“Ya era hora que alguien dijera las cosas por su nombre”, responde de primeras Montse Rey, vecina de Campdevànol, apacible municipio del Pirineo de Girona. “Sílvia Orriols tiene ovarios, tiene empuje. Hay que limpiar el país de tantos okupas, inmigrantes, delincuentes…”, prosigue. En su pueblo, la extrema derecha independentista de Aliança Catalana (AC), surgida de la vecina Ripoll, ganó con el 26% de los votos.
Orriols, que ha irrumpido en el Parlament de Catalunya con dos diputados, uno por Girona y el otro por Lleida, logró ser primera fuerza en cuatro municipios, todos ellos en la comarca del Ripollès. En Ripoll, donde ejerce de alcaldesa desde el verano, barrió con uno de cada tres sufragios.
Pero la influencia y el mensaje de Aliança Catalana se han extendido más allá de las montañas que rodean la comarca que les vio nacer. Desde Alcarràs, en la frontera aragonesa de Lleida, hasta El Port de la Selva, en la Costa Brava, se puede atravesar Catalunya por pueblos del interior donde obtuvo cerca de un 10% o más de votos.
Orriols ha alcanzado ese porcentaje en uno de cada cuatro municipios de menos de 10.000 habitantes y en ciudades de tamaño medio como Figueres, Manresa, Olot o Tàrrega. Es segunda fuerza en más de 70 pueblos.
“Su discurso se extiende como la pólvora”, constata un exalcalde independentista de una de estas ciudades y que prefiere no ser citado. “Durante mi etapa en política me harté de desmentir a la gente que si tal robo lo había cometido un marroquí o si este colectivo se llevaba todas las ayudas”, añade.
El partido de Orriols nació de la herida sin cerrar del atentado del 17-A en Ripoll, de donde procedía la joven célula yihadista que atacó en Las Ramblas, y ha crecido con un programa desacomplejadamente xenófobo –especialmente contra los musulmanes–, alimentando el miedo de la población a la sustitución demográfica y a la inseguridad y la delincuencia. Pero no solo: también cabalga la frustración independentista tras el procés. Y ha tratado de capitalizar el voto agrario tras las tractoradas de los últimos meses.
David Cuadrado, de 37 años y natural de Campdevànol, considera la mezcla entre el rechazo a la inmigración y la impugnación de Junts y ERC como “el combo perfecto” que ha arrastrado a muchos de sus vecinos. “Su obsesión es el miedo a perder la identidad catalana”, explica sobre Orriols. De adolescentes, cuenta, coincidieron alguna vez en grupos de amigos y ya por entonces estaba involucrada en grupos ultranacionalistas catalanes.
En Campdevànol, de 3.200 habitantes, tan solo viven 200 extranjeros, un 6,8% del total, lejos de la media en Catalunya, que es del 17%. En Ripoll es del 15%, principalmente de origen magrebí, y un tercio de los nacimientos son de madre extranjera. “Mucha gente mayor se resiste a aceptar que su ciudad ha cambiado, que ya no la reconoce, y ese sentimiento lo puedo entender porque el Ripoll en el que yo crecí ya no es el mismo”, reflexiona. Pero teme que Aliança solo alimente la tensión social entre autóctonos y recién llegados.
Campdevànol, como el resto pueblos pirenaicos que atraviesa el río Freser, es también hijo de la inmigración española. Con una notable industria textil y metalúrgica, hoy en horas bajas, su población se duplicó entre 1950 y 1970 con la llegada de extremeños, gallegos y andaluces. Montse Rey es descendiente de esa oleada. “No estoy en contra de los inmigrantes”, se justifica. Pero al mismo tiempo difunde ideas sin fundamento como que los marroquís se empadronan en dos sitios a la vez para cobrar prestaciones, cosa imposible, o que el Estado los envía expresamente a Catalunya.
Los feudos independentistas y conservadores
El voto a Aliança se concentra en aquellos feudos nacionalistas donde el independentismo más ha retrocedido en las pasadas elecciones. “Son las zonas donde históricamente Convergència ha sido más fuerte”, señala Pau Vall-Prat, politólogo catalán en la Universidad Carlos III. “Es la Catalunya interior, conservadora, no exactamente rural”, matiza, puesto que Orriols no ha logrado apoyo significativo en los pueblos del Pirineo de Lleida ni en las Terres de l’Ebre. En cambio, en ciudades donde gobierna la CUP, como Berga o Girona, ha superado a los anticapitalistas.
