“Quim Torra es un pobre hombre que no debe de saber por qué está aquí”

Josep Antoni Duran Lleida (Alcampell, 1952) ha sido uno de los políticos más influyentes en Catalunya pero también en el Congreso de los Diputados. Ahora ha recopilado sus vivencias en lo que resume como la memoria de una pasión política. En El riesgo de la verdad (Planeta), Duran deja muchos títeres sin cabeza, empezando por Artur Mas, el dirigente más citado a lo largo de las 547 páginas y seguramente el más duramente criticado en este libro. No es el único. El exdirigente democristiano también revela cómo Rajoy le confesó que estaba harto de Aznar y reprocha a Zapatero que cometiese lo que califica de imprudencias peligrosas.

Duran, que asegura que se ha guardado muy pocas cosas, da su versión sobre los casos de corrupción que afectaron a Unió y describe amargamente el final de un partido que, tras 85 años de historia, desapareció ahogado por la deuda y sin fuerza electoral en el nuevo escenario político catalán.

Esta es la vida de un político al que le hubiese gustado ser periodista (tal vez eso explica su interés por los medios), que niega que se deje llevar por el lujo (considera un error su famosa foto en una habitación del Palace de Madrid) y que se ha reservado las confidencias que le hizo el rey Juan Carlos por un deber de responsabilidad (confesiones ante una copa de vino tinto, un plato de jamón y un cigarro habano al lado).

En su libro afirma que nunca ambicionó ser ministro, aunque Aznar se lo ofreció, y que tampoco anhelaba ser presidente de la Generalitat. Entonces, ¿qué quería ser?

Yo quería ser el Arzalluz de Catalunya. Tenía y continúo teniendo como referencia el modelo del PNV, es decir, por un lado el líder del partido y por otro el presidente del gobierno. Quería ser el líder del catalanismo político. Ya a partir del año 96 hago reflexiones muy profundas y por otra parte muy criticadas sobre la necesidad de dejar de lado el término de nacionalismo y adecuarnos a un catalanismo renovado y adoptado a la nueva realidad.

¿Todavía queda catalanismo en Catalunya?

Segurísimo, lo que pasa es que en algunos casos queda escondido y en otros está muy diversificado.

Hay votantes catalanistas, pero la duda es si en estos momentos existe una oferta electoral catalanista, ¿no?

No, la oferta catalanista tiene que articularse. Hay algunas pequeñas ofertas pero para articularla hay que juntarlas y deben tener claro que el reto no es a corto plazo. El país continuará polarizado durante mucho tiempo y esto dificulta la propuesta de un espacio que debe ser de reflexión. La política tiene un componente pasional, sin duda, pero tiene otro racional. Hoy en día no existe un equilibrio entre ambas partes porque domina la sentimental. Y otra reflexión: esa nueva oferta catalanista, tanto de cara a sus electores como en su implicación en España, no puede vivir en la ambigüedad. Debe dejar claro que su proyecto no es la independencia y también que quiere transformar España desde su perspectiva de realidad plural.

¿Cree que el PSC es el partido que más se parece a este modelo que usted propone?

Sí, pero no lo es. En el libro me refiero al error, del cual también me siento responsable, de haber acusado al PSC en el terreno del sucursalismo, cuando en el PSC hay gente que puede dar lecciones de catalanidad a muchos de los dirigentes de CiU.

Acusa a Artur Mas de ser el máximo responsable de la autodestrucción de CiU. ¿Usted, como líder de Unió, tuvo también parte de culpa?

¡Y tanto! Primero porque durante mucho tiempo he compartido las decisiones de CiU. Pero más allá de los errores que seguro que he cometido, el espacio de Convergència explota porque hace una transformación desde el catalanismo al independentismo. Siempre defendí que en esta transformación no teníamos suficiente credibilidad. Es aquello del original y la fotocopia. Y es lo mismo que le está pasando a Puigdemont respecto a ERC.

Ahora parece que estamos asistiendo a otra autodestrucción, la del PDeCAT. ¿Esta de quién es culpa?

