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¿Un refugio o una cárcel de animales? La pugna histórica de Barcelona para tener un Zoo del siglo XXI

La nueva instalación de simios en el Zoo de Barcelona

Sandra Vicente

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Las gacelas dorcas son pequeños mamíferos, con ojos sombreados de negro y el pelaje dorado como la arena del desierto del Sáhara, de donde son originarias. Un grupo de una docena de ellas descansa a la sombra de su parcela del Zoo de Barcelona, seguramente sin ser conscientes de que son de los pocos ejemplares que quedan de su especie.

La caza diezmó la población de estos animales, que estuvieron a punto de desaparecer hasta que un grupo de legionarios que regresaban a España desde el Sáhara decidieron llevarse consigo algunos ejemplares en los 70. Finalmente, no se convirtieron en souvenires, sino que acabaron en el CSIC, que se encargó de su conservación.

Desde 1972 se están criando en cautividad y en 2011, diversos zoos europeos como el de la capital catalana empezaron a reintroducir estas gacelas en su hábitat natural. La intervención de la comunidad científica ha salvado a esta especie, pero en los países a donde se las está llevando, como Níger o Mali, ya no se conocen como gacelas dorcas, sino como 'las gacelas de los blancos'.

El caso de este animal ejemplifica la división social que hay en torno a la figura del Zoo de Barcelona, que hace años que persigue una reforma para pasar de ser un lugar de exhibición de animales a un espacio de conservación y pedagogía. Sito Alarcón, director del Zoo, las señala orgulloso, mientras recorre el parque con un pequeño vehículo. Para él, las gacelas dorca son un caso de éxito que evidencia el camino que tomará esta instalación en el futuro. En cambio, para Rosi Carro, coordinadora científica de la plataforma ciudadana ZOO XXI, el proyecto es una muestra del “colonialismo” de estas instituciones.

Colectivos animalistas denuncian que los zoológicos son espacios que priorizan la exhibición de animales exóticos como gacelas, leones o tigres a su conservación. “Dejemos de pensar que tenemos que proteger animales de los países pobres”, apunta Carro, que lamenta que Barcelona tiene un programa de reproducción de gacelas a pesar de que los proyectos de reintroducción estén parados debido a los conflictos armados que hay en la zona. “Esto demuestra que el interés no es la especie, sino hacer dinero enseñando animales”.

Alarcón reconoce que el golpe de estado en Níger ha alterado los planes, pero presume de que esa es precisamente la fortaleza del zoo. “Los animales aquí están a salvo y podemos garantizar su supervivencia”, asegura el director, quien incide en la importancia de reintroducir a los especímenes sólo cuando las condiciones sean idóneas. “Debemos acabar con lo que hizo que una especie estuviera en peligro. Si esto es la caza, hay que trabajar con la población local”, defiende.

Un nuevo plan, ralentizado por la pandemia

El Zoo de Barcelona ha estado siempre rodeado de polémica. Las instalaciones que fueron el hogar del mítico Floquet de Neu han sido una asignatura pendiente de muchos de los alcaldes que han ostentado la vara de mando, sobre todo desde que colectivos animalistas pusieron sobre la mesa la necesidad de garantizar el bienestar de los animales. Fue la excalcaldesa Ada Colau la primera que pudo llegar a un acuerdo que, a priori, satisfacía a todos.

En 2019 se aprobó por unanimidad un nuevo plan estratégico del Zoo, así como una modificación de la ordenanza de protección, tenencia y venta de animales. Ambas beben de una iniciativa de la plataforma ZOO XXI. Las novedades del acuerdo son que en el Zoo sólo puede haber ejemplares que pertenezcan a un programa de especie (destinado a la conservación y, en caso que sea necesario, a la reintroducción), que los especímenes que haya deben contar con la aprobación de un comité científico y ético, y que se debe focalizar en las especies autóctonas.

Igualmente, se estipula que aquellos animales que no pertenezcan a ningún programa de especie deberán ser reubicados en santuarios. De hecho, fruto de esta decisión se cerró el delfinario de Barcelona en 2020.

El acuerdo supone una inyección de 64 millones de euros para desarrollar los cambios entre 2019 y 2031. Aunque, como la pandemia ha retrasado la ejecución de algunos de los objetivos, este plan seguramente se alargará hasta 2035. Pero para ZOOXXI el Covid no es excusa, por lo que ya ha interpuesto un recurso contencioso contra el Zoo de Barcelona por incumplimiento del acuerdo.

