En el primer concierto con 5.000 personas y sin distancias: “Es brutal. Como un 'remember' de la vida de antes”
Como un viaje al pasado precovid. O la promesa de un futuro no muy lejano con la música en vivo y los festivales de siempre. Con protocolos estrictos, tests de antígenos y mascarillas, sí, pero de pie, sin distancias, a grito pelado y en comunión con la multitud. Eso fue lo que ocurrió este sábado por la noche en Barcelona. El primer concierto masivo celebrado en España desde hace más de un año. Sin precedentes en Europa. 5.000 personas juntas, revueltas y espoleadas por la banda Love of Lesbian. “Bienvenidos a uno de los conciertos más emocionantes de nuestras vidas”, saludó el cantante Santi Balmes. Empezó a sonar Bajo el volcán y de pronto todo pareció como antes.
Durante casi dos horas, el Palau Sant Jordi fue el escenario de un acontecimiento insólito desde que empezó la pandemia y se apagaron los conciertos, autorizados en el mejor de los casos con el público sentado y aforos muy reducidos. Los miles de asistentes al directo de Love of Lesbian pudieron bailar desatados todo el repertorio, desde Nadie por las calles hasta Planeador, sabiendo que lo hacían con el permiso de las autoridades sanitarias catalanas de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona, la supervisión de los científicos de la Fundació Lluita contra la Sida del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona y la organización de los principales festivales y salas de conciertos de la capital catalana, desde el Primavera Sound al Cruïlla o el Vida.
“Esto es brutal. Es como un remember de la vida de antes. Y es muy emocionante ver que nadie se quita la mascarilla”, expresaba Pablo Palacio, uno de los asistentes al evento, mientras apuraba una cerveza antes de volver a entrar a la pista. El balance provisional de quienes deambulaban por la terraza del bar –sí, también se podía consumir, aunque en una zona específica– era compartido. “La gente está alucinada bailando desde la primera canción. Se notaba que había ganas de un concierto así. Lo firmo para los próximos meses”, añadían María Antonia y Jordi, dos fans del grupo llegados desde Terrassa.
Tests de antígenos, ventilación y mascarillas
Tras la imagen de aparente liberación, el concierto fue en realidad una prueba piloto, la segunda parte del ensayo clínico que se hizo en diciembre en la Sala Apolo. Aquel experimento fue controvertido, cuestionado por algunos epidemiólogos por basarse en unos tests de antígenos cuya efectividad estaba entonces algo cuestionada, pero concluyó sin ningún contagio entre el medio millar de asistentes. En esta ocasión, el evento fue comercial –no iban voluntarios, sino que los asistentes pagaban entrada–, pero estuvo sujeto a varias medidas preventivas. La primera y más importante, una prueba de antígenos a la que se tuvieron que someter los 5.000 asistentes el sábado por la mañana, y que sirvió para cribar a seis contagiados. El resto, todos con su resultado negativo asociado a la entrada, pudieron acceder al recinto a partir de las 17.00 distribuidos en tres sectores cada uno con capacidad para 1.800 personas, zona de restauración y baño.
La medida más visible fue el uso mascarilla FFP2, recibida al pasar por la puerta de acceso, pero hubo más. El abundante gel, la previa desinfección de todos recinto, la regeneración del aire –los organizadores aseguran que se logró una ventilación parecida a la del exterior– o el rápido desalojo del recinto fueron algunas de ellas.
“El mundo cultural a veces ha sido demasiado competitivo, pero ahora nos hemos unido para hacer fuerza”, expresaba estos días Daniel Poveda, director del festival Vida y uno de los portavoces del evento. “No nos queda otra que asumir esta responsabilidad y ponerla al servicio del sector”, añadía.
Artistas, promotores y propietarios de salas de conciertos tenían depositadas no pocas esperanzas en este evento –aunque puede que no tantas como en la vacuna– para demostrar a las autoridades sanitarias que la cultura con ese nivel de aglomeraciones puede ser segura. Este era, de hecho, el nombre del concierto: Festivals per la Cultura Segura. Pero esto último habrá que valorarlo en los próximos días, por si se detecta que el acto se ha convertido en un foco masivo de contagios o no. Para comprobarlo, los científicos del Hospital Trias i Pujol compararán la incidencia de positivos entre los asistentes –los que entregaron voluntariamente sus datos al Servei Català de la Salut– con los de la población general.
“Somos un poco cobayas, pero el sector lo necesita”
“Un poco cobayas sí que somos, pero con orgullo. Alguien tiene que serlo y los músicos y el sector de a cultura lo necesitan”, comentaban antes de entrar Estefanía y Carmen, sentadas en el maletero de su coche. Junto a una hilera de decenas de vehículos y numerosos grupos de amigos, hacían tiempo a la espera del concierto, del que no dudaron en coger entradas cuando salieron a la venta. “Si lo piensas da un poco de respeto, pero es que somos muy de ir a conciertos y a Love of Lesbian les hemos visto decenas de veces”.
Los alrededores del Palau Sant Jordi se llenaron desde las 17.00 de fans del grupo barcelonés, en su mayoría, pero también de habituales de la música en vivo que no dudaron en aprovechar la primera oportunidad que tuvieron para ir a un concierto con todas las letras. Cuatro amigos de Sant Vicenç dels Horts, el pueblo de los Love of Lesbian, lo resumían así: “Nos gusta el grupo, pero si no, hubiésemos venido igual. Hay muchas ganas de fiesta ya”, expresaban Oriol, Maria, Marta y Xavi. “Yo soy músico y de tener 40 bolos en 2020 acabé haciendo once. Ha sido duro”, apuntaba este último. De unos 25 años de edad, este grupito era de los más jóvenes del público, que por norma podía ser de 18 a 65 años, aunque finalmente se nutrió de gente en los 30 o 40. “La generación de las gafas de pasta”, bromeaban estos amigos.
Los integrantes de la banda, aislados para evitar contagios
El concierto empezó con media hora de retraso, 19.30, pero al público no le importó, entretenido en cantar un repertorio de John Lennon que se iba intercalando entre los mensajes informativos sobre la prueba piloto. No hizo falta ni una canción de calentamiento cuando la banda salió a escena, emocionados todos sus integrantes y con alguna lágrima ya desde la primera canción. “Este concierto es una batalla ganada dentro de una guerra que no ha acabado”, proclamó Balmes, ovacionado en todas sus reivindicaciones dedicadas al sector de la cultura. Aunque los aplausos más sonoros fueron para el personal sanitario, de limpieza y esenciales en general. “Que nunca más se nos ocurra hacer recortes presupuestados para la salud y la investigación. ¡Nos va la vida en ello!”, exclamó el cantante ante las 5.000 personas.
La banda se dio el regalo de contar con invitados: Ana Tijoux, para Universos infinitos, y Suu, para Incendios de nieve. Para el final quedaron las clásicas Club de fans de John Boy o Allí donde solíamos gritar, antes de acabar con Planeador y, de nuevo, más alegatos a favor de la música en directo. “Necesitamos dosis de fe. Es un gran paso para la cultura”, exclamó. Y acabó con una significativa confesión. Todos los integrantes de la banda llevaban una semana aislados incluso de sus familias, temerosos de contagiarse y echar a perder uno de los conciertos más trascendentes de su trayectoria profesional.
33