¿Los robots controlarán el mundo? ¿Nos quitarán el trabajo?: Ciencia y arte se unen para reflexionar sobre la IA
En 1997 se dio una de las partidas de ajedrez más icónicas de la historia. El campeón del mundo Gary Kasparov fue derrotado, pero no por cualquiera. Le venció una máquina. Aquello fue considerado un punto de inflexión en la historia de la Inteligencia Artificial (IA) y es importante para entender el mundo tal y como es hoy. Ese hito es fruto del trabajo del matemático Alan M. Turing, que creó un modelo informático en la década de 1940 capaz de batirse en duelo en este juego de mesa.
Tardó medio siglo en conseguir su objetivo, pero esa partida finalmente convirtió a Turing en uno de los padres de la IA , un fenómeno que empezó a transformar la realidad ya hace casi un siglo, mucho antes de que aparecieran en escena herramientas como el Chat GPT. Aún así, la irrupción de estos programas ha sacudido la cultura popular porque, por primera vez, la IA ha salido de los laboratorios y está al alcance de la ciudadanía. Y, de su mano, llegan también los miedos y los temores.
¿Nos quitará el trabajo? ¿Acabará con los artistas? ¿Es racista? ¿Perderemos el control y nos destruirá? Estas son algunas de las preguntas que la sociedad se hace sobre la IA, pero “la Inteligencia Artificial es un juego de espejos: las preguntas que nos hacemos sobre ella son preguntas sobre nosotros mismos”, alerta el investigador Luis Nacenta, quien ha comisariado la exposición 'IA: Inteligencia Artificial' que el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) lleva a cabo desde este octubre hasta marzo de 2024.
Con una muestra enorme -en tamaño y contenido- el CCCB se une con el Centro de Supercomputación de Barcelona (BSC, por sus siglas en inglés) para “generar un gran debate público”, tal como reivindica Judith Carrera, directora del CCCB. Artistas y científicos han trabajado juntos en una exposición que pretende interpelar al visitante, hacerle jugar con la máquina para descubrir todas sus posibilidades, fascinarse con los avances silenciosos pero imparables de la ciencia y, también, estremecerse con los sesgos que los humanos han inculcado en la IA.
“Queremos promover la imaginación como herramienta para contrarrestar la predictibilidad de la máquina y decidir, entre todos, qué queremos hacer con estas máquinas”, explica Carrera. Porque, tal como alertan los organizadores de la exposición, “los peligros de la IA son los nuestros. La hemos creado nosotros. Sus oportunidades son las nuestras. Los retos son también antiguos: la acumulación de medios de producción, el cambio climático o la desregulación del mercado laboral”, reflexiona Nacenta.
¿Una IA para todos?
El recorrido por la exposición es un recorrido por la historia y los intestinos de la IA. Se explica cómo funciona, haciendo un esfuerzo pedagógico para mostrar qué son esos grandes bancos de datos con los que la máquina se alimenta para, tras un proceso complejo, regurgitar el texto que nos entrega el Chat GPT o la imagen inventada de Midjourney. Se cuentan los avances médicos, las ventajas y mejoras para la sociedad. Pero, ¿para quién?
Esa es una de las preguntas que flota en el aire durante toda la muestra. ¿La IA es para todo el mundo? La respuesta, quizás una de las pocas que se puede extraer tajantemente de la exposición, es no. “La IA es racista”, dicen sin tapujos los comisarios de la exposición. Una prueba de ello es un vídeo creado por una artista americana, que expone cómo la cámara frontal de su iPhone no detecta su cara y no desbloquea el dispositivo. Ella es una mujer negra y su propio móbil sólo reconoce que existe cuando se pone una careta blanca.
Son diversos los colectivos que han alertado de las carencias de la Inteligencia Artificial. Pero la máquina no es racista. El racista es el ser humano. Y ese es un sesgo que ha introducido no sólo en la IA, sino en otras muchas disciplinas científicas. “Pensemos en la medicina. Hoy sabemos cómo de parte son los estudios médicos al estar hechos y pensados por hombres blancos, de clase pudiente y países desarrollados”, apunta Jordi Torres profesor e investigador en el BSC.
Torres, que ha ejercido como asesor científico en la exposición, valora el esfuerzo de poner en común a artistas y científicos para que estos últimos “salgan del embudo del día a día y abran la mente”. Dice que el debate que propicia el CCCB es necesario para hacerse las preguntas adecuadas sobre una tecnología que va a impactar “de manera inimaginable” sobre nuestras vidas. “Debemos decidir entre todos hacia dónde vamos, porque ahora estamos dejando esa decisión en manos de unos pocos”, asegura.
De momento, y a falta de leyes, quien regula la IA son las mismas empresas que la desarrollan. Está previsto que, mientras dure la exposición, la Unión Europea apruebe el primer reglamento sobre la IA. Tras más de 70 años de existencia, todavía no hay una ley que regule cuáles son los límites de esta tecnología que plantea grandes debates sobre la propiedad intelectual, el derecho a la propia imagen o su uso en, por ejemplo, las fronteras y los controles migratorios.
De hecho, esta normativa tiene un espacio de lujo reservado en esta exposición. “Contamos con los documentos y propuestas y te puedes sentar a leerlos durante horas”, explican desde el CCCB. “Estamos delante de una de las primeras tecnologías que no son neutras por diseño. Una tecnología que no es física y ¡qué difícil es regular algo que no entra por una aduana y no se crea en fábricas”, destaca el director asociado del BSC, Pep Martorell.
Redefinir la humanidad
La exposición que se puede visitar en Barcelona se inspira en una que se realizó en 2019 en el Barbican Center de Londres. Precisamente el equipo del CCCB ha colaborado estrechamente con los comisarios ingleses para aprovechar el trabajo hecho por expertos como Luke Kent, codirector de las exposiciones interactivas del Barbican. “Es necesario poner la historia de la IA al alcance del público y contrarrestar la narrativa de Hollywood y los medios de comunicación”, apunta Kent.
La curiosidad es una de las características intrínsecas del ser humano, que tiende a jugar y experimentar con aquello desconocido. Y también a intentar ponerlo bajo su control. Por eso, la muestra abre la puerta a expandir el conocimiento y lo que entendemos por arte y ciencia, rompiendo las fronteras de lo que era hasta ahora posible.
En el CCCB el visitante podrá, por ejemplo, hacer que la IA le toque una melodía adaptada a sus pasos de baile. Podrá entender por qué los japoneses son uno de los pueblos que se sienten más cómodos con la robótica. Incluso podrá cantar a coro con la cantante Maria Arnal, de la que se ha creado un banco de voz que le permite entonar sin estar siquiera en la sala. Las posibilidades son infinitas. Tanto, que “empujan a redefinir lo que significa ser humano”, apunta Kemp.
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