Siempre antes de la hora, estaba ya sentado en la mesa con la pluma de tinta negra en la mano y un pliego de papeles en que solía llevar impresos uno, dos o varios poemas, siempre en sus dos versiones catalana y castellana, fabricadas a la vez, paridas en el mismo impulso de una sola semilla lírica.
No es que actuase como los poetastros que reparten poemas a los amigos como latosos sartenazos; es que le gustaba compartirlos en su modo de mutar y progresar, ahora este verso, ahora aquel, ahora esta variante, ahora aquella, como si el auténtico placer de hacer versos tuviese vida propia y, a partir de un determinado momento, la maquinaria pudiese entrar en bucle o delirio o sospecha de sentimentalidad ramplona. Entonces paraba, paraba en seco, y leías el poema, ahí plantado, ante un café a medio terminar, o una caña o el postre aun en el plato. Y él callaba como un niño malicioso y algo perverso, a ver qué pasaba en tu cara mientras leías, y a ver por dónde salías y qué ocurrencia soltabas para no hacer el patético patán delante de él.
Margarit no ha sido nunca un poeta engolado o ampuloso pero sus poemas han buscado el centro de la vida moral de las personas adultas, sin tolerar que el autoengaño habitual en casi todos ensuciase los versos con el tinte sombrío de la mentira, la omisión o la media verdad culpable. Su poesía ha crecido en los últimos treinta años con modulaciones que nunca han renunciado al pasado, a la memoria lóbrega y compleja del pasado de niño de posguerra sucia y opresiva, pero tampoco a la exaltación que produce la inteligencia como instrumento de supervivencia, es decir, de comprensión del dolor, la pérdida y la ausencia. La alegría de la lucidez late siempre, incluso cuando el dolor es el centro de gravedad del poema, como si no hubiese manera de deslindar de la emoción la comprensión misma de la emoción.
Margarit no ha sido nunca un poeta engolado o ampuloso pero sus poemas han buscado el centro de la vida moral de las personas adultas
A sus poemas se puede llegar por múltiples lugares, y si alguien quiere seguirme en el juego la ruta puede empezar por la proeza de Joana, dietario lírico y excepcional de la pérdida a cámara lenta de una hija muy querida, e iría desanudando el mundo lírico y lúcido de un hombre bueno con Estació de França o Els motius del llop, y hasta dejaría de andar para instalarme un tiempo en la dureza analítica de Cálculo de estructuras o en la inerme Casa de misericordia, aunque será inesperada la gratificación de leer sus ensayos, notas, prólogos y epílogos sobre su poesía y la poesía de los demás en un espléndido libro titulado en su última versión, Poética. Construcción de una lírica, sin renunciar a entender que la vida en la vejez pueda ser Misteriosamente feliz, como lo ha sido la suya hasta el final.
Lo dice uno de los versos de su libro todavía inédito, Animal de bosc, cuando habla de un 2020 que “per a mi ja és un dels que han estat/ els més feliços de la meva vida”.