Son hechos que se van desencadenando. Si Puigdemont hoy es el líder de este espacio e intimida a los moderados que no se atreven a presentar una alternativa es porque quien lo convierte en el líder es Mas. Él es quien le entrega la presidencia de la Generalitat. Mas era quien pudo convocar elecciones en enero del 2016 y no situar a la CUP como fuerza dominante.

Escuchándole se llega la conclusión de que para usted Puigdemont no ha hecho bueno a Mas.

En el libro digo que a Mas le faltaba fortaleza y consistencia política pero era una persona perfectamente aceptable como presidente de la Generalitat. Yo a Puigdemont nunca lo había visto de presidente de la Generalitat y lo ha sido. Son dos perfiles muy diferentes.

¿Y qué piensa de Quim Torra?

Torra es un pobre hombre que no debe de saber ni por qué está aquí. Y nada más.

En estas memorias confiesa que supo qué era tomar tranquilizantes cuando estalló el caso Pallerols. No ha sido el único caso de corrupción que salpicó a Unió. Fue un partido con mucha historia pero también manchado por la corrupción.

No, no estoy de acuerdo. Que yo recuerde ha habido dos casos, el de Turisme y el de Treball. En los dos se demostró que eran cuestiones personales que no tenían que ver con la estructura del partido. La corrupción por poca que sea es corrupción. Da igual que sea un euro, 10.000 o un millón, pero ni era una cifra contundente ni era corrupción institucional.

Pero, como recuerda en el libro, Jordi Pujol siempre decía que en política las cosas no son como son, sino como parecen.

Unió acaba la vida política en un concurso de acreedores porque debe más de lo que tiene. ¿Usted cree que si Unió hubiese sido un partido con una corrupción sistematizada debería tanto dinero?

¿Esos 22 millones de deuda que terminaron ahogando a Unió son una cifra que le perseguirá siempre?

No. Lo que me perseguirá siempre es que Unió hubiese podido acabar de otra forma y acabó como acabó. Hay muchas empresas y empresarios que vuelven a empezar. Yo no tengo edad para volver a hacer política. El concurso de acreedores está previsto incluso para personas físicas. En este caso, el juez y el fiscal no consideraron en ningún caso que hubiese una responsabilidad penal de ningún dirigente de Unió.

¿Está siguiendo el juicio del proceso?

Más o menos.

En el libro defiende que en España existe separación de poderes. Los partidos independentistas lo ponen en duda.

Creo que hay separación de poderes. España es una democracia homologable a cualquiera de los de nuestro alrededor que tiene déficits y que es perfectamente mejorable, como muchas de nuestro entorno. El déficit no ha sido judicial, ha sido político. Que la justicia se ocupe de los plenos del 6 y 7 de septiembre, del 1 de octubre y de todo el resto es un fracaso político. No estoy nada de acuerdo en que esta sentencia está ya escrita. A partir de aquí, una vez exista una decisión de la justicia y esperando que la justicia no se equivoque como lo ha hecho la política, hay que intentar recuperar de nuevo la política.

¿Qué quiere decir cuando afirma que espera que la justicia no se equivoque?

A nadie se le escapa que existe una presión ambiental en un doble sentido. Una parte de la sociedad española, no digo que sea la mayoritaria ni de lejos, que quieren venganza y que piden que se pudran en la cárcel. La venganza no es nunca justicia. Y otra parte de la sociedad, situada principalmente en Catalunya, considera que cualquier sentencia que no sea una absolución es inaceptable. La justicia tiene esta doble presión aunque estoy convencido de que no se equivocará. Sinceramente creo que el juez Marchena está conduciendo bien el juicio.

¿Ha visitado en la cárcel a alguno de los presos?

