socialismo catalán aguantó en las municipales de 2015 en sus feudos metropolitanos, los cuarteles que siempre han sido la base de su poder. Su entonces principal adversario en las autonómicas, Ciudadanos, nunca pasó de ser testimonial en los consistorios del cinturón barcelonés.
En cambio, Inés Arrimadas se benefició de la tensión del otoño de 2017 y ganó las elecciones al obtener un triunfo histórico que no le sirvió de nada y que ahora, cuando la marca va camino de acabar fuera del Parlament, parece una ensoñación. Los números no le daban para ser presidenta de la Generalitat y prefirió dar el salto a Madrid. Fue el principio del fin para Ciudadanos y el inicio de la remontada para el PSC. En 2021 recuperó la mayor parte de los votos que habían ido al saco naranja y las broncas internas en el independentismo han hecho el resto.
La oportunidad perdida
Hubo una primera oportunidad de simbolizar la ruptura de los bloques en Catalunya, pero no se aprovechó. Fue en las últimas municipales, cuando ERC ganó las elecciones en Barcelona y esa noche los comuns ya daban por hecho que habían perdido la alcaldía. El PSC, que es el que más sabe por viejo, contactó con Ada Colau y su equipo para decirles que ni se les ocurriese tirar la toalla. Los socialistas querían evitar que Ernest Maragall, que fue durante años el cerebro socialista en el Ayuntamiento y al que no le habían perdonado su salto a ERC, se convirtiese en alcalde.
El as que el PSC tenía era Manuel Valls, quien desde su desembarco en Barcelona había insistido en que su principal objetivo era evitar como fuese que un independentista gobernase la ciudad. El resultado de las conversaciones es conocido: Colau por la vía de los hechos se comió sus palabras sobre el exprimer ministro francés y aceptó sus votos para seguir en el cargo, repetir la alianza con el PSC y evitar que Ernest Maragall ocupase su silla.
Aunque en la Diputación de Barcelona gobiernan PSC y Junts en una entente más que satisfactoria para ambas partes y que a menudo pasa desapercibida (en base al presupuesto de este año gestionan nada menos que 1.241 millones de euros), la política de bloques entre independentistas y no independentistas se había mantenido hasta este miércoles.
ERC, que junto al resto de formaciones secesionistas reclamó en la última campaña un veto al PSC, ha pactado las cuentas de la Generalitat con ellos. Los socialistas les han hecho sufrir con un listado de peticiones inacabable, el acuerdo no prefigura ninguna alianza posterior, siguen cayéndose igual de mal, pero es un punto de inflexión en el Parlament y permite afianzar su alianza en el Congreso.
Desde que Salvador Illa asumió la primera secretaría, dejó claro que su estrategia pasaba por presentarse como alternativa al independentismo pero que el propósito era “unir” y no ahondar en la división. Es lo que denomina “la política útil”. Este acuerdo con ERC va en esa línea. El otro objetivo era hacer valer sus 33 diputados y recordar que eso le convierte en el primer partido en el Parlament, una posición que ha consolidado, según todas las encuestas.
TV3, presupuestos y Barcelona
En esta legislatura los socialistas han regresado a los centros de control de espacios estratégicos que durante años estuvieron copados por los partidos independentistas. El ejemplo más evidente es la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (CCMA). Illa tenía entre ceja y ceja que TV3 y Catalunya Ràdio debían adoptar un “nuevo rumbo” porque consideraba que durante la última década se habían convertido en un instrumento de propaganda del independentismo. De momento la dirección de la televisión pública se ha propuesto despolitizar la programación con el argumento de que la política ya no interesa tanto como antes.
El PSC se ha erigido también en el interlocutor preferido en los ámbitos empresariales y no solo porque es una vía de acceso rápido al Gobierno de Pedro Sánchez. Su empeño en ser el garante, aunque de momento sin muchas concreciones, de proyectos como la ampliación del aeropuerto de El Prat, el macrocomplejo turístico de Hard Rock en Tarragona o la autovía B40 permite contentar a esos sectores y a la vez reforzar a sus alcaldes y candidatos de cara a las municipales.
La principal batalla será la de Barcelona. Jaume Collboni ha dejado plantada a Colau (pese a que el PSC sigue en el gobierno municipal) para poder dedicarse solo a hacer campaña, subrayar que “va a por todas” y presentarse como rival de la líder de los comuns.
La irrupción de Xavier Trias, que tiene opciones de ganar, le complica la vida porque el candidato de Junts aspira a atrapar todo el voto antiColau, una parte del cual también quiere atraer Collboni. El socialista necesita aparecer de nuevo primero en los sondeos porque entiende que así lo tendrá mejor para convencer a más indecisos. Si gana, no cierra la puerta a ningún acuerdo. Tampoco a pactar con Junts o una ERC a la baja. Así que, una vez acordados los presupuestos de la Generalitat, el resultado de Barcelona es el siguiente test para la Catalunya postprocés.