El secreto del instituto con un 95% de alumnado migrante: “Cualquiera tiene el potencial para ir a la uni o donde quiera”
La sociedad se ha empeñado en decirle a los jóvenes que tienen que estudiar, ir a la universidad y labrarse una profesión si quieren tener un futuro. Pero esa fórmula mágica no sirve para cualquiera. Durante toda su vida, a Jazmin el mundo le ha dicho que su futuro estaba escrito y que no pasaba, precisamente, por las aulas. Simplemente porque, aunque ella nació en Barcelona hace 17 años, su madre es marroquí.
“Por mucho que alguien venga de fuera, tú no eres nadie para negarle la oportunidad de aprender cosas nuevas e ir a la universidad, que dicen que es una de las mejores etapas de la vida”, reivindica Jazmin. Ella tiene claro, desde pequeña, que quiere ser abogada penalista. “No dejo de hablar, tengo mucha seguridad y me gusta ganar. Creo que me irá bien”, dice, con aplomo.
Esta joven ha tenido siempre el apoyo de sus padres. “A los hijos de migrantes siempre se nos ha dicho que han venido aquí para darnos un futuro. Mi madre es muy recta y me dice que ha aguantado de todo sólo por mí. Quiero estudiar y, además, siento que se lo debo”, apunta.
Como a casi cualquier adolescente, a Jazmin el instituto le parece “un palo”, pero sabe que acabará bachillerato, hará las PAU y que puede entrar a su carrera soñada a pesar de que el mundo le haya dicho que ese no es su camino. Pero también sabe que será la excepción.
El 32% de personas nacidas en España de entre 25 y 29 años tiene un título de educación superior. Esa cifra baja al 23% en el caso de migrantes latinoamericanos, al 17% en el caso de los asiáticos y se desploma al 6% si se habla de personas de ascendencia africana, según un informe del centro de análisis Funcas.
Si Jazmin sabe que ella puede ser una de las seis de cada 100 africanas que consiga un título universitario es porque no es la única de su círculo. Una compañera de clase, Sukhmani, de 16 años y nacida en la India, también tiene claro que estudiará derecho y relaciones internacionales porque desde niña ha querido “hacer justicia”. Hassan, de 17 y de familia pakistaní, no está seguro de qué quiere hacer con su futuro, pero sabe, como cualquier otro chaval de su edad, que la universidad es una opción.
Todos ellos estudian en el Instituto Miquel Taradell, en el barrio del Raval de Barcelona, un centro en el que a pesar de que el 95% del alumnado es inmigrante, casi todos sus estudiantes acaban cursando estudios superiores.
Estas cifras son una “excepción”, tal como reconoce Verónica Santos, directora del centro, que se muestra muy orgullosa de sus alumnos. A pesar de estar en el barrio barcelonés con más tasa de no idoneidad (es decir, de alumnos repetidores) y en el que peor resultado obtiene de las competencias básicas, en su centro la tasa de abandono escolar prematuro es casi nulo.
“Todos nuestros alumnos superan la ESO y siguen estudiando, ya sea en un PFI o en ciclos superiores. Pero la gran mayoría van a Bachillerato y luego a la selectividad”, presume Santos, sabedora de que la tasa de abandono entre los migrantes catalanes es del 30%, una cifra que triplica a la de los estudiantes autóctonos. Además, añade que más del 90% de sus estudiantes que se presentan a las PAU las aprueban. ¿Cuál es el secreto?
“Que saben que no están solos”, resume la directora. “Los jóvenes migrantes no tienen referentes de éxito, porque no tienen profes, ni médicos, ni políticos en el radar que sean pakistaníes o de Filipinas”, explica Santos. Así que este centro, que acaba de recibir el Premio Barcelona de Educación, hace años que decidió ponerse manos a la obra y colaborar con diversos equipamientos del barrio para garantizar apoyo a sus estudiantes.
La educación como ascensor social
Uno de los proyectos que hace cinco años que llevan a cabo es el 'Escola en Residència', una iniciativa mano a mano con el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), uno de los espacios culturales más importantes de la ciudad, situado apenas a 300 metros del instituto. Cada semana, los alumnos de primero de Bachillerato realizan dos asignaturas, de dos horas cada una, en este espacio.
A las sesiones acuden profesionales de éxito, como la filósofa Marina Garcès, la cantante Maria Arnal, la podcaster y periodista Ana Pacheco, el entonces ministro Manuel Castells o la escritora pakistaní Fatima Bhutto. “Las chicas estaban flipadas con ella”, asegura Susana Arias, jefa de mediación del CCCB y una de las coordinadoras del Escola en Residència.
La idea de este proyecto es que los estudiantes puedan charlar y aprender de personas de contextos muy distintos y que sientan que la formación que están recibiendo es importante. “La educación es uno de los ascensores sociales que deberían funcionar mejor”, añade Arias. Pero desde este instituto saben perfectamente que, a más vulnerabilidad social, más difícil es que un joven siga estudiando.
“Con las necesidades económicas que tienen sus familias, si no encuentran algo que les anime, se pondrán a trabajar con 16 años. Hablamos de chicos súper vulnerables y, por eso, es esencial que tengan una educación de calidad y atractiva”, asegura la directora del instituto. Los datos la avalan: según Funcas entre un 56 y un 74% de los migrantes de países del sur global de habla no hispana no llegan al instituto.
Además, Escola en Residència tiene otra ventaja: acerca los equipamientos culturales a un público que no es el que acostumbran a recibir, tal como reconocen desde el mismo CCCB. Este centro es uno de los que ocupan el barrio del Raval que, a pesar de ser uno de los de renta más baja de la ciudad, es uno de los polos culturales de Barcelona. “Pero sus vecinos no vienen. Así que esta es una manera de enseñarles que esta también es su casa”, asegura Arias.
Creación de referentes
La sesión del pasado lunes fue con la periodista y podcaster Ana Pacheco, que va a guiar a los alumnos en el proceso de creación de un podcast sobre salud mental. Los jóvenes han compartido dos horas con ella, aprendiendo sobre estructura, ritmos y tipos diferentes de programas. Pacheco no solo ha hablado, sino que también ha escuchado los gustos e intereses de la generación más joven. “No me suena nada de lo que me decís que escucháis”, reconoce la periodista, con una sonrisa.
Los jóvenes escuchan, apuntan, asienten y sonríen. “Es mucho mejor que estar encerrado en clase con la libreta. Es una manera de aprender diferente”, asegura Sukhmani. “Me renta, me renta”, resume Hassan, quien considera que proyectos como este son “una gran oportunidad” para ellos. Compartir espacios con estos profesionales, que se avengan a pasar un rato con ellos, es un mensaje muy potente para estos adolescentes.
“Todo el mundo tiene el potencial para ir a la uni o a donde le dé la gana”, asegura Hassan. Estos jóvenes son conscientes de que, aunque puedan tener la capacidad, sus recursos les pueden jugar una mala pasada. Por eso, agradecen la información que les proporcionan los expertos que conocen a través de Escola en Residència y los voluntarios del programa Prometeus, formado por alumnos universitarios del Raval que les acompañan a la hora de pedir becas, ayudas o matricularse en los estudios.
“Muchos no han ido a la universidad porque no se lo podían pagar. Es triste porque no sabían que hay ayudas”, se lamenta Jazmin, mientras sus compañeros asienten. Ellos sí tienen este conocimiento y agradecen la ayuda. “Es genial que apoyen a las familias migrantes. Ojalá lo pueda hacer yo un día en el futuro”, dice Hassan, entre el deseo y el vaticinio.
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