El 18 de junio de 2013 el río Garona desató su fuerza y arrasó todo a su paso. Una decena de pueblos del Pirineo sucumbieron a las riadas y casi 400 personas tuvieron que ser evacuadas. Un intenso episodio de lluvias, sumado al deshielo de un gran manto de nieve que resistía desde el invierno, desbordó su cauce e inundó la comarca del Vall d'Aran, en la provincia de Lleida, destrozando puentes y carreteras y dejando a miles de personas sin suministros.
Estas inundaciones no son algo excepcional en la zona. De hecho, cada 30 años aproximadamente, alguno de los ríos de esta comarca pirenaica se desborda. Pasó en 1907, 1937, 1940 y en 1982. En suma, más de 300 personas han muerto a causa de las riadas. La diferencia con las inundaciones de 2013 es que hace once años nadie perdió la vida. Y fue gracias a unos sensores que esta zona de Catalunya tiene instalados en diversas cabeceras de ríos.
Después de las inundaciones que han arrasado la Comunitat Valenciana y algunas zonas de Catalunya, y en vista de la efectividad de este sistema, la Asociación de Cámpings y algunos Ayuntamientos de Lleida han pedido que los sensores se instalen en todos los ríos. De esta manera, estas instalaciones turísticas -la mayoría de las cuales están en zona inundable- evitarían tener que cerrar porque tendrían margen para evacuar sus instalaciones en caso de riada. Como ya pasó en 2013.
“Aquellas inundaciones fueron particulares. Actuamos muy rápido”, recuerda Andreu Cortés, hoy alcalde y entonces teniente de alcaldía de Les, uno de los pueblos que quedó más arrasados. El puente sucumbió y las carreteras que conectan esta población –que es el tercer acceso fronterizo más importante con Francia– quedaron impracticables durante días. Además, el 49,5% de viviendas de Les están construidas en zona inundable.
El Ayuntamiento evacuó a las 200 personas que vivían a menos de 50 metros del Garona, una quinta parte de su población total, y las reubicó en hoteles alejados del río justo antes de que desbocara y se llevara todo por delante. Gracias a eso solo hubo que lamentar daños materiales. “Sabíamos lo que iba a pasar desde hacía dos días. Los municipios estaban avisados”, recuerda Jordi Gavaldà, geólogo y técnico del Conselh Generau d’Aran (el órgano de gobierno autónomo del valle).
La prevención es clave en este lugar en el que periódicamente viven desastres así. Por eso, además de los sensores que el ACA (Agència Catalana de l’Aigua) y la CHE (Confederación Hidrográfica del Ebro) colocan en algunos puntos de los ríos, el Conselh tiene desde hace nueve años unos detectores más complejos y completos en las cabeceras. Los colocaron justo tres meses antes de las inundaciones de 2013. “Fueron determinantes”, aseguran desde el Conselh.
Eisharc Jaquet es ingeniero y fundador de Arantec, la empresa local que los diseñó. “El problema de la mayoría de sensores es que funcionan como sistemas de información hídrica, no de emergencia”, explica. En cambio, los que han instalado en el Vall d'Aran tienen en cuenta el caudal en tiempo real, pero también se analiza la previsión de lluvias y temperaturas que pueden afectar a los mantos de nieve, así como la inclinación del terreno, la anchura del río, y las características de las cuencas para determinar cuándo y dónde hay riesgo de desborde.
“Es un sistema ultra personalizado que sirve de alerta temprana ante posibles inundaciones”, apunta Jaquet, que explica que “cada cuenca es un mundo y tiene un tiempo de reacción distinto”. Depende de diversos factores como, por ejemplo, la presencia de vegetación. Esta hace de esponja y da más margen para absorber que el asfalto. También depende de si el cauce del río se ha modificado para urbanizar o no.
Si los sensores detectan que se han conjurado suficientes factores, “saltan las alarmas” y se envía un SMS a los responsables de protección civil del Conselh. Una vez aquí, políticos, técnicos y cuerpos de seguridad evalúan la situación y alertan a los municipios. “Es mejor avisar siempre, aunque sea una falsa alarma”, considera Gavaldà. Jaquet le respalda. “Las herramientas técnicas preventivas están más que listas. Lo que falla es la acción humana, que a veces no reacciona cuando debería”.
Incomunicados durante días
Los municipios de la Vall d’Aran sabían que el 18 de junio sería complicado. Pero no sabían que lo sería tanto. Sí esperaban que, además de las precipitaciones, bajara mucha agua procedente del deshielo. Lo que les sorprendió fue que, como en València con la DANA, cayó mucha más lluvia de la que se esperaba y la acumulación llegó a ser histórica en ciudades como Vielha.
El caudal del río se duplicó en algunos puntos, provocando que las presas hidráulicas se llenaran demasiado y reventaran. Aquello causó “un efecto dominó” que multiplicó la fuerza del agua y se llevó por delante carreteras y puentes.