Otro de los aspectos que indigna a los colectivos animalistas son los programas de conservación; es decir, cría en cautividad para garantizar la supervivencia de una especie vulnerable. Estos programas no necesariamente acaban en la puesta en libertad del animal, sino que buscan aumentar la población. “Un zoo moderno tiene animales porque es garante de un patrimonio genómico”, argumenta Alarcón, que explica que colaboran entre ellos, intercambiándose ejemplares, para evitar la endogamia. “Si en algún momento liberamos ejemplares, deben ser genéticamente diversos y fuertes”, añade.

El tigre de Sumatra es uno de los animales que está en estos programas de conservación. La destrucción de su hábitat y la caza ilegal ha provocado que sólo queden unos 500 especímenes. Como es difícil erradicar las amenazas para este animal, la comunidad científica ha apostado por su reproducción en zoológicos, sin tener previsión de reintroducirlos a la naturaleza. Según el nuevo protocolo, para tener un programa de conservación, el Zoo debe redactar previamente un informe en que lo justifique, cuestión que, de momento, no se está llevando a cabo en ninguna de las especies.

“Nacerán y morirán en cautividad, a la espera de que se resuelva algo que no se resolverá. En realidad, lo que hacen, es garantizarse un stock de animales para poder exhibir y ganar dinero”, se lamenta Carro en referencia a zoológicos como el de Barcelona, a pesar que el de la capital catalana es de los pocos de titularidad pública.

Desde el Zoo niegan que su prioridad sea exhibir a los animales. “Lo primordial es que estén bien”, asegura el director, quien explica que todos ellos tienen abiertos permanentemente los dormitorios para que puedan tener intimidad cuando lo deseen, aunque eso suponga estar apartados de la vista de los visitantes. De hecho, mientras explica eso en plena ruta por el Zoológico, una familia napolitana se acerca a él, viéndole las credenciales, para quejarse de que no habían visto a la mitad de los animales que querían ver porque “estaban todos durmiendo u escondidos”.

Una apuesta por la pedagogía

Para ZOO XXI, estas instalaciones no deberían exponer animales y, mucho menos, aquellos que sean salvajes. “Tienen los sustratos neurológicos que generan consciencia, pero los seguimos viendo como cosas”, denuncia Carro. Pone el ejemplo de los simios que, si bien hicieron que Barcelona fuera icónica por tener a Floquet de Neu, hoy son uno de los puntos más espinosos.

Diversos animalistas han denunciado que los primates se encuentran en muy malas condiciones y que sufren de depresión y estrés. Desde el Zoo de Barcelona reconocen que las instalaciones no eran idóneas y, por eso, se ha llevado a cabo una reconversión del espacio, que no ha convencido a las entidades. “Me han criticado mucho por las obras, pero es que tenemos la manía de pensar que lo que es bueno para los humanos lo es para los animales y no es así”, apunta Sito Alarcón.

El director del Zoo coincide con los animalistas en que “no hay necesidad de tener animales encerrados porque sí, pero hablamos de proyectos de protección. Son necesarios para conservar la biodiversidad y, si los mostramos a la ciudadanía, les concienciamos sobre la necesidad de cuidar de la naturaleza”. En cambio, para los animalistas, tener grandes simios o leones no responde a la voluntad de educar. “No sabes cómo es un león si lo ves en cautividad. Si quieres aprender de ellos, mira un documental”, asevera Carro.

“Es un punto en el que nunca estaremos de acuerdo”, asegura Sito Alarcón, quien defiende que “si Barcelona no tuviera un zoo, debería inventarse para salvaguardar la salud del mundo”. Él, dice, también preferiría no tener ni elefantes, ni leones, ni tigres ni gacelas en su zoo, pero “no hay suficientes santuarios ni lugares seguros en libertad”, apunta.

Para Alarcón, el proyecto más emblemático es el programa de conservación del tritón del Montseny, una especie de la que sólo quedan un centenar de ejemplares, todos ellos criados en el Zoo de Barcelona. El tritón vive en zonas arrasadas por la tala de árboles, por lo que la reintroducción no es una opción. Mientras se escoge un lugar idóneo para liberarlos, el Zoo ha levantado una sala de exposición con algunos tritones y diversos vídeos y paneles informativos.

Es en proyectos como este donde animalistas y directivos del Zoo de Barcelona coinciden. “El uso de herramientas digitales es esencial: necesitamos aprender a tener otra relación con la naturaleza si queremos seguir viviendo en este planeta”, dice Carro. La exhibición de animales por el simple hecho de satisfacer la curiosidad humana ante lo salvaje ya no es una opción válida. Por eso, es necesario acompañar la experiencia de un esfuerzo pedagógico.

Sobre todo en un contexto de cambio climático en el que, con el aumento de las temperaturas y el deshielo, cada vez serán más las especies que necesitarán ayuda y refugio. Y, entonces, no habrá zoológicos, reservas ni santuarios para tanto riesgo de extinción.

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