“Si quieres elige, pero no mezcles”: cómo Energy Control revolucionó la atención a usuarios de drogas hace 25 años

Pol Pareja

20 de agosto de 2022 20:28 h

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Una noche de 1996, tres jóvenes trabajadores sociales del Centro de Atención y Seguimiento de las Drogodependencias de Sants (Barcelona) se desplazaron hasta la macrodiscoteca de música máquina Scorpia. El propósito era observar y conocer el contexto en el que miles de jóvenes bailaban, bajo los efectos del éxtasis, unos ritmos frenéticos y energizantes durante horas y horas.

“No sabíamos lo que ocurría en esos espacios y queríamos conocerlo”, recuerda Josep Rovira, uno de los jóvenes que fueron esa noche al club situado en un polígono de Igualada (Barcelona). “Al centro de Sants nos llegaban cada vez más chicos de esa escena”.

Esa salida formaba parte de un trabajo de campo que llevaron a cabo un grupo de profesionales por raves, discotecas de house, fiestas de trance y cualquier contexto recreativo en el que se tomaran drogas de síntesis. Meses después ese trabajo cristalizaría en Energy Control, un proyecto que ahora cumple 25 años y ha contribuido notablemente a cambiar la manera de atender a los consumidores de estupefacientes en este país.

La teoría era sencilla: quien quisiera tomar drogas no dejaría de hacerlo por mucho que pudieran tener efectos adversos, de la misma manera que nadie iba a dejar de conducir porque muriera gente en la carretera o nadie renunciaría al sexo porque pudiera contraer una enfermedad. Se trataba de que se hiciera de forma segura. Es lo que se conoce como reducción de riesgos y daños y en España se aplicaba en casi todos los ámbitos menos en el del consumo de drogas. 

“Con las drogas se estaban haciendo barbaridades que en cualquier otro ámbito de gestión de conflictos serían impensables”, resume Rovira, trabajador social y uno de los fundadores de Energy Control. “Ahora mirando atrás vemos que el tiempo nos ha dado la razón”.

Durante un cuarto de siglo, Energy Control ha logrado obtener una información valiosísima sobre cómo y quién consume drogas, sobre todo en el ámbito recreativo. El proyecto, auspiciado dentro de la entidad ABD, se ha convertido en una referencia internacional para conocer lo que sucede en un mercado opaco, en constante cambio y cuyos clientes desconfían de las autoridades. La información obtenida es útil tanto para consumidores como para las administraciones a la hora de definir políticas de drogas.

Su trabajo se ha basado en la elaboración de materiales informativos para usuarios de drogas en los que utilizan su mismo lenguaje, sin paternalismos ni juicios morales. También ofrecen un servicio de análisis de estupefacientes en centenares de eventos que les ha permitido tratar con miles de consumidores de todo el mundo, de los que han obtenido información sobre la composición de cada sustancia así como de los ritos y el contexto de su consumo.

A día de hoy el servicio de análisis de esta entidad, que recibe muestras por correo desde todo el mundo, es el que más datos aporta al Observatorio Europeo de la Droga y las Toxicomanías (EMCDDA, en sus siglas en inglés).

Las asambleas iniciales

En el Centro de Atención y Seguimiento de las Drogodependencias (CAS) de Sants, los trabajadores detectaron que cada vez atendían a más consumidores que no tenían nada que ver con la población adicta al alcohol o la heroína que solían tratar. Aumentaban los usuarios de drogas de síntesis con trastornos ansioso-depresivos, también los que tenían problemas legales o familiares debido al consumo de estas drogas. “Nos dimos cuenta de que no había ningún programa que tuviera en cuenta el fenómeno de las pastillas, totalmente en eclosión”, rememora Rovira.

Con la intención de definir un nuevo abordaje para estos usuarios, el grupo impulsor de Energy Control empezó a celebrar asambleas cada 15 días en las dependencias del CAS Sants. En esas reuniones se juntaban consumidores de drogas de distintos ambientes: desde quillos con chaquetas bomber provenientes de las discotecas de máquina hasta raveros habituales de las fiestas de trance. Les acompañaban trabajadores y educadores sociales, taxistas, psicólogos, empleados de discotecas, estudiantes de química...

“Me sorprendió ver cómo todo se hacía de manera asamblearia”, señala Mireia Ventura, farmacóloga y actual coordinadora de los servicios de análisis de Energy Control. “Una de las cosas que más me interesó fue la mezcla que había entre distintos profesionales y usuarios de drogas”.

El primer material que se elaboró, en 1997, fue un cómic dirigido a los que tomaban pastillas y se repartió en la sala Fellini del centro de Barcelona. Acostumbrados a mensajes basados en el miedo y el estigma al consumidor, ese folleto contenía afirmaciones que resultaban chocantes en la época. “En la noche hay de todo, si quieres elige, pero no mezcles”, señalaba el tríptico. “La mezcla aconsejable y necesaria con 'pastis' es la de beber agua regularmente para no deshidratarte”, añadía.

“La gente flipaba con nosotros”, rememora Rovira sobre la primera salida nocturna en la capital catalana. “Leían nuestros materiales y nos decían: 'vosotros también os habéis pegado fiestas'”. Era un mensaje de tú a tú y por esto se escuchaba.

Poco después llegó la primera subvención del Plan Nacional sobre Drogas (PNSD) y nació formalmente Energy Control. En ese momento el proyecto estaba formado por voluntarios que tenían su trabajo de lunes a viernes y dedicaban el fin de semana a recorrer raves, festivales y discotecas para dar (y obtener) información sobre el consumo de drogas.

