Si alguien entrase hoy en un aula universitaria y preguntase a los presentes “¿Qué es el catalanismo?”, podría colegirse con un ínfimo margen de error que lo que se propone es un ejercicio de historia. El catalanismo en el pensamiento liberal del XIX. Citen dos de los padres del catalanismo. El catalanismo en la Transición. Escriban en ambas caras del folio y no olviden poner su nombre, etcétera. Pero si la misma persona entrase en la misma aula y preguntase “¿Qué es el catalanismo en 2016?”, la disciplina cambiaría sustancialmente, tornándose en materia de la epistemología, en parte de la medicina forense, quién sabe si de la alquimia política.
En todas esas disciplinas ha hurgado este martes Xavier Domènech para responder a la pregunta. El número uno de En Comú Podem al Congreso por Barcelona ha hecho un alto en la campaña para pronunciar una conferencia huidiza del tono mitinero que los partidos desplegarán durante las próximas dos semanas. Domènech, “un historiador que ha decidido hacer historia”, según le ha descrito Gemma Ubasart, ha contestado al complejo interrogante en el espacio Francesca Bonnemaison, con una larga exposición sobre el proyecto y el espacio político de los que su formación está poniendo los cimientos.
El diputado ha reivindicado a su formación heredera de “lo bueno y lo mejor” de una tradición catalanista popular que ha descrito como contrapuesta al “catalanismo monárquico patricio” y de la que, al fin y al cabo, se han reivindicado parte todos los proyectos de izquierdas en Catalunya. Una tradición que nace de Pi i Margall, toma su nombre por Almirall, se revuelve contra la Liga con Salvador Seguí y cae ante el fascismo en el cuerpo de Companys. El PSUC, el PSC, ERC, incluso el PSAN o la CUP, se han visto a sí mismos como parte de ese hilo histórico.
Pero, para 2016, todos ellos han renunciado a alguno de los pilares de aquel catalanismo, según observa Domènech. Todos menos el nuevo sujeto que emerge, el suyo, que en parte se funde con ellos y en parte les enmienda. El resto de actores han abandonado la idea de soberanía catalana, en el caso del PSC, o se han entregado a los brazos del independentismo, según Domènech, quien se ha mostrado “respetuoso” de la corriente secesionista aunque no ha dudado en tildarla de “excluyente”. De hecho se ha mostrado molesto con que, a ellos, que aspiran a reconstruir el espacio, con frecuencia se les considere “en transición”. “Nos dicen que ya vendremos, que ya nos daremos cuenta”, ha afirmado, en referencia a los independentistas que señalan que los comunes se harán partidarios de la secesión cuando miren a los ojos de esa supuesta España irreformable.
Un proyecto que “no viene a transitar”
Por eso, su apuesta por el referéndum es “estratégica, no táctica, no electoral”. La posición de los comunes sobre el referéndum se apoya en dos ideas. La primera es que consideran que pueden conseguirlo en base a unas alianzas (Podemos y las confluencias) capaces de vencer a las matemáticas que se dan hoy. La segunda es que nunca renunciarán al referéndum, pues lo necesitan para ganarlo en favor de la unidad de España y, a la vez, en favor del reconocimiento de la España plurinacional. Según ha fijado Domènech, el reconocimiento de la España plurinacional es un asunto previo y mucho más medular que el de la configuración del Estado.
La apuesta del catalanismo por el independentismo ha sido “muy potente”, ha reconocido el de En Comú. “Pero ha dejado muchas cosas en el camino”, ha considerado. Tantas que, “en momentos de euforia ha proclamado que el catalanismo había muerto”. Nada de eso, según Domènech. “Se ha producido una confusión entre una práctica política, la del peix al cove, y una tradición política. Se ha entendido que el catalanismo no era otra cosa que el pujolismo”, ha asegurado.
Es este pujolismo, heredero de la tradición patricia, el que se habría convertido masivamente en independentismo. Pero, ¿dónde queda el resto?. “Nos han llamado PSC 2.0”, ha abierto el melón Domènech. “Pero nosotros no venimos a transitar por las ideas que defendemos, ni defendemos unas ideas que no nos sean propias”, ha defendido, buscando para su movimiento unas raíces centenarias.
Construir Catalunya para cambiar España
En este punto de la conferencia, Domènech dejaba atrás la historia y se centraba en aplicar fuego al alambique para obtener su esencia de catalanismo. “El procés ha dejado por hecha la existencia de la nación y, por eso, ha dejado de construirla para centrarse en construir el Estado”, ha considerado. “Pero la nación es una construcción constante. Durante el antifranquismo se da un debate interesantísimo sobre cómo la inmigración era un factor de construcción nacional o de disolución nacional”. Según él, la construcción del catalanismo popular es la construcción de una soberanía catalana que debe ser compartida con el resto de pueblos del Estado.
La idea impartida por Domènech es que el catalanismo muta porque el país muta, y que ese cambio en el catalanismo impulsa la mutación del proyecto nacional.
La transformación del Estado español mediante la construcción nacional catalana, en tanto que soberanista, surge así como el gran horizonte de los de Colau, que encuentran referentes en otras partes del territorio español. Debido a la crisis, a la incomprensión del Estado y a la de los poderes económicos encarnados en la UE, la agresión a las soberanías de los pueblos han venido “de abajo arriba y del centro hacia las periferias”. Por esto, según el candidato a ministro de la Plurinacionalidad, la reacción ha sido “un reclamo de democracia de abajo arriba y de las periferias hacia el centro”, es decir, “movimientos de dignidad nacional”.