20 vecinos contra 9.600 cerdos: una nueva macrogranja pone en alerta a un pequeño pueblo de Lleida
“Que quede bien claro que no tengo nada en contra de las granjas, lo que no queremos es una fábrica de carne industrial”. El cantar de los pájaros acompaña las palabras de Josep Salvadó, campesino que se dedica a sembrar cereales en El Canós. No se ve un alma en esta pequeña pedanía de 25 habitantes, perteneciente al municipio leridano de Plans de Sió. Tampoco por los campos de secano que rodean este grupo de casas de origen medieval.
Los vecinos están preocupados desde hace unos días. Creen que el paisaje pintoresco y las aves que les rodean podrían tener los días contados. El pasado 3 de enero, el Ayuntamiento, en manos de ERC, anunció que sopesa instalar una macrogranja de 9.600 cerdos que cambiaría el lugar para siempre.
El proyecto, liderado por un vecino que tiene una agencia inmobiliaria en Barcelona, supondría construir cuatro grandes naves de más de 2.000 metros cuadrados cada una en medio de unos prados ahora verdes. También la construcción de una gran balsa de purines –con capacidad para almacenar más de 15.400 metros cúbicos de heces– en un complejo que en total ocuparía 25.000 metros cuadrados. Todo ello junto a una zona protegida por sus aves y por sus “elementos de interés cultural e histórico” como castillos y ermitas románicas.
“Es un milagro que el pueblo no se haya pervertido y esté intacto”, explica Salvadó, que añade que su familia lleva 500 años viviendo en la misma casa. “A mí me han ofrecido muchas veces comprarme tierras para hacer granjas y siempre he dicho que no”.
El Canós, situado en la comarca de La Segarra, es un sitio singular. Elevado en un pequeño montículo, es un pequeño grupo de casas de piedra que tiene su origen en el siglo XI. Está incluido en la lista de patrimonio arquitectónico de Catalunya y es lo que se conoce como una “villa cerrada”: una población o grupo de casas protegido por murallas, con dos grandes portales que históricamente servían para cerrar el núcleo durante las noches.
Según el censo, apenas 25 personas viven en este lugar, una población que aumenta los fines de semana hasta las 50-70 personas gracias a los vecinos que tienen segundas residencias en la pedanía. “El 98% de los que tenemos una casa aquí estamos en contra del proyecto”, asegura Gemma Castro, presidenta de la asociación de vecinos.
El tipo de recinto que prevé el proyecto es una granja de engorde. Los animales llegarían pequeños, con unos 20 kilos de peso, y saldrían a los cuatro o cinco meses con unos 100 kilos tras haber sido alimentados intensivamente con pienso, agua y medicamentos. Los cerdos ni siquiera pertenecerían al dueño de la granja: llegan, se engordan y se los lleva una de las grandes compañías del sector a cambio de pagar un canon económico.
Más allá de la afectación paisajística y la amenaza para diversas especies de aves esteparias, el propio estudio ambiental que acompaña el proyecto admite que habrá otros problemas para los vecinos, como por ejemplo malos olores, ruido y la circulación habitual de camiones para traer pienso y cerdos y llevarse los animales hacia el matadero.
Los promotores, además, solo tienen intención de cumplir con el mínimo de las exigencias medioambientales que se requieren, según se desprende de los documentos remitidos a la Generalitat para obtener el permiso para criar cerdos de manera intensiva.
Por ejemplo, no se comprometen a tomar medidas para evitar ruidos como el cierre de ventanas y puertas o evitar las actividades ruidosas durante la noche o los fines de semana. Tampoco se comprometen a usar un tipo de pienso con un aditivo que reduce el nitrógeno de los excrementos ni a guardarlos en un cobertizo para reducir emisiones.
El alcalde de Plans de Sió, Xavier Pintó, confirma en conversación telefónica que el consistorio está dispuesto a aprobar el proyecto en el pleno si cumple con la legalidad. “No estamos ni a favor ni en contra”, señala. “Pero la agricultura y la ganadería es el motor de la zona”.
El mito de la lucha contra la despoblación
Lo que ocurre en esta pequeña pedanía es el enésimo caso de un municipio rural con pocos vecinos donde se pretende instaurar una macrogranja con el argumento de la lucha contra la despoblación.
Precisamente tanto los defensores del proyecto como sus detractores esgrimen el mismo argumento para justificar su postura. Unos dicen que la granja expulsaría a los pocos vecinos que quedan en el lugar, los otros aseguran que evitaría que se siguieran yendo.
La Segarra es una de las comarcas de Lleida que más población ha perdido en las últimas dos décadas, con 13 municipios que han visto cómo se reducían sus vecinos. Según el Instituto Nacional de Estadística, Plans de Sió ha perdido 75 habitantes y dispone ahora de 578 vecinos repartidos por sus 11 pedanías.
“¿Quién va a querer venir aquí si nos ponen una macrogranja en este paraíso?”, se pregunta Castro, de la asociación de vecinos, que destaca que en su pedanía el censo se ha mantenido estable e incluso ha crecido ligeramente gracias a nietos de vecinos que se marcharon del pueblo y ahora han adquirido viviendas. “Si aquí hay algo de vida es precisamente porque el pueblo y su alrededor no se han alterado”.
El promotor de la macrogranja –que no ha respondido a las llamadas de esta redacción– esgrime precisamente lo contrario. Hasta en media docena de ocasiones, tanto en el estudio de impacto ambiental como en la documentación del proyecto, el impulsor señala que el complejo de cerdos se proyecta como un antídoto contra la despoblación rural. Incluso amenaza con abandonar el pueblo si no se le conceden los permisos.
“No llevar a cabo el proyecto supondría una pérdida de población en el municipio ya que el promotor debería irse fuera a trabajar”, asegura en la documentación remitida al consistorio. “La renta resultante sin la construcción de la granja no es viable para el promotor y su familia y en ese caso se incrementaría la despoblación agraria de la zona”.
Otro de los argumentos señalados es la generación de puestos de trabajo. “La no ejecución del proyecto supondría la pérdida de puestos de trabajo directos e indirectos en una zona con un crecimiento económico poco acentuado”, apunta la documentación. Apenas unas páginas después, sin embargo, el promotor admite que para cuidar a los 9.600 cerdos bastarían “una o dos personas” ya que los “sistemas modernos” de cría de cerdos implican que las necesidades de mano de obra sean “escasas”.
Los vecinos se reunieron el pasado 8 de enero y están conjurados a hacer lo que sea para evitar la implantación de la macrogranja. Saben que son muy pocos –apenas una veintena– y que el Ayuntamiento está dispuesto a dar el visto bueno a la granja. “En 2013 ya intentaron hacer un proyecto similar y logramos paralizarlo”, apunta Castro. “Ahora nos vamos a volver a movilizar”.
Salvadó –un tipo afable y locuaz, con gafas negras, una gorra verde y un pinganillo en la oreja– muestra todos los rincones de su pueblo, orgulloso del lugar en el que reside. Va señalando detalles de las calles para que el visitante aprecie un pueblecito de postal. “¡Podría ir en pelotas todo el día!”, exclama con ironía, haciendo referencia a la nula presencia de otros vecinos por la calle.
“Nos hemos salvado de la especulación, las balas cada vez nos han ido silbando más cerca y las hemos ido esquivando”, prosigue mientras camina por una empinada callejuela llena de adoquines. “El problema es que esta granja ya no es una bala: es un obús que alteraría nuestra vida para siempre”.
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