“Decíamos que no éramos voluntarios sino militantes”, recuerda Rovira sobre esta etapa frenética. “Queríamos trabajar directamente donde se consumía, estar presentes en los espacios nocturnos para seguir aprendiendo”.

El primer grupo que arrancó el proyecto veía que sus materiales funcionaban: quien tomaba drogas obtenía información útil para consumirlas de manera más segura. Quien no las tomaba obtenía información que justificaba su rechazo a consumir estupefacientes.

Un año después llegaría el tríptico A los dos lados de la raya, dirigido a los consumidores de cocaína y ya con el sello del PNSD y del Ayuntamiento de Barcelona. “Antes de empezar la fiesta, márcate un límite de consumo para no perder el control”, recomendaba el folleto, que también sugería picar bien la sustancia y no compartir el rulo con nadie. Los medios conservadores echaron el grito al cielo y acusaron al Gobierno de promover el consumo de drogas. 

“Con los años nos hemos dado cuenta de que la reducción de riesgos en las drogas en ocasiones se instrumentaliza en la batalla política”, apunta Claudio Vidal, psicólogo y actual director. “Pero en general los medios y las administraciones nos han respetado mucho”. 

Rovira admite que la entidad siempre estuvo “en tensión” con las autoridades, aunque el proyecto nunca quiso formar parte del underground sino estar avalado por la administración. “Queríamos fomentar un cambio de políticas sobre drogas”, afirma. “Ir siempre un paso por delante de las autoridades pero sin caer en la marginalidad”. Llegó un punto en el que los materiales de Energy Control llevaban los logotipos del Gobierno central, de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona.

La importancia del análisis

Apenas un año después de los primeros trípticos, los impulsores de Energy Control quisieron dar un paso más y ofrecer la posibilidad de analizar las pastillas que tomaban los jóvenes durante sus noches de fiesta. 

Con más voluntad que conocimiento, y gracias a los consejos de un amigo francés, aprendieron cómo se hacía un sencillo test que determinaba si una pastilla estaba adulterada. “No teníamos ni idea de química”, rememora Rovira, que explica que un amigo farmacéutico les ayudó a conseguir el ácido sulfúrico y los materiales necesarios para hacer estos tests.  

Empezaron acudiendo a raves y rápidamente se formaban colas de consumidores que querían estar seguros de lo que tomaban. Los voluntarios alucinaban con el recibimiento que tenían. “En ese momento era algo muy innovador”, señala Vidal. “La gente se sorprendía”. En 1999 ya pusieron una carpa en el festival Sónar, que les permitió darse a conocer en nuevos círculos y mejorar su imagen de cara a la administración.

Mireia Ventura, recién acabada la carrera de Farmacia, se acercó a la entidad en 2001. “No había conciencia sobre la peligrosidad de los reactivos con los que trabajaban”, recuerda entre risas sobre el servicio de análisis de Energy Control. “Pero me di cuenta del potencial que tenía un servicio de este tipo para obtener información sobre lo que estaba tomando la gente y reducir sus riesgos”.

Con el tiempo el servicio se fue profesionalizando y el análisis mejoró. Se introdujeron nuevas técnicas que no solo permitían identificar si una pastilla estaba adulterada, sino conocer exactamente qué otras cosas llevaban todo tipo de drogas: desde conocer la pureza de la cocaína hasta saber si el speed estaba adulterado con cafeína, por ejemplo. 

Energy Control analizaba cada año más muestras de droga y en 2005 se decidieron a abrir un punto fijo. Se abrió en el barrio del Raval, en Barcelona, y durante los dos primeros años apenas fue nadie. “La gente no se fiaba de llevar droga a un lugar para que se la analizaran”, explica Ventura. “Era un modelo rompedor”.

Los usuarios cada vez conocían más el servicio de análisis de Energy Control y se generaban situaciones que años atrás hubiesen parecido inconcebibles, como cuando la furgoneta de la entidad fue recibida con un pasillo entre aplausos a su llegada al festival de los Monegros.

En 2019, el año antes de la pandemia, Energy Control llegó a analizar casi 7.500 muestras de droga. Muchas de ellas provenientes del extranjero, sobre todo de países como Alemania o Estados Unidos, donde el proyecto es también un referente entre los usuarios de drogas.

“Yo sabía que el proyecto acabaría consolidándose pero nunca imaginé que tendría la incidencia política que ha tenido”, admite Rovira. Uno de los mayores reconocimientos, detalla, fue cuando el PNSD incluyó en 2008 la reducción de riesgos y daños en su estrategia nacional sobre adicciones. 

“Hoy en día nadie entiende el ámbito de la prevención sin tener en consideración a la población consumidora”, analiza Vidal, el actual director. “No tenía ningún sentido que se dedicaran esfuerzos en la población que no consume o que no tiene intención de consumir”.

25 años después de esa visita al templo de la música máquina Scorpia, el proyecto emplea hoy a más de 20 personas (y decenas de voluntarios) en cuatro delegaciones en Catalunya, Andalucía, Madrid y Baleares. Hay trabajadores sociales, biólogos, psicólogos y farmacólogos en un grupo interdisciplinar que siempre está al corriente de los últimos fenómenos vinculados con las drogas: ya sea el chemsex, los pinchazos en discotecas, la deep web o los estupefacientes de nueva creación.