“Nosotros empezamos a ver que algo no iba bien a primera hora de la mañana, cuando vimos que el río bajaba más alto de lo que debería, incluso para la alerta que nos enviaron”, recuerda desde Les Andreu Cortés. Fue a las 14:00 horas cuando decidieron evacuar a sus habitantes. Y fue justo a tiempo, porque poco después el agua inundaba Les, llenaba sus calles de barro, dejaba a los vecinos sin servicios y destrozaba los accesos por carretera.
“Era una visión surrealista. Suerte de nuestra cultura de la prevención”, explica el alcalde, en referencia a la existencia pozos de agua potable, reservas de gas y baterías eléctricas que permiten que todo el pueblo subsista durante días. Eso fue vital porque, mientras otros pueblos recibían ayuda, ellos quedaron totalmente incomunicados y solo pudieron ser socorridos por algunos vecinos que ejercen como bomberos voluntarios.
“Los accesos principales, que llevan a Francia, se arreglaron en pocos días, pero el resto de carreteras, al igual que el puente, tardaron meses en recuperarse”, recuerda Cortés. De hecho, hay consecuencias que todavía hoy se siguen pagando. “Se nos llenó el pueblo de barro y la gente, con toda la buena intención, sacó las mangueras. Pero el lodo, cuando se seca, crea un tapón peor que el cemento”, añade el alcalde. Eso inutilizó la mayor parte del alcantarillado del pueblo y todavía hoy, diez años después, el Ayuntamiento tiene pendiente licitar la última obra de reparación.
“Aprendimos mucho de aquel episodio”, explican desde el Conselh. Todos los sensores fueron arrancados por el agua pero los volvieron a colocar al poco tiempo, con algunas mejoras. Además, optimizaron el sistema de alertas y la comunicación con los municipios. “Hemos tenido un par de alarmas desde entonces y hemos sido capaces de actuar rápido”, asegura Jaquet.
Hace años que tienen monitorizados todos los ríos del Valle y también se han expandido a otras comunidades como Extremadura o Castilla y León, pero es un tipo de prevención que “todavía es muy incipiente”, lamenta.
Este ingeniero considera que las administraciones deberían “ponerse las pilas”, sobre todo porque los sistemas de medición más básicos, que contemplan el caudal del río por un lado y la previsión meteorológica por otro, cada vez fallarán más. Y es que “los indicadores están cambiando”.
El cambio climático está alterando patrones y provoca que los métodos de predicción, que se construyen con datos históricos, no sean tan precisos. Por eso, Jaquet trabaja ahora con dispositivos que incorporan con inteligencia artificial y aprenden sobre la marcha, generando predicciones “mucho más concretas y fiables”.
Más concienciación ciudadana
Durante los días posteriores a catástrofes como las de la Vall d'Aran o València se discute mucho de prevención. Pero expertos en la materia como el geólogo Joan Manuel Vilaplana lamentan que, “aunque ahora todo el mundo tiene la prevención en la boca, dentro de unos meses lo olvidaremos”. Apunta que entre este tipo de eventos hay largos períodos de calma que se deben aprovechar para trabajar.
Apunta que el desarrollo de herramientas técnicas de alerta es importante, pero “debe ir acompañado de concienciación”. Vilaplana echa en falta una buena coordinación de protección civil con las administraciones y responsables políticos y un entrenamiento a la población en zonas de riesgo. “Hagamos más simulacros, como con los incendios, para que la gente sepa qué hacer y, sobre todo qué no hacer, en momentos de riesgo”.
Asegura que las inundaciones y riadas no se van a poder evitar, pero sí se pueden minimizar sus impactos. Por eso, desde el Colegio de Geólogos de Catalunya, apuestan por estudiar las cuencas de los ríos e instalar piscinas o tanques de contención como los que ya existen en ciudades como Barcelona.
Pero para Vilaplana la pregunta más importante es: “¿qué hacemos con el urbanismo?”. El experto apuesta por “deconstruir” ciertos edificios y recolocar los que sean más vulnerables, “aunque la gente ponga mala cara”. El problema es que hay zonas como el Vall d’Aran en las que muchos de sus municipios tienen una proporción importante de viviendas en zona inundable. Desde Les (49,5%), hasta Esterri d’Àneu (89,5%), pasando por Llavorsí o Rialp (38,2%).
“Vivimos en un valle. Las casas están donde pueden estar. En las laderas no podemos construir, así que vivimos con una gran cultura de la prevención y la ayuda mutua”, asegura Cortés. Los vecinos de este pueblo que no llega a los 1.000 habitantes pasaron días quitando barro a paladas, compartiendo víveres y reconstruyendo las calles. “Familias que hacía tiempo que no se hablaban se echaron una mano”.
Tenían un objetivo común, que no solo pasaba por recuperar su pueblo. Menos de 10 días después de la tragedia, Les celebra sus fiestas mayores y el municipio debía estar listo. “Fueron unos festejos extraños, pero los pudimos hacer. Fue el primer paso hacia la normalidad”, rememora el alcalde.