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OPINIÓN

Recuperar el municipio

Corte de carretera en la N-II
22 de marzo de 2021 22:10 h

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La COVID-19 dibuja con claridad escenarios preferibles que antes no percibíamos. Los confinamientos perimetrales, en el caso de Catalunya municipal, nos han descubierto los límites de nuestros pueblos y ciudades. Este año el municipio es nuestra casa grande, una jaula de oro, a la espera de la vacunación global y la inmunidad de rebaño. El dichoso virus ha puesto de rodillas al mundo entero, ha bloqueado los viajes y las relaciones sociales, pero sin embargo ha revalorizado los municipios: sus calles para pasear, las aceras, sus parques, las playas y paseos marítimos, plazas, vías ciclables, skate parks, los centros de salud, los bosques y los caminos paseables con los municipios colindantes..., son más importantes que nunca. Sufrimos la relocalización de nuestras vidas. La vivienda, el entorno inmediato (el municipio), y el mundo digital son ahora nuestra rutina. Los edificios de oficinas, restaurantes, hoteles, aeropuertos están vacíos. Quizás por esta razón, en muchos pueblos, muchas ciudades, estamos descubriendo la obscena asignación de espacio público destinado a los coches y al asfalto. En el punto de mira el urbanismo, el espacio público y la movilidad sostenible, sí. Pero lo que más chirría son las llamadas “autopistas urbanas”.

Se trata de vías de alta ocupación que no pasan cerca de los cascos urbanos sino que los atraviesan como una espada. Dos ejemplos, la calle Aragón en Barcelona ciudad, o la Nacional II a su paso por el Baix Maresme en la costa catalana con 46.000 trayectos diarios de vehículos humeantes a gran velocidad ante la acera principal de la fachada litoral, a pocos palmos de los frágiles peatones. La N-II, ocupa el espacio “público” más deseado de los pueblos del litoral, el más plano, y de mayor belleza porque tiene vistas al mar. Una especie de “gran barrera de ruido y micropartículas” que se levanta en medio de los municipios que ahora son, a tenor de la COVID-19 y serán por la emergencia climática, nuestro hábitat natural. Un absurdo que ya ha emergido, imposible de ignorar, que requiere la determinación más ágil posible de los gobiernos que las han de erradicar. Muévanse, gobiernos.

Ahora bien, el día que se consiga la inmunidad colectiva, hay indicios para pensar que el municipio continuará siendo nuestro hábitat principal, y no un limbo o purgatorio transitorio, como posiblemente queremos creer. En primer lugar, porque la vacunación planetaria de la COVID-19 parece que se alargará. En segundo lugar porque el teletrabajo y la digitalización han venido para quedarse, y los viajes al trabajo (el commutting) se reducirán por aquellos segmentos laborales donde sea posible. Los viajes internacionales de negocios, de ferias y congresos, los de turismo, también se reducirán. Las casas se van volviendo oficinas, y como en el Mediterráneo son más pequeñas que por ejemplo en Estados Unidos, el espacio público se va convirtiendo aquí en un tesoro.

Y en tercer lugar, para hacer frente al caos climático que empieza a sacar las garras, habrá que descarbonizar nuestro modus operandi y el conjunto de la economía, disminuir desplazamientos y el consumo de larga distancia (¡Amazon no es el futuro!). Y cambiar el grueso de la movilidad de vehículos de humo de cuatro ruedas por los de dos, más pequeños y versátiles y sin humo. Asimismo nuestras calles y las vías diversas deberán readaptarse. Más peatones, más bicicletas, más patinetes, más pacificación, más parques, menos coches, más supermanzanas y la ciudad de los 15 minutos, con los servicios y las administraciones cerca y a pie.

En definitiva, tanto la COVID-19 como la crisis climática revalorizan radicalmente el municipio y el espacio público. Actúan como si se hubieran coordinado, la pandemia obligándonos a corto mientras el clima lo hace a largo plazo. El municipio es una tendencia inevitable.

En este contexto está naciendo una constelación de movimientos sociales que reivindican “recuperar la ciudad” con una “revuelta vecinal” en el sentido de recuperar el espacio público colonizado por los coches y devolverlo a los peatones, ciclistas y el espacio verde. Denuncian la inseguridad para la vida que genera el coche dentro de los cascos urbanos (por la contaminación, por las emisiones, los accidentes...) y pide una retirada ordenada. Familias y gente del barrio, AFAS de las escuelas, gente mayor, ciclistas y niños y niñas, cortan y se apoderan un día al mes de autopistas urbanas para jugar, bailar coreografías y leer las reivindicaciones, haciendo presión a sus gobiernos. De la contaminada ciudad de Barcelona, donde nació el movimiento y se reforzó por el confinamiento Covid, se ha contagiado a distintos municipios de Catalunya e incluso a la ciudad de Madrid y es previsible que siga expandiéndose. En Catalunya la presión se dirige a los gobiernos municipales y a la paralizada Generalitat. Va creciendo en número a los pueblos de la costa del Baix Maresme, en la ciudad de Barcelona, ​​en Sabadell, en L'Hospitalet, en Barberá, Olot, etc. El pasado domingo 28F, como ya se está haciendo cada mes, se ha vuelto a ocupar festivamente la N-II, la calle Aragó, la carretera de Collblanc, la de Barcelona, ​​la de la Caña y varias “autopistas” indeseables más. En los entornos de las escuelas la “revuelta escolar” toma la calle cada dos semanas para exigir entornos pacificados y menos contaminados en, por el momento, las escuelas de Barcelona y Madrid. Cada vez hay más movilizaciones en todo el territorio siempre festivas con expresiones parecidas.

En paralelo y por la misma razón, muchos gobiernos locales tratan de impulsar esa misma revolución en la concepción de los cascos urbanos, no exenta de conflicto con los que defienden la hegemonía del coche privado. Han entendido que la transición ecológica significa pacificar los cascos urbanos, rediseñarlos sin coches y poner la caminabilidad, las vías ciclables, los espacios públicos y el transporte público en el centro. Los lobbies del coche hablan de caos en la circulación, pérdida de competitividad económica, pero van perdiendo terreno.

Larga vida a este movimiento, a la pacificación verde de los cascos urbanos, y larga vida a la vida del municipio. Para que el planeta, la naturaleza y nuestros hijos e hijas puedan tener también una larga vida.

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