No. Yo soy cristiano y como tal puedes sentir el deber de visitar al que no tiene libertad. Como cristiano he fallado. Como amigo, no, porque no soy amigo de ellos. Conozco a Turull y a Rull. Tengo el teléfono personal de Turull y la primera vez que entró en la cárcel le envié un mensaje para trasladarle ánimos. De Rull ni lo tengo y con Forn he hablado casualmente alguna vez. No tengo un grado de relación que me implique ir a verlos. Y si no acompañé a Joana Ortega, Artur Mas y a Irene Rigau cuando fueron a declarar por el 9-N no porque no fuese solidario con ellos sino porque soy humano y a nadie le gusta ir a un sitio en el que sabes que te van a gritar.

Declararse, como hace, un admirador de la Transición en estos tiempos y decirlo en Catalunya es casi una osadía.

Es que soy muy osado. La Transición fue un éxito colectivo que nos ha dado décadas de progreso y más autogobierno. Esta afirmación la hicieron Pujol y CiU mientras gobernamos y después unos años más. Todo esto después se rompe. Igual que pienso que la Transición fue un éxito colectivo, lo que ha pasado después es un fracaso colectivo del cual he participado políticamente, como otra tanta gente aquí y allá.

Ahora que cita a Pujol, usted lo describe como un animal político.

Él decía que lo éramos Miquel Roca y yo. Pero él lo era, un político de mucha entidad.

Pujol y usted coinciden en decir que la reforma del Estatut fue un error. Pero lo que más ha calado es que el error fue la sentencia del Constitucional sobre el Estatut.

Es curioso, la gente no debe conocer ni el Estatut ni la sentencia. La sentencia ha influido muchísimo pero no es cierto ni justo situar a la sentencia como la razón para justificar la evolución del catalanismo al independentismo. Los que ya lo eran, como ERC, no la necesitan. Y para los que no eran y estaban en Convergència no pueden hacerlo porque después de la sentencia nosotros en Catalunya hemos gobernado con el apoyo del PP. O sea con el apoyo de aquel que había provocado la sentencia. Sé que es una de las causas pero el político no puede subirse a este carro. Ha habido políticos que en vez de racionalizar la pasión lo que han hecho incluso ha sido avivarla.

En varios capítulos rememora conversaciones que siguen teniendo interés político y periodístico. Una de ellas es con Rajoy, en diciembre de 2017, cuando este le explicó que no quería saber nada más de Aznar en la vida. ¿Tan contundente fue Rajoy?

Fue contundente y le entiendo. Considero que Aznar ha hecho mucho la puñeta a Rajoy y cuando uno deja de gobernar debe procurar mantenerse al margen. Aznar debería ser consciente que en el 2004 más que ganar Zapatero, perdió él. Perdió porque no fue capaz de gestionar correctamente los atentados de Atocha. Todavía hay quien cuestiona la verdad judicial. Lo que no puede ser es que haya dirigentes del PP que critican al independentismo porque no acepta la separación de poderes y a continuación no se acepte la decisión judicial del 11-M.

¿Qué opinión tiene sobre Pablo Casado?

Es un chico muy vehemente. Lo conozco de la etapa en la comisión de Exteriores del Congreso. Tiene buena cabeza, mucha ilusión, tiempo y camino por delante.

¿Y sobre Albert Rivera?

Aunque he hablado con él y es de Catalunya lo conozco menos que a Casado. Ambos son dirigentes prácticamente de las juventudes. Son muy jóvenes y eso tiene virtudes, especialmente cuando la gente quiere regeneración.

¿Qué gobierno le gustaría que saliese de las próximas elecciones generales?

Lo que constato es que quien ha estado más predispuesto al diálogo es el PSOE. No parece que vaya a obtener una mayoría absoluta. Me gustaría que gobernase con un partido que lo centrase pero no veo en la política española un partido que pueda hacerlo. Por lo tanto tenemos un problema para la resolución del problema catalán, que también lo tenemos en Catalunya, pero también un problema para la estabilidad política en España.

¿Cuál cree que podría ser una propuesta viable para intentar resolver el conflicto catalán?