A sus 39 años, con cinco hijos y un pasado como técnica administrativa, Orriols ha sabido proyectar y extender una imagen humilde y contraria al establishment político. Pese a que buena parte de sus propuestas son de derechas, incluidas la rebaja de impuestos, y que sus referentes son la ultraderecha europea, Vall-Prat señala que es posible que haya convencido también a un perfil de votante sencillamente desencantado con la política.
“A mí me recuerda a Josep Anglada, pero con la bandera estelada”, apunta el exalcalde, que convivió en su día con concejales de Plataforma per Catalunya (PxC) en su ayuntamiento. El vector principal de esa formación, de matriz catalana pero sin ser soberanista, era también la xenofobia y, sobre todo, la islamofobia. “Comenzaron en Vic con un concejal y en 2011 sacaron más de 60 gracias a que los demás partidos pasaban de puntillas por el tema de la inmigración, mientras que ellos lo explotaban”.
PxC entró en ayuntamientos de municipios donde el pasado domingo Aliança sacó algunos de sus mejores resultados. Olot, en Girona, o Mollerussa, en Lleida, por ejemplo. Localidades cuya población recién llegada, que supera la media de Catalunya, vive en barrios céntricos que los autóctonos han ido abandonando. Una particularidad que, según Vall-Prat, alimenta los discursos “nativistas”, en este caso dirigidos a los ciudadanos de “ocho apellidos catalanes”.
PxC se desinfló y desapareció, pero Orriols tiene a su favor una corriente ultraderechista en auge en toda Europa. Vox, sin ir más lejos, que también criminaliza abiertamente a la inmigración, se acerca al 8% del voto en Catalunya, el doble que Aliança.
En la Garrotxa, la comarca al este que linda con el Ripollès, Aliança ha quedado segunda por detrás de Junts, con el 15% del voto. Con una potente industria agroalimentaria, que hace que el sector industrial suponga el 44% del PIB, algo poco habitual en Catalunya, esta zona tiene una de las tasas de paro más bajas de la comunidad y una elevada demanda de fuerza de trabajo.
Mita Castañer, directora de la cátedra de Geografía de la Universitat de Girona (UdG), se muestra sorprendida por los resultados de Aliança en esa comarca. Ella vive en la Vall d’en Bas junto a su pareja, Joan Albesa, un urbanista que en su día fue concejal de Olot. “Han quedado segundos en pueblos como Montagut i Oix, Sant Joan les Fonts, Santa Pau… Todos ellos gobernados recientemente por alcaldes de ERC. Se los han comido, cuesta entenderlo”, explica. El número 2 de la formación xenófoba por Girona, después de Orriols, era Jordi Coma, exconcejal de ERC en Olot.
Para Castañer, Aliança ha sabido movilizar a los sectores vinculados a la agricultura, sobre todo a los más acomodados y que más miedo tienen a perder su estatus. Albesa, por su parte, considera que no hay que quitarle importancia al factor independentista. “No creo que haya sido una razón minoritaria entre sus votantes”, expresa sobre el hecho de que señale a Junts y ERC como traidores a las esencias del 1-O. “Al fin y al cabo, somos una zona de tradición carlista”, añade.
Preocupación entre entidades sociales
En una primera reacción tras los comicios, las entidades sociales que trabajan con personas migrantes y vulnerables no esconden su preocupación. Con 34.000 habitantes, en Olot viven 9.000 extranjeros, sobre todo indios, marroquís y gambianos. Pero las consecuencias del discurso xenófobo no las sufren solo ellos, sino también sus hijos, pese a ser catalanes a todos los efectos.
“Hay gente que todavía no ha hecho el clic, ni ha entendido que hay Fátimas y Mohas que han nacido aquí, que son catalanes y hablan perfectamente catalán, pero que en algunos casos tienen culturas distintas”, señala Mohammed Ait Abou, presidente de la Fundación Cepaim, que realiza tareas de acogida de refugiados y de formación en Barcelona y en Olot.
Junto a Núria Vila, responsable de la fundación en la capital de la Garrotxa, atienden a elDiario.es y aseguran que ellos no han percibido un aumento del racismo, aunque precisan que siempre ha estado latente. Ait Abou, sin embargo, señala un motivo al que nadie ha apuntado hasta ahora: la crisis de los servicios públicos y de la vivienda asequible. “Si todas las ayudas disponibles están infradotadas, emerge la conflictividad y se genera todo ese ruido sobre quién accede a qué prestaciones”, reflexiona.
Con su escaño en el Parlament y una previsible mayor atención mediática, Orriols tendrá nuevas plataformas desde las que propagar sus ideas sobre la identidad catalana en supuesto peligro de extinción .“En Ripoll la despreciaron al pensar que era anecdótico, pero ya sabemos que no”, constata el exedil.