El sinhogarismo se cronifica en Barcelona: “Si ya es difícil salir de la calle, imagina hacerlo en una pandemia”

Sandra Vicente

5 de agosto de 2022 21:46 h

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Jaume Mengual ha pasado, en etapas distintas, más de 13 años viviendo en la calle. En los 90 estuvo ocho años durmiendo en el paseo marítimo de la Barceloneta porque no encontraba un trabajo que le permitiera pagar el alquiler. Durante esa época pintaba pisos y hacía de albañil, lo que le permitió conocer a un hombre que le dejó vivir en una casa que había heredado a cambio de reformar la cocina y mantenerla en buen estado.

Parecía, con este trato, que la situación de sinhogarismo de Mengual llegaba a su fin. Incluso se llevó a vivir con él a una mujer y a su hijo. Pero esa relación se volvió conflictiva y, a su fin, este barcelonés decidió irse de casa. Sin otra alternativa a la vista, no le quedó otra que volver a la calle. Diecisiete años después y por segunda vez en su vida. Esta vez, el periplo duró cinco años y su cama era un parking del Raval.

“La calle es muy jodida. Aunque tengas amigos o compañeros, estás solo”, dice Mengual. Hoy recuerda sus años durmiendo a la intemperie y esas noches inciertas en las que “puede pasar de todo”. “Mucha gente se mete contigo o con otros compañeros, simplemente por no tener casa. Es muy, muy duro”.

Ahora Mengual tiene un techo bajo el que dormir gracias a la ayuda de los Servicios Sociales de Barcelona, que le consiguieron un pequeño piso justo antes de que se decretara el confinamiento. “Si me hubiera enganchado la COVID-19 sin casa, no sé qué habría pasado conmigo. Si ya es difícil salir de la calle, imagínate en medio de una pandemia”.

Este hombre de 63 años recién cumplidos considera que esquivó una bala. Y no es para menos, porque la pandemia condenó a mucha gente a las calles. “Al llegar la pandemia, se pusieron muchos recursos especiales en marcha, pero solo sirvieron para frenar el sinhogarismo durante un tiempo. Cuando estos recursos se acabaron, las cifras crecieron”, asegura Marta Maynou, responsable del programa de acogida de Arrels, una entidad barcelonesa de ayuda a las personas sin hogar.

Arrels acaba de publicar las cifras de su recuento anual, que muestran que, en solo un año, han aumentado en casi doscientas las personas que duermen en la calle en Barcelona, llegando a cifras prepandémicas. Otro dato a destacar: el 52% de las personas sin hogar en Barcelona llevan entre seis meses y dos años en la calle. “Esos son casos causados por la pandemia”, resume Maynou.

Uno de los efectos de la COVID-19 es que se ha vuelto mucho más difícil conseguir ayuda en Servicios Sociales, alertan desde Arrels, lo que a su vez provoca que sea mucho más difícil salir de la calle. “Se ha cronificado el sinhogarismo”, resume Maynou. Así lo demuestran las cifras recogidas en 2020, cuando la media de tiempo que pasaba una persona sin hogar se elevó hasta los 5 años y medio, una cifra que no se había registrado nunca. Los datos de 2022 han decrecido, pero siguen preocupando a Arrels al situarse en 4 años y 4 meses.

Esta media crece si se mira a personas españolas o europeas, situándose casi en los seis años. En cambio, es sustancialmente más baja si se habla de migrantes extracomunitarios: menos de tres años. “No hay una única explicación para esto. Pero una de las razones es que el extracomunitario responde a un perfil de migrante económico, más joven, con más posibilidades de encontrar trabajo o, incluso, de volver a migrar si la situación aquí no le es favorable”, resume Maynou.

Solos contra el calor, las agresiones y la burocracia

“En la calle todo es malo y cuanto más tiempo pasas ahí, más difícil es salir. Más cuesta arriba se te hace todo”, reconoce Mengual. Las dos veces que estuvo en la calle intentaba ganarse la vida e iba teniendo trabajos, pero ni así era capaz de conseguir un piso. “Todo eso te afecta y cada vez te hundes más y más”, recuerda este hombre, que es soldador desde los 14 años, pero que trabajaba de lo que saliera, aunque no le faltaran las ganas de “tirarlo todo por la borda”.

“Cualquier pequeño bache en la calle se convierte en un abismo”, ejemplifica Mengual. Cuestiones básicas como ducharse o conseguir un lugar para dormir conllevan horas de gestión. “Todo es más complicado, hasta la lluvia”, dice. De hecho, el clima y las temperaturas extremas pueden complicar el bienestar de las personas sin hogar, ya que el 43% de ellas tienen problemas de salud.

Además de afectaciones físicas, temperaturas muy altas como las que se están viviendo estos días también pueden causar alteraciones en la seguridad de las personas sin hogar. “Al dormir menos cubiertas, se sienten más expuestas a la vista”, aseguran desde Arrels. Esta es una cuestión que preocupa mucho a las personas sin hogar porque, a parte de la soledad y el desánimo, la aporofobia (odio a las personas pobres) es uno de los mayores problemas a los que se enfrentan.

“Me han insultado y agredido, pero de lo peor fue cuando intentaron quitarme a mi perra”, relata Mengual. Una noche, un joven quiso llevarse a Laika, una cachorra que acababan de darle unos amigos que también dormían en la calle. “¿Quién y por qué pegaría a alguien que no tiene casa? ¿Quién le robaría a su único compañero?”, se pregunta Mengual, que todavía hoy vive con su perra en el piso que le consiguió el Ayuntamiento de Barcelona.

Las largas estancias en la calle tienen efectos graves sobre la salud mental y física, consecuencias que se empiezan a considerar como “graves” pasados los seis meses de sinhogarismo. “Solo con medio año, el deterioro ya es muy notorio y tendrá efectos a muy largo plazo”, dice Maynou, y añade que “cuánto más tiempo pasa, menos confía la persona en un sistema que no está encontrando solución a su situación”.

La poca efectividad de los Servicios Sociales es una opinión extendida entre las personas sin hogar que, como Mengual, se lamentan de que “las pobres trabajadoras hacen lo que pueden, pero es la administración la que no cumple”. En esta línea, desde Arrels creen que los recursos de ayuda están “poco especializados y adaptados” al sinhogarismo. “No puede ser que haya recursos incompatibles con la drogadicción o que requieran mucha burocracia, porque eso excluye a muchas de las personas que duermen en la calle”, dice Maynou.

Jaume pudo conseguir un hogar en uno de los pisos que el Ayuntamiento de Barcelona construyó a partir de contenedores de barco. Allí vive con Laika gracias a una prestación y también al dinero que le dan en Arrels a cambio de trabajar en el taller 'La Troballa'. Se trata de un espacio de manufactura en el que se encuadernan libretas, se construyen pequeños muebles o se elaboran joyas, todos productos que se venden en la tienda de la entidad.

“Estoy muy a gusto. Esto me sirve no solo por el dinero, sino para sentirme mejor conmigo mismo, para no darle vueltas al coco todo el día. Y para echarme unas risas con estos”, dice Jaume, señalando a sus compañeros de taller, todas ellas personas que también han estado en situación de sinhogarismo.