Primero. Como toda crisis, debe acabar de decantarse. Para ello necesitamos, como mínimo que acabe el juicio, haya una sentencia, y que unos y otros tengan capacidad para administrar el resultado de esta sentencia. El exsecretario de Interior José Antonio Nieto ha dicho en una entrevista que un indulto enmendaría desde la política la sentencia de los jueces. No, perdone. El indulto está en la Constitución y está previsto para después de decisiones judiciales. En ningún caso es lo que dice este señor.

Segundo. Antes de pensar en ningún acuerdo hay que pensar qué tipo de acuerdo quiere alcanzarse. Dado el ruido ambiental, yo pondría a trabajar, de manera muy discreta a personas que tengan la capacidad de situarse en la piel del otro, sus líneas rojas. España debe entender que Catalunya no puede aceptar que esto siga igual, y Catalunya debe entender que España no aceptará nunca una votación que sea para la independencia. Cuando me citan el ejemplo de Gran Bretaña respondo que fue un grave error por interés personal de Cameron. Mira cómo están allí.

Tercero. Puede pensarse en una reforma de la Constitución, pero la veo compleja y no necesariamente tendría que acabar bien para Catalunya. Otra opción es la de añadirle una adicional a la Constitucional, que igual que está para los vascos, navarros y canarios, fuese para el reconocimiento de la especificidad de Catalunya. Lo que no veo posible es el concierto económico porque no es viable y habría que buscar un modelo alternativo.

¿Considera posible abrir esta vía con los actuales líderes independentistas?

Recuerde la última frase de mi libro: “¡Es la hora de los estadistas! ¿Queda alguno?”. Lo veo muy complicado. Yo no me considero un estadista pero visto el presente me viene a la cabeza aquello de que el pasado brilla. Diría que brilla seguramente más de lo que debería brillar. No veo estadistas ni en la política catalana ni en la española. Un estadista se caracteriza por poner el interés del estado por delante del partidismo. Felipe González y Pujol lo eran.

Defiende la figura del político lobista, pero esta figura está muy denostada. ¿Ha faltado transparencia en las relaciones entre algunos partidos y algunos sectores económicos? lobista

Ahora hay un registro y a favor de la mayor transparencia. Yo he hecho de lobi de las farmacéuticas, de los autónomos y de otros sectores como el Salón del Automóvil o la enseñanza concertada y eso que soy hombre de escuela pública. He defendido cuestiones que consideraba que eran favorables a mis electores.

Escribe también que se debe tener discreción con el lujo en la actividad política. A usted todos estos años se le ha acusado de lo contrario.

Además de la foto del Palace, no creo que pueda decirse que he tenido una vida de lujo.

Aquella foto en el Hotel Palace que le perseguirá toda la vida, como le dijo un concejal de CDC. foto en el Hotel Palace

Perseguirme, no. Ese comentario fue demagogia. Por el Palace han pasado todos los portavoces de CiU, pagando el grupo parlamentario, y la gente del partido sabe que el precio que nos hacen no tiene nada que ver, ni de lejos, del precio de una habitación en este hotel. Dicho esto, me equivoque y no hace falta que culpen ni a la jefa de prensa ni a El País.

Entró a militar en política en 1974. Y dedicó a ello hasta hasta 2016. Son cuatro décadas. En la presentación que se ha hecho sobre su libro se señala que se le apartó prematuramente. Pero son 42 años en política.

No, prematuramente no. Ya lo tenía decidido. En las últimas elecciones a las que me presenté con CiU ya todo el mundo sabía que eran las últimas. Ya no me quería presentar al último congreso de Unió y me pidieron que aguantase cuatro años más. Cuando llegó la ruptura entre Convergència y Unió no podía irme ni decirle a Ramón Espadaler que no fuese el candidato. Él dio la cara en Catalunya y yo en Madrid sabiendo que me la romperían por todos lados.

¿Qué le ha quedado por hacer?

Hacer de Unió un partido más consecuente ideológicamente y que la gente nos conociese mejor.

¿Considera que se le tiene en más consideración en el resto de España que en Catalunya?

Que una parte de Catalunya, seguro. Pero creo que también hay una parte que me tiene mucha consideración y respeto.